Poco a poco, fueron desapareciendo de los centros de abastecimiento
en varias partes del país, incluida la Ciudad de México. Reaparecieron
hace algunos días, cuando el tema del robo de combustible tomó la
dimensión de lo que es: un riesgo para la seguridad nacional.
Entre los buenos oficios propagandísticos del presidente, la escasez
de gasolina y la tragedia en Tlahuelilpan, que oficialmente ha dejado
hasta ahora un centenar de muertos, el tema ha dominado la agenda
pública. Y seguirá muy presente.
Hace justo un mes, el presidente colocó el tema del robo de gasolinas
cuando había perdido el control de la agenda pública por la caída del
helicóptero donde viajaban la gobernadora de Puebla, Martha Erika
Alonso, y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, quien se perfilaba
como uno de sus principales opositores.
La referencia al auge del robo de combustible en Puebla durante el
gobierno de Moreno Valle fue en ese momento obligada, inevitable.
Desde entonces, ha abundado información sobre los llamados
“huachicoleros”, los grupos delictivos, los permisionarios, la ocupación
militar de las instalaciones estratégicas de Pemex, y ahora sobre la
red de distribución de combustible que el gobierno va a construir de
forma paralela a la empresa petrolera.
La Fiscalía General de la República (FGR), la Unidad de Inteligencia
Financiera (UIF) y el Sistema de Administración Tributaria (SAT), ambos
de la Secretaría de Hacienda, han presentado cifras que están
encaminadas hacia los vendedores del combustible.
Respecto a exfuncionarios del gobierno, el presidente y sus
principales colaboradores involucrados en el tema, tienen una salida
perfecta: el debido proceso. Es decir, no inculpar a nadie sin antes
judicializar las investigaciones. Aunque el presidente sí se animó a
mencionar por su nombre al general Eduardo León Trauwitz, titular de la
Subdirección de Salvaguarda Estratégica en el sexenio pasado y protegido
del entonces presidente Enrique Peña.
Pero nada han dicho sobre otra de las incógnitas de la ecuación para
despejar las responsabilidades: los compradores del combustible más allá
de los particulares que adquirían gasolina robada; es decir, las
grandes empresas que han participado en la cadena delictiva.
Son responsables no solo por comprar gasolina robada a sabiendas de
que era un delito. También, por haber participado en un esquema de
lavado de dinero y hasta de defraudación fiscal.
Al comprar combustibles robados, en primer lugar, ayudaban a la
delincuencia organizada a introducir en la economía legal activos
ilegales. En segundo, al producir bienes o servicios con insumos
adquiridos de forma ilegal, lo de menos era la competencia desleal a sus
competidores.
Es muy probable que hayan cometido un doble fraude fiscal al
manifestar en sus declaraciones costos de sus servicios o procesos
productivos como si uno de sus principales insumos, el combustible,
hubiera sido comprado en el mercado legal, con su respectivo pago de
impuestos.
Si se actúa contra toda la estructura delictiva -integrada por
quienes extraían, las autoridades de todos los niveles que lo permitían,
los concesionarios o individuos que vendían y las empresas que
compraban para sus procesos productivos-, estaremos ante un verdadero
combate a ese delito y no frente a una estrategia política que está
teniendo altos costos sociales. Veremos.
@jorgecarrascoa
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