Rosa
Luxemburgo podría ser pin, podría estar estampada en una remera y su
rodete podría estar delineado en algún esténcil que dibuje las calles de
Buenos Aires. Sin embargo, su figura permanece lejana y casi
desconocida para un movimiento -el de mujeres-, al que no le sobran las
referentes. Rosa es apenas un nombre que hace algún eco en nuestros
oídos.
¿Tendrá algo para decirnos sobre nuestro presente esa mujercita
gigante, cuya vida unió como con un hilo la Comuna de París y el primer
levantamiento obrero en Alemania? ¿Podremos mirarla desde abajo, de más
de cerca, para (ad)mirarla política, teórica y personalmente; o, al
menos, para redimirnos por empezar a olvidarla?
Es lo que nos demostró durante los 48 años en los que sacudió al que
resultó ser el partido obrero más grande del mundo: la socialdemocracia
alemana. Y, sin miedo exagerar, desde ahí es que Rosa hizo temblar al mundo.
El libro La Rosa Roja
-cuya versión en español acaba de ser presentada en Argentina por
Ediciones IPS- de la británica Kate Evans, colabora con el acercamiento a
un personaje que, casi cien años después de su muerte, sigue teniendo
mucho para decir. Se trata de una biografía gráfica que a través de la
obra y de su correspondencia personal delinea la personalidad y la vida,
pero también los debates y aportes teóricos de esta mujer que hizo de
bisagra entre dos siglos. Recuerda en ese aspecto a otro homenaje que
llevó su nombre y que fue presentado en 1986, dirigido por Margarethe
von Trotta, en forma de película.
Con su compañera y amiga Clara Zetking -quien estaba al frente de la organización de mujeres socialistas y de su periódico, Die Gleichheit (La Igualdad, en alemán)- Rosa batalló por la que era una de las demandas de la época: el voto universal. Aunque
se negó a ser parte de la división femenina del partido -temía, dicen,
que eso fuera utilizado por sus compañeros varones para desplazarla de
la dirección-, dedicó buena parte de su militancia, sus artículos y sus
discursos a la causa y, puntualmente, a la polémica con un feminismo que
ella catalogaba de burgués.
Entonces, al igual que ahora, el movimiento de mujeres estaba recorrido
por diferentes debates y polémicas, en las que Clara y Rosa fueron
determinantes. Pareciera, para sorpresa de varios, que siempre se trató
de un movimiento profundamente político, atravesado por las tensiones de
la época; por las sociales, por las raciales y -fundamental para Rosa-
por las de clase. Es lo que refleja con bastante habilidad el documental
de 2014 She is beautiful when she's angry, de
la directora Mary Dore y que puede verse en Netflix, sobre otro punto
de inflexión para las mujeres del mundo: el movimiento feminista de los
años sesenta en Estados Unidos.
Por eso, a principio de siglo pasado y en plena lucha por los derechos
políticos para las mujeres, Luxemburgo escribía sobre los debates de ese
momento:
"El
voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque tras él están
los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior, es decir, a
la socialdemocracia. Si se tratara del voto de las damas burguesas, el
Estado capitalista lo considerará como un apoyo para la reacción. La
mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha
contra los 'privilegios masculinos', se alinearían como dóciles
corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si
tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la
parte masculina de su clase" *.
Precursoras, en el año 1907 Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin participaron de la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas,
en Stuttgart, Alemania, que aprobó entre sus resoluciones la
obligatoriedad de los partidos socialistas del mundo a luchar por el
sufragio femenino y elaboró una estrategia política para acercar a las
trabajadoras a los partidos socialistas.
La Segunda Conferencia, celebrada en 1910 en Copenhague, discutió la
cuestión de la guerra -bajo la consigna 'Guerra a la guerra'- y llamó a
las mujeres a luchar contra el militarismo y el chauvinismo. Y fue en
ese encuentro en el que más de cien mujeres de 17 países
definieron que el 8 de marzo quedaría establecido desde entonces como el
Día Internacional de la Mujer.
Pero además de su compromiso con la causa de las mujeres, Rosa Luxemburgo vivió como una feminista. Nació
en Polonia en el año 1871 con una enfermedad congénita que resultó en
una renguera que la acompañó hasta el final de sus días. El bamboleo de
su cuerpo menudito no impidió que, ya en Alemania y después de
convertirse en una militante socialista, conmoviera los mitines con su
potencia y con la fuerza de sus ideas. En el medio tuvo amantes, varios,
y amores, otros tantos; pero nunca tuvo hijos. No está claro si porque
así lo eligió apelando a algún método contraceptivo o porque no lo
logró. Lo cierto es que Rosa dedicó sus esfuerzos y hasta el último de sus suspiros a la causa de su vida: la revolución.
Por eso es que su vida no siguió, casi en ningún momento, la senda de
lo que indicaba su género, su familia, la sociedad en la que vivió, el
Estado alemán, o incluso su propio partido, que por esos años
experimentó un crecimiento exponencial y llegó a convertirse en el
primer partido del Reichstag.
Rosa no se achicaba ante nadie, y por eso durante toda la etapa previa
a la escisión del partido mantuvo fuertes debates teóricos con los pesos
pesados de la Socialdemocracia -fundamentalmente Eduard Bernstein pero
también con August Bebel, y más adelante con personalidades como Karl
Kautsky-. Escribía artículos en el periódico partidario, mantenía reuniones, escribía, entraba en la cárcel, salía, y seguía escribiendo.
"Las
personas, cuando escriben, se olvidan de interpelarse profundamente y
de experimentar el verdadero alcance y significado de lo que están
escribiendo. Creo que hay que vivir los temas a pleno y experimentar de
verdad cada momento, cada día, con cada artículo que uno escribe. De ese
modo se pueden hallar palabras frescas, que salen y llegan al corazón,
en vez de las viejas frases familiares de siempre"**.
Rosa se permitió cuestionar el rumbo de su propio partido siempre
que lo creyó necesario, y esa posición crítica tomó características
dramáticas cuando, en agosto de 1914, Alemania decidió unirse a
la primera gran carnicería del siglo y contó para eso con los votos de
la socialdemocracia en el parlamento. Al dramatismo de la
guerra, Rosa le sumó la traición de sus compañeros: ahora eran ellos los
que mandaban a los trabajadores a morir bajo el fuego enemigo."Desde el
4 de agosto de 1914 la socialdemocracia alemana es un cadáver
putrefacto", escribió entonces. Su oposición a la guerra la llevó a la
cárcel, después de ser acusada por traición a la patria.
"Avergonzada,
deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la
sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de
paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante,
orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la
humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza" ***.
Fue el punto de inflexión que determinó la formación de la Liga
Espartaquista, primero, y del Partido Comunista alemán, después. Ambos
protagonistas de tres levantamientos armados de los trabajadores
alemanes: en 1918 -y que dio a luz a la República de Weimar-, en 1921 y,
finalmente, en 1923. El sangriento aplastamiento de las tres revueltas
fue observado con desilusión por los líderes soviéticos Vladimir Lenin y
León Trotsky, con quien Rosa tampoco se había privado de discutir la
estrategia de los revolucionarios para la etapa.
Pese a las críticas, diferencias y desacuerdos -Rosa había cuestionado
varios aspectos de los primeros años de la revolución bolchevique, y los
rusos la habían cuestionado a su vez a ella por, entre otras cosas, su
lectura sobre la llamada 'cuestión nacional'- primaba entre ellos la
admiración y el respeto. Lo demuestra un breve texto escrito por Lenin
en 1922 titulado Rosa Luxemburgo, el águila que se equivocó,
en el que dice sobre la polaca: "Suele suceder que las águilas vuelen
más bajo que las gallinas, pero una gallina jamás puede remontar vuelo
como un águila". Trotsky, por su parte, escribió en junio de 1932 el
texto Saquen sus manos de Rosa Luxemburgo, con
el único objetivo de reivindicarla de lo que él consideraba que era una
"calumnia" de Stalin, que por entonces ya se había hecho con el cargo
de secretario general del Partido Comunista ruso.
Casi un siglo después de su muerte, las reivindicaciones póstumas parecen insuficientes para una mujer que vivió y murió con la intensidad con que lo hizo ella.
Su destino final la encontró ocupada en las tareas de su
periódico, y se la llevó detenida para después ser interrogada, golpeada
y, al final, asesinada. Era el 15 de enero de 1919 y sus captores
formaban parte de una sección de asalto del ejército de un gobierno con
mayoría socialdemócrata. Su cuerpo sin vida nadó varios meses por los
canales que cortan Berlín hasta ser hallado y más tarde enterrado.
Porque Rosa, tanto ayer como hoy, parece siempre querer volver.
*1- El voto femenino y la lucha de clases. Discurso pronunciado en las Segundas Jornadas de Mujeres Socialdemócratas, en mayo de 1912.
*2- En The Letters of Rosa Luxemburg.
*3- En Folleto Junius, en 1916.
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