Por ejemplo, la justicia que deberá surgir para controlar la validez
de la política en materia de seguridad que nuestro gobierno se empeña en
imponernos o la justicia que hará falta para contrarrestar la
restricción excesiva a la libertad a través de la prisión preventiva
oficiosa. O desde otro escenario, la justicia que ajuste la política de
bienestar a un enfoque de derechos humanos; la que contribuya a
erradicar la violencia contra las mujeres; la que asegure un futuro para
nuevas generaciones.
Esa justicia que el representante de la Suprema Corte se ha
comprometido en transformar, y para lo cual necesita de sus colegas en
el Pleno y Salas, y en cada juzgado y tribunal de amparo. Usando las
ideas de sus líneas generales de trabajo: juzgados sensibles frente a
los legítimos reclamos sociales; cercanos a las personas –más que
condescendientes con el poder, añado de mi parte–; que tengan claro que
su misión es garantizar el disfrute de los derechos humanos; abiertos a
la sociedad, a su escrutinio y a sus aportaciones externas para mejorar.
Tengo claro que el ministro Zaldívar no estará solo en esta empresa,
seguro estoy de que consolidará un equipo de personas comprometidas con
la visión garantista de los derechos que ha buscado impulsar desde su
llegada a la Corte. Pienso, sin embargo, que las probabilidades de éxito
de esta transformación que ha prometido se verán incrementadas a partir
de dos elementos: el ejemplo que den él y sus colegas a todos los
juzgados del país y la construcción de un nuevo perfil judicial.
Me enfoco en el amparo, no solamente porque a eso me dedico, tampoco
porque sea mi mejor recuerdo del maestro con el que tuve la fortuna de
conocer la materia, sino porque aquel juicio requiere transformarse
radicalmente para que sea verdaderamente el recurso sencillo, breve,
accesible, adecuado y efectivo para que las personas comunes encontremos
esperanza en que el cambio social nunca se hará en detrimento de
nuestros derechos, sin importar nuestra condición.
Además, el tema del amparo me permite a la perfección ilustrar lo que
anuncié. Primero, porque el ministro Zaldívar y su equipo pueden dar un
gran ejemplo si enmiendan un criterio de su autoría que no corresponde
con la transformación comprometida. Me refiero al célebre amparo en
revisión 706/2015. Famoso no por buenas razones, sino porque en tal
precedente se limitó al juicio de amparo como medio para obtener la
reparación integral de las violaciones a derechos humanos.
La postura adoptada en ese caso no es la de un Tribunal
Constitucional garante de derechos, es más bien del tipo legalista y
formalista que ha prometido cambiar. Me imagino el potencial de
abandonar ese criterio y un par más, como aquel que impide que por medio
del amparo se logre el acatamiento de resoluciones dadas en sede
internacional de protección de los derechos humanos, o el que pretexta
un análisis de correspondencia para darle la vuelta al cumplimiento de
los fallos de la Corte Interamericana, si ahí se halla el remedio a una
restricción de derechos.
Efectivamente, nuestra Corte necesita un ejercicio autocrítico, pero
la clave para avanzar hacia la justicia que necesitamos no es tanto de
aptitud, sino de actitud. Las capacitaciones no debieran priorizar la
exposición de conocimientos para engrandecer a quienes los transmiten,
sino asegurar que en la práctica se cambie todo lo que se deba de
cambiar para que cada juzgado en el país sea visto como un defensor de
derechos. No hacen falta garantes de ocasión, sino coherentes y
consistentes “agentes de renovación” que contribuyan a una sociedad más
justa. Al final, el acceso a la justicia no debería de depender de la
calidad de quienes litigamos, sino del compromiso social de los
tribunales al servicio de la población.
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