Cuando la diplomacia
mexicana gozaba de consolidado respeto pudo ayudar, mediante labores de
mediación, a atemperar o evitar las aristas más explosivas o violentas
de conflictos internacionales. El desplome de esa diplomacia,
marcadamente durante los gobiernos de mala catadura que encabezaron
Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña, colocó a México como
sirviente de intereses estadunidenses, sin mayor reconocimiento en
Latinoamérica y el mundo.
Es ejemplo de esos momentos brillantes de mediación el Grupo
Contadora (nombre tomado de la panameña Isla Contadora, donde se realizó
la primera reunión de trabajo), que fue creado en 1983, con Miguel de
la Madrid como presidente de la República y Bernardo Sepúlveda como
canciller, para tratar de restablecer la paz en Guatemala, El Salvador y
Nicaragua (con impacto nicaragüense en parte de Honduras), mediante una
acción concertada de Colombia, Panamá y Venezuela, con México como
pivote.
La recuperación de la doctrina Estrada (postulada en 1930 por el
mazatleco Genaro Estrada, quien era secretario mexicano de relaciones
exteriores durante el gobierno de Pascual Ortiz Rubio, en pleno maximato
callista) ha permitido al gobierno de López Obrador (a pesar de la
andanada de descalificaciones de sus adversarios políticos, en especial
la derecha que está en fase histérica contra Nicolás Maduro) la
recuperación de la capacidad de incidir positivamente en coyunturas
delicadas como la que hoy se vive en Venezuela.
Las graves consecuencias que podría generar la escalada golpista
impulsada desde Washington y secundada por buena parte de los
gobernantes sudamericanos, con el brasileño Bolsonaro como entusiasta
ariete, podrían frenar provisionalmente o conjurarse si avanza la
propuesta de negociaciones políticas que han lanzado México y Uruguay,
al formular
un llamado a todas las partes involucradas, tanto al interior del país como al exterior, para reducir las tensiones y evitar una escalada de violencia que pudiera agravar la situación. La posibilidad de establecer un diálogo con sus opositores, encabezados por el autoproclamado Juan Guaidó, fue aceptada por Nicolás Maduro, quien así respondió a los gobiernos de López Obrador y el médico Tabaré Vázquez:
Les digo públicamente que estoy de acuerdo.
Ayudar al diálogo y tratar de evitar un conflicto que podría
involucrar fuerzas expansivas de varios continentes es un objetivo más
importante que la simple suma de México al conjunto de países
latinoamericanos que en consonancia con la Casa Blanca han desconocido
al gobierno de Nicolás Maduro, criticable y lesivo en varios aspectos,
pero no al grado de promover y aplaudir un acto más de intervencionismo
estadunidense. Sin embargo, la búsqueda desesperada de banderas
políticas por parte de la oposición a López Obrador hace que ignoren la
importancia de esta posibilidad de mediación, en aras de eventuales
réditos forzados e inmediatistas.
En la confesa era del PRIMor (PRI y Morena), que tan
dulcemente suena a los oídos de la presidenta formal del actual partido
hegemónico, Yeidckol Polevnsky (ella dijo, al explicar el empuje de
Morena para que un priísta gobierne de manera interina Puebla, que
sonaba mejor PRIMor que PRIAN, añadiendo
consideraciones muy reivindicativas para el priísmo), el presidente
López Obrador elogió a un ejemplar prototípico del priísmo, el
gobernador hidalguense Omar Fayad, ante los demás mandatarios estatales
que se reunieron con el titular del Poder Ejecutivo federal durante una
sesión extraordinaria del Consejo Nacional de Seguridad Pública. Según
eso, Fayad habría tenido un comportamiento ejemplar durante la crisis de
Tlahuelilpan.
Los acercamientos del morenismo al PRI tienen, entre otros objetivos,
el de aislar aún más al Partido Acción Nacional y, en lo legislativo,
conseguir votos de tres colores en pro de la Guardia Nacional conforme
la desea López Obrador, con todo y el artículo transitorio que tantas
objeciones ha generado.
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