9/24/2018

Por una derecha fuera del closet

Hernán Gómez Bruera

Para que una democracia liberal funcione de forma medianamente razonable se requiere de mecanismos que permitan procesar, resolver y dar cauce a la pluralidad. Necesitamos discutir, deliberar y –solo después– llegar a acuerdos o pactar, sin excluir la posibilidad de enfrentar conflictos cuando son inevitables. Lo que resulta inviable, sin embargo, es acordar sin antes discutir y tener claro en qué discrepamos.

Para que eso sea posible los actores sociales y políticos –incluida la intelectualidad y la comentocracia– necesitan asumir posturas claras y defenderlas en el debate público. Poco aportan al debate democrático quienes se venden como “neutrales” o aquellos que pretenden ubicarse en un centro inexistente. Mucho menos los que pretenden reinventar de forma caricaturesca una “tercera vía” región 4.

El debate público se distorsiona cuando los actores tienen un as bajo la manga y no esclarecen sus posiciones. Cuando no ponen sus cartas sobre la mesa porque en el fondo están buscando acomodarse en una negociación, alcanzar una componenda en el terreno privado u obtener un beneficio personal. En buen español, y de forma simplista, porque lo que quieren es transar con sus propios principios y posiciones.

Así, por miedo a incomodar o herir susceptibilidades, y a fin de mantener siempre las puertas abiertas y ofrecerse al mejor postor, reprimen su sinceridad en aras de conseguir un espacio, una prebenda o jugar a “tender puentes” para adquirir alguna relevancia pública, aunque solo sea en sus fantasías.

Uno de los mayores obstáculos para el reconocimiento de la pluralidad en México tiene que ver con la falta de una derecha esclarecida. A diferencia de lo que ocurre en muchos otros países, aquí nadie se asume de derecha, a pesar de que la derecha ha sido hegemónica por muchos años en la política, la economía, la sociedad civil y –no se diga– entre la comentocracia mayoritaria.

Hay varias explicaciones de esta conducta: una tiene que ver con el predominio de un discurso revolucionario que por décadas obligó a todos los actores políticos a la uniformidad. Ni siquiera el PAN se asumió jamás como un partido de derechas. Otra razón, sin duda alguna, es el papel que han jugado los medios y quienes forman la opinión pública en nuestro país.

En países como Inglaterra, Estados Unidos, Francia o Inglaterra, en tiempos de campaña los diarios tienen la costumbre de hacer explícito su apoyo a uno u otro candidato, e incluso publican editoriales en los que asientan claramente su posición e invitan a sus lectores a votar en algún sentido. Es común también que articulistas o columnistas apoyen abiertamente a algún candidato o a un presidente en funciones, como lo hicieron Paul Krugman o Joseph Stiglitz con Obama.

¿Cuántos de nuestros periodistas o intelectuales desde la derecha hicieron algo así en nuestra última elección? Acaso mentes lúcidas como Gabriel Zaid y Roger Bartra anunciaron que votarían por Anaya. También Luis Madrazo y Ríos Pitter, que integraban el equipo de Meade, llegaron a explicitar su postura en sus artículos de opinión.

Dentro del campo obradorista las cosas se plantearon de forma más abierta. Algunos escribimos artículos en los que explicamos las razones de nuestro voto (https://goo.gl/pWqA4c), e incluso varios integrantes de Democracia Deliberada, la corriente de opinión de izquierda que apoyó la candidatura de AMLO y a la cual pertenezco, publicaron sus razones para votar por él (https://goo.gl/iDk7rt).

En México, sin embargo, la tendencia es a tratar al lector como un menor de edad. Los argumentos y las narrativas de periodistas y comentócratas, estimuladas a partir de los raudales de dinero público que han recibido los medios, se dirigen a favorecer a un candidato en detrimento de otro, a golpear a unos y dejar bien parados a otros, sin establecer claramente una postura ideológica o política.

Casi nunca vemos un ejercicio de honestidad donde quien escribe ponga sus cartas sobre la mesa y le diga al lector desde qué lugar le está hablando. Cuando algunos lo hemos intentado somos acusados de parciales y faltos de objetividad. Como si en tanto sujetos tuviéramos la capacidad de expresar otra cosa que nuestra propia subjetividad.

Lo que predomina entre nuestros intelectuales públicos y opinadores es la trampa de la indefinición política, el engaño de una falsa neutralidad, la impostura del “analista objetivo”. Solo recuerdo a un opinólogo en nuestro país –Leo Zuckermann– que se haya identificado abiertamente como “neoliberal”. Y aunque tengo diferencias sustantivas con su pensamiento, reconozco el valor de una definición que fortalece nuestra pluralidad.

El grueso de nuestra derecha, en cambio, no osa confesar su nombre. Se llama a sí misma “liberal”, aunque navegue en un relato de inmovilismo y moderación y pocas veces sea capaz de ejercer una defensa de sus posturas con inteligencia, inventiva y pasión. Lo que hacen es repetir las mismas frases trilladas y cursis, consignas de manual. Sus figuras tienden a hablar y escribir igual, como si pensaran igual.

Reconozco que algunos de ellos actúan con osadía, elaboran y contribuyen al debate público, pero el grueso está formado por posturas vacuas y carentes de contenido que los convierte en seres pusilánimes e insulsos. Sujetos que casi siempre apuntan, pero no disparan. Harían un bien al país y a sí mismos si se atrevieran a salir del closet.

Investigador del Instituto Mora
#HernanGomezB

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