La Joven Cuba
He observado cierto
escepticismo y críticas realizadas a la teoría de género que han llegado
a extremos inusitados e, incluso, irrespetuosos al utilizar términos
como «invenciones» o «barbaridades» para descalificar saberes y
conocimientos a los que especialistas e investigadores de disímiles
especialidades han consagrado toda una vida de estudios y demostraciones
científico-sociales.
Quizás los desacertados análisis sean
resultado del desconocimiento sobre el tema; pero tampoco debemos
soslayar que deconstruir los patrones tradicionales de género es una
tarea harto difícil, sobre todo si tenemos en cuenta que, como bien nos
presagiaba la Dra. C. Clotilde Proveyer, «el sistema de dominación
patriarcal hoy goza de salud debido a su carácter de adaptabilidad».
No
podemos ser ingenuos, la ideología patriarcal se perpetúa y reproduce a
través de diferentes códigos comunicacionales en los marcos de la
posmodernidad. Los nuevos símbolos y mensajes que se generan mediante la
internet y las redes que ello implica, así como el andamiaje de la
industria cultural desde los medios de comunicación y las necesidades
que genera la sociedad de consumo, naturalizan lo masculino y lo
femenino como identidades inamovibles y estáticas, y desconocen las
incidencias culturales y sociales en la conformación de ambas.
A
lo anterior es necesario añadir la influencia de personajes
«encumbrados» que mantienen un liderazgo político, cultural o de otra
índole, y generan estados de opinión vitoreados por buena parte de las
masas; de ahí la importancia que utilicen de manera adecuada
determinados términos y conceptos o busquen información especializada si
no son avezados en la materia. Y lo digo por los comentarios del
expresidente de Ecuador, Rafael Correa, quien se refirió en público a la
educación sobre la identidad de género como una «ideología
peligrosísima, barbaridades que académicamente no resisten el menor
análisis y destruyen la base de la sociedad que sigue siendo la familia
convencional».
No debemos tomar las palabras de Correa para hacer una valoración crítica a priori,
sino como pretexto para reflexionar en torno a ellas. Comenzaré por una
cuestión simple: el problema de los conceptos y su correcta
utilización. En este sentido, debemos tener en cuenta las diferencias
teóricas entre sexo como cuestión biológica (genético, cromosómico,
anatómico y hormonal), y género como construcción histórica y
socio-cultural que asigna identidades, roles sociales y espacios de
socialización de carácter binarias y jerarquizadas, que se reproducen y
transmiten desde la niñez.
¿Sería correcto considerar que los
niños y las niñas nacen genéticamente con los modos de actuar y pensar
que conducen sus proyectos de vida?
El ser humano, además de
constituir un ser biológico, es un ser psico-social, y como tal,
transita por diferentes fases formativas que condicionan su pensamiento,
sus roles sociales, su cosmovisión e ideología. Los condicionamientos
sociales determinan las identidades masculinas y femeninas en términos
de dualidad: masculino/femenino, hombre/mujer, cultura/naturaleza,
público/privado, producción/reproducción, entre otros. Como escribí en Develando el género, «no
se trata de ignorar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres»
sino que estas no sean tomadas como pretexto para justificar la
dominación masculina versus subordinación femenina, ni limitar las
potencialidades del ser humano.
Con respecto a la sexualidad, los
problemas se generan al confundir identidad de género y orientación
sexual. En el caso de la primera, estamos ante la construcción y
asunción de patrones identificativos e identitarios desde el punto de
vista psicológico, cultural e ideológico, que se reflejan en las maneras
de vestir, juegos, espacios de socialización, comportamientos sociales,
la división sexual del trabajo, y son establecidas socialmente para
hombres y mujeres. Sin embargo, la orientación sexual se refiere a la
atracción sexual y afectiva entre personas que pueden ser o no del mismo
género.
Las identidades femeninas y masculinas vienen cargadas
de significación pues se enmarcan a partir de la heterosexualidad como
norma, y la transgresión de ese principio conlleva al rechazo social.
Ergo,
la homosexualidad se enmarca como un comportamiento «anormal»,
«desviado», «antinatural», y por ende, que «desvirtúa las leyes
naturales y los mandamientos de Dios». De ahí las polémicas que se han
generado en torno al matrimonio igualitario y los derechos jurídicos que
ello posibilita para la adopción homoparental, a pesar de las
transformaciones que se han manifestado en la institución familiar
durante los últimos tiempos.
El principal reto es que la sociedad
comprenda y asuma otros modelos de familia presentes en el entramado
social. El centro de atención debe ser la inserción de políticas
educativas y culturales que aumenten los niveles de tolerancia y
sensibilidad ante este tema. La escuela es un espacio de máxima
prioridad y la educación de género permite construir una sociedad basada
en los principios de equidad e inclusión social; solo así podremos
educar sobre la base del respeto hacia la diversidad y sin
discriminación social.
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