Miguel Lorente Acosta
Si
no fuera por que cuentan con el peso de la palabra y la tarjeta de
visita de la credibilidad, los argumentos del machismo para cuestionar
la desigualdad existente y la necesaria Igualdad serían considerados
como absurdos y pueriles.
Muchos machistas, acostumbrados a llenarse la boca con referencias a
los españoles, a los inmigrantes, a las feministas, a los empresarios, a
los patriotas… sin hacer distinción alguna, bien sea para incluirlos
entre sus elogios o sus ataques, cuando se habla de los hombres para
reflejar conductas violentas llevadas a cabo por ellos como consecuencia
de las referencias dadas por la cultura patriarcal impuesta a toda la
sociedad, entonces sí hay que hacer distinciones y dicen eso de, ¡cuidado, que no son todos los hombres!
El machismo es cultura, no conducta, y por ello impregna a toda la
sociedad. Por eso cuando el machismo habla lo hace con el convencimiento
que da el poder, y, por ejemplo, cuando el eurodiputado ultraderechista
Janusz Korwin-Mikke afirma que las mujeres deben cobrar menos que los
hombres porque son “mas débiles y menos inteligentes”,no dice que “not all men”son más inteligentes y más fuertes que “all women”.
Imagino que el siguiente paso del razonamiento machista será el “not all women”para
justificar de manera similar que la violencia de género, la
discriminación, los abusos, el acoso, las violaciones… no las sufren
“todas las mujeres”, sino sólo “unas pocas”, casualmente las
discriminadas, maltratadas, asesinadas, acosadas, violadas… por “not all men”.
Cuando desde organismos internacionales, universidades,
instituciones, organizaciones… se habla de violencia de género, lo que
se pone de manifiesto es la construcción cultural que crea una identidad
para hombres y mujeres que lleva una especie de pack con los roles,
funciones, espacios, tiempos… que deben desempeñar de manera diferente
unos y otras; y que, además, establece las normas de relación a partir
de lo que los hombres han considerado conveniente para “all society”y“all people”.Y
entre los elementos de esa cultura han incluido la violencia contra las
mujeres para corregirlas o castigarlas cuando hacen aquello que no
deben, bien sea dentro o fuera de las relaciones de pareja. Esa
normalidad de la violencia de género es la que lleva a que el 80% no sea
denunciada, a que exista una actitud pasiva en la mayor parte de la
sociedad ante un problema que supone que cada año asesinen a 60 mujeres
de media y 600.000 sean maltratadas, y a que cuando se denuncia, en
lugar de cuestionar a los hombres que maltratan se ponga en duda la
palabra de la víctima, o directamente se la culpe por provocar o haber
hecho algo mal.
Ese mismo escenario es el que da lugar a que cuando se plantean
medidas específicas para solucionar este grave problema, en lugar de
encontrar un apoyo generalizado surja una parte de la sociedad que
cuestione estas iniciativas, y pida medidas para “otras violencias” que
se llevan a cabo bajo diferentes motivaciones, en circunstancias
distintas y buscan objetivos que nada tienen que ver con los de la
violencia de género.
Y no deja de resultar curioso que ante tanta generalización sean
incapaces de ver los elementos comunes, y por tanto generales, a cada
uno de los casos de violencia y al resto de las consecuencias derivadas
de la desigualdad. La clave para entender esta situación no se reduce a
las decisiones individuales de los hombres que maltratan, agreden y
matan, sino que se encuentra en la cultura machista que da razones para
que cada uno de ellos inicie la violencia como algo propio de las
relaciones de pareja, y permite que a pesar del daño que produce se
mantenga invisible y callada dentro de la normalidad en el 80% de los
casos. Es la propia normalidad social la que actúa como argumento y como
cómplice para ocultar y justificar la violencia de género, por eso
quien actúa desde ella, es decir, los hombres que lo deciden, cuentan
con la ventaja de sentirse “justificados” por una sociedad que aporta
argumentos para recurrir a la violencia contra las mujeres. Y esa misma
situación es la que hace que las mujeres que la sufren se sientan
cuestionadas y culpables de lo que les pasa, y crean que su
responsabilidad está en continuar en la relación para intentar “hacer
cambiar” al hombre que las agrede, sin ser conscientes de que en
realidad quedan atrapadas dentro de la propia violencia.
Ejercer la violencia desde esas circunstancias da una serie de
ventajas, entre ellas el hecho de que lo más probable es que el agresor
no sea denunciado (se denuncia un 20%), si lo denuncian lo más probable
es que no sea condenado (se condena un 23%), y de ese modo la relación
continúa bajo los dictados impuestos por él a través de la violencia con
la ayuda de la amenaza de que vuelva a ocurrir, y junto a una sociedad
que cuestiona a la mujer en lugar de hacerlo al hombre agresor. Esa es
la superioridad del hombre que utiliza la violencia de género, cuyo
sentido es dado por la cultura que la “normaliza”, no por las
circunstancias individuales del caso. Y eso es lo que reconoce el
Tribunal Supremo en su jurisprudencia, como hemos visto recientemente.
La estrategia del machismo es clara, “negar para confundir y
confundir para negar”. Esa es la razón por la que antes negaban la
violencia de género, puesto que no había estadísticas ni una definición
específica de ella en la ley, y ahora que sí la hay y conocemos su
dimensión y significado, intentan negar el machismo de la violencia, es
decir, la construcción de género que hay tras ella para ocultarla entre
otras violencias.
En algo tienen razón, hoy “not all women”están dispuestas a aceptar las imposiciones del machismo, y “not all men”son
ya machistas, por eso el machismo cada vez tiene menos espacio y menos
poder, de ahí su reacción y los bulos que levantan, porque el machismo
sin el andamio de la mentira solo es escombros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario