Retrato de Eva Copa Murga, la mujer que se hizo cargo de la Asamblea Legislativa Plurinacional, y del peso que carga hoy por no huir y construir una salida democrática frente al golpe fascista que se hizo del poder en Bolivia.
Mientras deambulan los
asesinados en la ciudad de El Alto en ataúd donado, buscando justicia
para sus muertos, mientras la ciudad entera carga esos muertos para
exigir la renuncia de Janine Añez, aparece como salida de la nada Eva
Copa Murga. Jura como presidenta del Senado y se constituye por el azar
en la segunda mujer al mando del Estado.
Pertenece a la bancada del
Movimiento al Socialismo (MAS) y está a punto de terminar su mandato. En
estos cinco largos años jamás habíamos escuchado su voz. Los espacios
de visibilidad y mando los copaba la clase media letrada y blanqueada
perteneciente al MAS y los dirigentes hombres capaces de imitar y
obedecer a Evo: por eso nadie hasta ahora conoció a Eva.
Es
ahora entonces, cuando la renuncia de Evo ha producido un vacío de poder
gigante, donde cada quien escapó por su lado resquebrajando
internamente al propio partido, que aparece Eva y acepta jurar al cargo
por responsabilidad, por coraje, por valentía. No la valentía del que se
pretende fuerte, sino la valentía de quien se reconoce débil y de quien
sabe que saberse débil es una fuente infinita donde encontrar las
claves para sacar al país de este callejón sin salida. Y así, el golpe
fascista y racista que quería ocuparlo todo, se topó con Eva Copa Murga
que le puso freno al avasallamiento.
Tiene 32 años, es alteña,
hace semanas que no duerme en su casa por razones de seguridad; es
estudiante de Trabajo Social y la vida no le ha dado la oportunidad de
terminar su carrera. Estudia en la universidad pública de El Alto, en
esa carrera que forma parte de la facultad de Ciencias Sociales, una
carrera que esta plagada de birlochas que no quieren convertirse en
intelectuales, sino que entran con el deseo de usar su comprensión de la
gente para servir a la gente. No es chola, aunque seguramente su madre o
su abuela lo son: ella es birlocha. Viste un cómodo pantalón y su
cabello negro largo y brillante no esta trenzado, sino suelto o con
cola. Sus labios café oscuro, sus mejillas quemadas por el sol alteño y
más que nada su forma de hablar -con una mezcla extraña de parquedad,
solidez y timidez- la colocan como la antítesis política de Yanine Añez.
Mientras Añez es una pantalla y por serlo juega a ser una
muñeca ornamental del juego macabro fascista que gobierna Bolivia, Eva
no es una pantalla: es una mujer que asumió el peso del que otros y
otras huyeron. Cuando le pregunté cómo y por qué se había animado a
hacerlo me dijo: “porque soy alteña, porque no tengo otra salida, porque
no me voy a ir de Bolivia a otra parte: no tengo por qué escapar”. Y
cuando le pregunté ¿y por qué han escapado tantos y tantas?, responde:
“Dicen que por razones familiares”.
Llevo trece años en Radio
Deseo entrevistando cuerpo a cuerpo a todo tipo de personajes y nunca he
sentido tanto respeto por mi interlocutora como el que me inspira Eva.
Cuando terminamos de hablar y ya no estamos al aire nos damos un abrazo
largo, en un estudio pequeñísimo, y recién ahí ella por fin decide
llorar. Me contengo no porque me sienta más fuerte que ella, es que
quiero escuchar sus sollozos. La estrujo y siento su fragilidad. Ella
pertenece a quienes no olvidan su fragilidad.
Eva está ahora
sujeta a todo tipo de hostigamiento. Los policías que custodian la plaza
de gobierno la obligan a presentar su credencial una y otra vez para
recordarle con su prepotencia de qué lado están hoy las armas. Eva
padece además la invisibilidad crónica que soportan las mujeres
políticas: los medios no la ven, pero sus colegas parlamentarios de la
derecha la miran de pies a cabeza para intimidarla. Eva viene del mundo
de l@s invisibles y esa es hoy su mayor fortaleza. Nadie esperaba que
ella jugara ningún papel, menos aún que se pusiera a la cabeza de la
Asamblea Legislativa Plurinacional.
Lleva pocos días en el cargo
y ha logrado instalarse como Poder Legislativo alternativo al Ejecutivo
de facto. Ha logrado sujetar a su bancada y declarar que Evo Morales
abandonó el cargo: lo hizo para no conducir al Parlamento a la discusión
sin salida de aceptación o rechazo de la renuncia. Y eso hoy en Bolivia
es frenar la muerte y atajarla con los brazos. Eso es no aferrarse al
caudillo y sabe actuar según su propia consciencia, sabiendo que lo que
está en juego no es lo bien o mal que quede Evo: lo que está en juego es
la democracia. Así ha logrado instalar comisiones de trabajo para
empezar todo de cero: formar tribunal electoral y convocar a elecciones.
Desde el Ejecutivo de facto -donde quieren guardar las formas
jurídicas que maquillen su dictadura como democrática- no han tenido
otra alternativa que mandar su proyecto de ley al Senado sin poder
lanzar las elecciones por decreto y a su medida.
Todo eso lo ha
hecho Eva aceptando cargar el bulto de las circunstancias en sus
espaldas, pisando un piso agrietado que podría tragarla a cada paso.
La ciudad de El Alto es una ciudad donde cotidianamente las mujeres
cargan en sus espaldas grandes bultos en aguayos, llevan su mercadería, o
sus wawas, sus angustias o sus esperanzas a cuestas. Eva carga un bulto
también: el bulto de esperanzas para frenar una guerra civil, el bulto
de ungüentos con que conjurar la violencia de los asesinos, carga el
bulto de los sueños de los asesinados, carga el bulto de las lágrimas de
las dolientes que no paran de llorar, dejando claro una vez más que las
mujeres no queremos ocultar nuestra fragilidad y nuestro dolor.
Eva es la antítesis de Yanine Añez, pero también de Evo.
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