9/26/2018

Astillero : Julio Hernández López


Peña, frente a Ayotzinapa
Realidad no conjurada
Comisiones en San Lázaro
Ayudar a los aliados

Cuatro años atrás, también en un martes, Enrique Peña Nieto disfrutaba de Nueva York. Estaba, o parecía estar, en el punto más alto de su gestión, con el Pacto por México como muestra del supuesto futuro venturoso que esperaba a nuestro país a partir de las reformas estructurales. Esa noche del 23 de septiembre de 2014, una fundación interreligiosa denominada Appeal of Conscience le entregaría un reconocimiento como el Estadista Mundial 2014. Frente a John Dimitri Negroponte, Carlos Slim y José Antonio Meade, entre otros invitados, el rabino que presidía la fundación, Arthur Schneier, profetizó (fallidamente) que el ex gobernador del estado de México asumiría un papel de liderazgo en la escena mundial.
Ayer, Peña Nieto también estaba en Nueva York, en las horas más bajas de su gestión en picada desde aquel septiembre de 2014. Había pronunciado algunas frases absolutamente prescindibles en el foro estoico de las Naciones Unidas y había cumplido con algunas escaramuzas pretenciosamente diplomáticas, pensadas más para el registro mediático de consumo nacional. En Ciudad de México, en tanto, el propio recinto de la cámara de diputados veía instalarse, en el entorno de la tribuna, las pancartas con fotografías y dibujos de los rostros de los 43 jóvenes desaparecidos en Iguala cuatro años atrás, apenas a tres días del episodio de falso cesarismo triunfante del propio Peña en septiembre de 2014.
El bien convenido arribo a San Lázaro de representantes y familiares de los estudiantes desaparecidos, y la pasajera colocación de esas pancartas en el principal escenario de esa cámara (y también en el flamante congreso de Ciudad de México), constituyen una representación política del proceso de rehabilitación de un expediente que el peñismo pretendió sepultar. Peña y su equipo, con el siniestro fabulador Jesús Murillo Karam, y el operador de momentos clave del montaje, Tomás Zerón, siguen frente al fantasma de Ayotzinapa, nunca conjurado, más presente que nunca a pesar de verdades históricas y de una mafiosa maquinación desde el poder sexenal para escamotear la verdad verdadera.
Buena polémica ha armado el reparto de presidencias de comisiones legislativas en San Lázaro. En particular, la cesión de esos cargos a un partido que ni registro conservó, el denominado Encuentro Social, que se quedó con la directiva de las comisiones de Salud y de Cultura y Cinematografía, donde se manejarán asuntos a los que de una u otra forma afectarán las posturas medievales del tal PES. Incongruente también pareció el dar la presidencia en asuntos de medio ambiente al partido comercializador de daños a la ecología, el falsamente denominado Verde Ecologista de México. Y, entre otras perlas: Defensa Nacional al PRI, Justicia al PAN y Relaciones Exteriores y Transparencia y Anticorrupción al Partido del Trabajo.
En busca de atenuar el impacto negativo que causaron algunas de estas designaciones, se asegura que tienen poca relevancia ante el hecho cierto de que la apabullante mayoría de Morena en esa cámara, y en el Senado, terminará haciendo lo que convenga a este partido dominante y no a las presidencias de cámaras que hayan cedido.
Pero, si no tuvieran importancia táctica, mediática y operativa, tales presidencias no serían tan peleadas (en el Senado sigue el jaloneo). Son plataformas para acciones u omisiones que sirvan a los intereses del partido correspondiente y, en el cuadro específico de las peculiares negociaciones de Morena con sus aliados, resultan muy indicativas: López Obrador no ha dejado que se hunda el partido de los evangelismos compartidos, y ceder esas dos comisiones a un grupo conservador (ya sin registro como partido) es sembrar condiciones para retrocesos o estancamientos adjudicables solo al PES. Y, en el caso del Verde, es evidente el tratamiento privilegiado que se está dando a la agrupación simuladora, políticamente encabezada por el gobernador amigo, Manuel Velasco Coello.
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