TribunaFeminista
A raíz del movimiento de "los chalecos amarillos" en Francia sobre la precariedad laboral, la lucha de clases y la presencia protagonista y visible de las mujeres en el imaginario colectivo de la lucha de clases. |
Ya comenté en otro artículo
las múltiples extrañezas, incógnitas y desconciertos que despertó y
despierta el movimiento de los chalecos amarillos.También sorprendió a
muchos ver a tantas mujeres endosándose el chaleco amarillo y ocupando
rotondas.
Sorprendió porque, en el imaginario colectivo, las luchas populares y
“proletarias” (ya hemos llegado a un punto tal en el que me veo obligada
a poner “proletarias” entre comillas) las siguen encarnando mineros,
operarios del altos hornos, de astilleros, de cadenas de montaje, etc.
Figuras masculinas, en suma, ligadas a sectores de la producción que
concentran (o mejor dicho, concentraban) a miles de trabajadores.
Pero ese imaginario ya no refleja la realidad social.
Las
minas están cerradas, los altos hornos también, las fábricas
deslocalizadas, y las grandes empresas nacionales (ferrocarriles,
correos, etc.) en vías de privatización…
Por el contrario, ese imaginario no tiene interiorizada aún la nueva
masa proletaria: las mujeres.
Porque sí, son las mujeres quienes ocupan los trabajos más precarios y
peor pagados. Son ellas las que, además, tienen que lidiar
cotidianamente con la gestión de gastos del hogar.
Ellas van a la compra y comprueban lo que da o no da de sí el sueldo, pagan las facturas de la luz, el gas, el alquiler… Y son ellas quienes tienen jubilaciones más exiguas y quienes, en caso de divorcio, se quedan al cargo de los hijos. En Francia, el 23% de las familias con hijos menores de 18 años son monoparentales, de ellas, el 85% son monomadrentales (ya sé que la palabra no existe). El 34,8 % de estas familias son pobres. En definitiva, las mujeres forman el más nutrido batallón de explotados proletarios. Son, por lo tanto, quienes más motivos acumulan para declararse en rebeldía.
Nada raro tiene, pues, verlas con el chaleco amarillo. Y si no hay muchas más es porque la movilización de las mujeres resulta difícil y problemática dado que encuentran importantes dificultades y barreras que impiden su movilización. La fundamental radica en el tipo de trabajo que realizan: cuidadoras de niños y ancianos, asistentas, mujeres de la limpieza, dependientas, camareras, empleadas del sector de la restauración, etc.
En definitiva, los trabajos que ocupan las mujeres (tanto en Francia como en España) tienen estatus múltiples y dispersos. Se ejercen en condiciones no solo muy variadas sino, y sobre todo, en condiciones de aislamiento y fragmentación (o, en grupos pequeños: residencias de ancianos, hoteles…).
A pesar de que la población femenina tiene, por término medio, más nivel escolar, los trabajos que realizan requieren escasa “cualificación”. De modo que (dato revelador de los mecanismos patriarcales que impregnan el mercado laboral) los únicos sectores donde los diplomas de las mujeres se ven reflejados son aquellos a los que se accede estrictamente por oposición (enseñanza, administración, judicatura, etc…).
A nadie se le escapa lo problemático que resulta convocar una huelga de empleadas de hogar, por ejemplo. Para empezar, quizá la mayoría de ellas ni se enteraría de la convocatoria y, para seguir ¿qué pueden hacer? ¿Enfrentarse en solitario cada una a sus patronos, esos que, a menudo, ni siquiera las tienen declaradas y que pueden despedirlas de la noche a la mañana sin indemnización y sin subsidio de paro? ¿Quién las protege de los abusos y chantajes? Aisladas, poco organizadas, con un alto porcentaje de emigrantes (cuya vulnerabilidad es aún mayor)…
De todo ello se desprende lo complicado y difícil que les resulta contactar entre sí, adquirir conciencia de grupo oprimido, unificar demandas y emprender luchas comunes. Y, por eso, también en España (donde la situación es igual o peor) ha habido pocas movilizaciones. Y las que ha habido, como las de las Kellys o como la huelga de las dependientas de Berska en Pontevedra, aunque heroicas, se han dado en grupos comparativamente menos aislados y fragmentados que los de las empleadas de hogar, pongamos por caso. Muy difícil, sí, lanzar luchas reivindicativas. Y tampoco ayuda el hecho de que las estructuras de partidos y sindicatos sigan mentalmente ancladas en el siglo XX (cuando no en el XIX), sin terminar de tomarse en serio a las mujeres ni los trabajos que realizan. Por eso, un movimiento del tipo “chalecos amarillos”, que llama a salir a una rotonda y ocuparla, ha encontrado eco en tantas mujeres que expresan así su indignación y su hartazgo.
El domingo, 6 de enero, las mujeres fueron más allá: realizaron concentraciones específicas (señalando, eso sí, que no eran concentraciones feministas). En ellas llamaron a la incorporación de otras mujeres. Cabe destacar que también pidieron evitar la violencia porque, ciertamente -y quizá en contra de lo que pueda parecer- la violencia termina desmovilizando. Cuando los sindicatos y/o los partidos convocan manifestaciones, organizan potentes servicios de orden. Pero los chalecos amarillos se niegan a ello por lo que es imposible controlar tanto la ira de los manifestantes como la afluencia de grupos de “casseurs”, es decir, bandas de gamberros y vándalos que se suman “a lo que sea” con el único objetivo de destruir.
Nadie sabe cómo evolucionarán estas movilizaciones que, ciertamente, manifiestan el descontento tan profundo que anida en buena parte de la sociedad francesa. Ni siquiera está claro si terminará propiciando un viraje a la derecha o a la izquierda… Yo espero que, en cualquier caso, permitan que las mujeres creen algún tipo de estructura o red que las contacten entre sí y que puedan potenciar sus luchas (y su conciencia feminista, por añadidura).
Ellas van a la compra y comprueban lo que da o no da de sí el sueldo, pagan las facturas de la luz, el gas, el alquiler… Y son ellas quienes tienen jubilaciones más exiguas y quienes, en caso de divorcio, se quedan al cargo de los hijos. En Francia, el 23% de las familias con hijos menores de 18 años son monoparentales, de ellas, el 85% son monomadrentales (ya sé que la palabra no existe). El 34,8 % de estas familias son pobres. En definitiva, las mujeres forman el más nutrido batallón de explotados proletarios. Son, por lo tanto, quienes más motivos acumulan para declararse en rebeldía.
Nada raro tiene, pues, verlas con el chaleco amarillo. Y si no hay muchas más es porque la movilización de las mujeres resulta difícil y problemática dado que encuentran importantes dificultades y barreras que impiden su movilización. La fundamental radica en el tipo de trabajo que realizan: cuidadoras de niños y ancianos, asistentas, mujeres de la limpieza, dependientas, camareras, empleadas del sector de la restauración, etc.
En definitiva, los trabajos que ocupan las mujeres (tanto en Francia como en España) tienen estatus múltiples y dispersos. Se ejercen en condiciones no solo muy variadas sino, y sobre todo, en condiciones de aislamiento y fragmentación (o, en grupos pequeños: residencias de ancianos, hoteles…).
A pesar de que la población femenina tiene, por término medio, más nivel escolar, los trabajos que realizan requieren escasa “cualificación”. De modo que (dato revelador de los mecanismos patriarcales que impregnan el mercado laboral) los únicos sectores donde los diplomas de las mujeres se ven reflejados son aquellos a los que se accede estrictamente por oposición (enseñanza, administración, judicatura, etc…).
A nadie se le escapa lo problemático que resulta convocar una huelga de empleadas de hogar, por ejemplo. Para empezar, quizá la mayoría de ellas ni se enteraría de la convocatoria y, para seguir ¿qué pueden hacer? ¿Enfrentarse en solitario cada una a sus patronos, esos que, a menudo, ni siquiera las tienen declaradas y que pueden despedirlas de la noche a la mañana sin indemnización y sin subsidio de paro? ¿Quién las protege de los abusos y chantajes? Aisladas, poco organizadas, con un alto porcentaje de emigrantes (cuya vulnerabilidad es aún mayor)…
De todo ello se desprende lo complicado y difícil que les resulta contactar entre sí, adquirir conciencia de grupo oprimido, unificar demandas y emprender luchas comunes. Y, por eso, también en España (donde la situación es igual o peor) ha habido pocas movilizaciones. Y las que ha habido, como las de las Kellys o como la huelga de las dependientas de Berska en Pontevedra, aunque heroicas, se han dado en grupos comparativamente menos aislados y fragmentados que los de las empleadas de hogar, pongamos por caso. Muy difícil, sí, lanzar luchas reivindicativas. Y tampoco ayuda el hecho de que las estructuras de partidos y sindicatos sigan mentalmente ancladas en el siglo XX (cuando no en el XIX), sin terminar de tomarse en serio a las mujeres ni los trabajos que realizan. Por eso, un movimiento del tipo “chalecos amarillos”, que llama a salir a una rotonda y ocuparla, ha encontrado eco en tantas mujeres que expresan así su indignación y su hartazgo.
El domingo, 6 de enero, las mujeres fueron más allá: realizaron concentraciones específicas (señalando, eso sí, que no eran concentraciones feministas). En ellas llamaron a la incorporación de otras mujeres. Cabe destacar que también pidieron evitar la violencia porque, ciertamente -y quizá en contra de lo que pueda parecer- la violencia termina desmovilizando. Cuando los sindicatos y/o los partidos convocan manifestaciones, organizan potentes servicios de orden. Pero los chalecos amarillos se niegan a ello por lo que es imposible controlar tanto la ira de los manifestantes como la afluencia de grupos de “casseurs”, es decir, bandas de gamberros y vándalos que se suman “a lo que sea” con el único objetivo de destruir.
Nadie sabe cómo evolucionarán estas movilizaciones que, ciertamente, manifiestan el descontento tan profundo que anida en buena parte de la sociedad francesa. Ni siquiera está claro si terminará propiciando un viraje a la derecha o a la izquierda… Yo espero que, en cualquier caso, permitan que las mujeres creen algún tipo de estructura o red que las contacten entre sí y que puedan potenciar sus luchas (y su conciencia feminista, por añadidura).
Concentraciones en Toulouse en el quinto sábado de protestas de los chalecos amarillos en Francia
(Foto de ARCHIVO)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario