El pueblo mexicano
enfrenta su primera emergencia en el ámbito de la acción paciente y su
aprendizaje político contra las viejas clases dominantes que pronto
adoptaron el formato criminal aplicado en toda nuestra América Latina
contra gobiernos no acordes con los dictados imperiales. Así también, el
gobierno de Andrés Manuel López Obrador está ante su primera prueba de
fuego en la contención de las oligarquías y burocracias que parasitan a
expensas del negocio petrolero, o la concesión por presiones.
Por sus arraigadas relaciones y razones económico-políticas, este capitalismo huachicolero
no es un negocio fácil de arrebatar. Conlleva complicidades
empresariales, políticas, mafiosas, tanto como una corrupción orgánica e
infinidad de relaciones largamente construidas en las formas de hacer
de la industria de hidrocarburos el gran botín. Según se viene
demostrando, el susodicho medio de acumulación de capital se estableció
durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari al poner la paraestatal
PEMEX y su sindicato bajo resguardo de sus testaferros, en contubernio
con empresarios, gobernadores y multinacionales petroleras, lo que
devino en socavar tal industria para los efectos privatizadores.
El huachicoleo como forma de succionar recursos en el cual se desarrolló un entramado social más amplio a modo de economía capitalista subterránea;
se encuentra en cómo los sectores dominantes y las relaciones de
dominación establecen su poder saqueando, adulterando, robando,
diluyendo, pirateando, contrabandeando y cambalacheando la gasolina, así
como tantas otras áreas de la economía o la política.
Con las
decisiones de gobierno al respecto, la cuestión se encamina a la
contrastación frente a estas formas particulares del capitalismo salvaje
neoliberal que se vestía de traje inglés pero que actuaba como el
vulgar ex inquilino desvalijador de Los Pinos; saqueando a manos llenas.
Por obvias razones la mediática advierte que no se debe dar ni un paso
más, e inducen a forjar un criterio general de que lo mejor será dejar
las cosas como están.
Así entonces, la agresión completa de la
derecha entra en una fase de ofensiva destructiva, en el esquema del
sabotaje, el desgaste y la desarticulación, causando zozobra, desabastos
e incertidumbre en la población, con tal de recuperar sus posiciones de
poder. Las actuales contingencias vienen empujadas por grandes
problemáticas del capitalismo, en una secuela de acontecimientos cada
vez más críticos que invaden el espacio público.
En esta compleja
situación, las líneas tradicionales del Estado mexicano se hacen
presentes en torno a los tradicionales golpes a un enemigo interno en el
inicio de cada sexenio, por lo que no se descarta la posible caída en
desgracia del todopoderoso Carlos Romero Deshamps, líder del Sindicato
de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. Derrocamiento que
es una necesidad de AMLO para posicionarse de manera terminante sobre el
control real de la paraestatal, una forma de acrecentar su capital
político, a más de representar un golpe moral y político a la alta
burocracia de ultraderecha.
Además de ser necesidad del proceso
democrático de ajustarle cuentas al sindicalismo charro y una auténtica
necesidad para el surgimiento de movimientos populares. Resulta
significativo el posicionamiento de la clase obrera petrolera y el
pueblo en torno a la defensa y organización de los recursos de esta
industria y ante las situaciones por venir, teniendo que pasar a la
resistencia activa, a la acción protagónica en la defensa del eje
económico del país.
Aun cuando existe un consenso y autocensura
discursiva entre las principales fuerzas políticas, lo cierto es que
comenzó el año materializándose de manera especial las formas en que se
desatan las contradicciones y confrontaciones sociales. Las dificultades
de análisis sobre las divergencias en el proceso, el tejido de un nuevo
movimiento y las raíces capitalistas burocráticas en el huachicoleo,
paulatinamente deben ser evidenciadas en su naturaleza de clase.
Enfocarse en que “la estrategia está mal planteada o planeada”
no tomaría en cuenta que, por encima de las dificultades presentes,
está la obligada resistencia que presentan los enemigos del pueblo ante
cualquier cambio mínimo en la correlación de fuerzas. Un deslizamiento a
la derecha elude lo necesario del proceso como posibilidad de
transformación social en ventaja de la lucha popular.
En todo
proceso social, el orden completo es imposible e irreal, las
contingencias y coyunturas son las formas en que se adelantará la lucha
hasta tomar un nuevo ritmo e impulso de agitación revolucionaria. Por
ello cualquier mecanismo de plan popular debe ponderar y pulsar cada
nueva situación. Hay que valorar lo mutable de cada circunstancia;
también aquello que se ancla a los antagonismos de forma directa; lo que
surge por la colisión de tendencias políticas; lo que se manifiesta por
la combinación de situaciones; y los cambios necesarios en los esquemas
de lucha y organización del pueblo.
La mar de eventos que se
está sucediendo en la vida política del país marca un nuevo escenario
para el desenvolvimiento de sus luchas. Hasta hace poco la política se
dictaba y el pueblo se sometía por las buenas ideológicas o por las
malas represivas, las cosas deben cambiar.
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