Leonardo García Tsao
Ya empezamos con decepciones.
Uno se mete a ver la nueva película del otrora gran director chino Zhang
Yimou, esperando que se redimiera de ese espanto de artificio digital
llamado La gran muralla (2016), que intentaba mezclar
convenciones chinas con otras hollywoodenses de manera poco orgánica. En
principio, este asunto prometía. Titulada Shadow (Sombra), la
realización más recuiente de Zhang Yimou se suponía una recuperación de
la estética milenaria de los dibujos a tinta negra de esmerada
estilización. Y sí, los colores están deslavados y hay abundancia de
grises y negros, pero eso no ha sido suficiente.
La historia se sitúa en el conflictivo periodo de los Tres Reinos
(220-280 dC), donde el joven y peligroso rey Pei (Zheng Kai) aspira a
recuperar la ciudad de Jing por la fuerza. Para eso quiere valerse de su
comandante (Deng Chao), quien ha cultivado a un doble –su sombra– para
engañar al rey y sus enemigos cuando sea necesario. Las intrigas
cortesanas son por demás confusas y Zhang permite que los actores
exageren en sus gestos como si se tratara de una ópera bufa. Todos los
momentos dramáticos son puntuados por acordes de laúd chino.
Muchos espectadores empezaron a salirse de la sala y otros a reírse
de manera involuntaria desde las primeras escenas. La cosa mejora un
poquito cuando empiezan las acciones propias del género wuxia. Sin
embargo, el cineasta escenifica raros duelos entre paraguas y lanzas que
dudo mucho tengan veracidad histórica. Aunque hay algunas imágenes
preciosistas de paisajes bajo la lluvia incesante, lo abundante es la
violencia gore. Tratando de parecer una tragedia isabelina,
todo conduce a un final baño de sangre por el cual la mayoría de los
personajes perecen atravesados por una espada. Al parecer Zhang ha
perdido totalmente la brújula (un invento chino, por cierto). Lo que
antes era sobriedad y economía de gestos se ha convertido en una
grandilocuencia totalmente desaforada.
Mucho mejor fue la nueva aportación del francés Olivier Assayas en Doubles vies (Vidas dobles, aunque aquí le endilgaron el título poco afortunado de Non-Fiction). Si
al principio de su carrera el realizador evocaba comparaciones con
François Truffaut, ahora ha emulado en cierta forma a Eric Rohmer, otro
emblema de la Nueva Ola francesa. La película es una comedia
costumbrista en la que los personajes –un editor de libros (Guillaume
Canet) y su esposa actriz (Juliette Binoche)– se reúnen con amigos y
conocidos para discutir, en esencia, sobre los cambios provocados en la
lectura por las redes sociales. Por supuesto, como son franceses, las
discusiones son inteligentes… y como son franceses, también, uno y otra
tienen amantes sin que eso tenga mayor consecuencia dramática.
De hecho, el amante (Vincent Macaigne) de la esposa es un personaje
muy gracioso: un novelista que utiliza su vida personal como punto de
referencia para sus creaciones, al grado de llamarlas
auto-ficciones. Mucho humor se deriva de un detalle en el que el escritor ha mentido sobre una felación que recibió en el cine. No fue durante una proyección de El listón blanco, de Michael Haneke, como apunta él, sino en un episodio reciente de La guerra de las galaxias.
El primer día del festival los organizadores se portan especialmente
sádicos. Varias de las proyecciones de prensa e industria de hoy no se
vuelven a repetir. Quien las vio, las vio. Y si no… pues a tratar de
conseguir un boleto para sus atiborradas funciones públicas.
Twitter: @walyder
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