Leonardo García-Tsao
▲ Penélope Cruz en la presentación de la cinta Everybody knows en el Festival de Cine de Toronto.Foto Afp
Uno de los estrenos más esperados del festival ha sido el nuevo documental de Michael Moore. Titulado Fahrenheit 9/11,
en referencia al día que Donald Trump ganó la elección, es fácil
adivinar cuál es su blanco de ataque en esta ocasión. El cineasta usa
videos de archivo para pintar al presidente estadunidense como un
déspota, racista y misógino, y no dice algo que no hayan dicho antes
incontables comentaristas políticos, humoristas, blogueros y demás.
Pero eso es sólo la punta del iceberg. Moore tiene muchos temas en su
agenda y los expone con su dispersión característica. El realizador
sufre del síndrome de déficit de atención y se desvía a media película
para denunciar la crisis de agua potable en su pueblo de Flint,
Michigan, y condenar a Rick Snyder, el corrupto gobernador republicano
de ese estado. Luego ejerce sus payasadas de costumbre y finge querer
arrestar a Snyder en su oficina o rociar la entrada de su casa con agua
contaminada.
Aunque Moore es pesimista, se permite ver con esperanza el
surgimiento de movimientos cívicos por parte de los jóvenes, sobre todo
los de Parkland, Florida, que convocaron a manifestaciones masivas
después de haber sufrido uno de tantos tiroteos que se dan en Estados
Unidos.
En la parte final, el cineasta hace comparaciones entre Hitler y
Trump, advirtiendo cómo la historia puede repetirse si se confía
demasiado en el poder de la Constitución. El tino de Moore es como de
escopeta: dispara hacia todos lados, pero alguno de sus perdigones dan
en el blanco. Fahrenheit 9/11 es más acertado cuando afirma que
Trump es el resultado de un sistema, del cual los demócratas también
son responsables. (Por cierto, Obama tampoco sale bien parado del
documental y es acusado igualmente de corrupción).
Otro tipo de desencanto estadunidense pudo apreciarse en Destroyer, un abrasivo ejercicio en neo-noir
debido a la directora Karyn Kusama. A diferencia de tantos ejemplos del
género, la policía que ha tocado fondo en este caso es una mujer.
Flaca, ojerosa, cansada y sin ilusiones, lo más sorprendente es quien la
interpreta, una Nicole Kidman casi irreconocible.
La película abre en la escena de un crimen. La detective recuerda
cómo estuvo involucrada hace 17 años como agente encubierta con una
banda de asaltabancos, cuyo botín sigue oculto. Alternando dos tiempos
en un Los Ángeles desolado y sórdido, la narrativa va revelando las
razones por las que la protagonista ha descendido a su estado actual y
cómo su hija adolescente, en plena etapa de rebeldía, es su única fuente
de redención. Destroyer es cine negro como casi ya no se practica.
En el segundo día, las multitudes ya se agolpan en el múltiplex
Scotiabank, donde se llevan a cabo la mayoría de las funciones. Aunque
hay 14 salas en el complejo, alguien ha organizado con notable eficacia
la logística de las largas colas de espectadores para evitar
amontonamientos, agandalles y percances. Si el festival de Cannes tan
sólo aprendiera.
Twitter: @walyder
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