Pedro Miguel
La autenticidad de la información estaba sustentada por el prestigio
de la fuente –hasta la fecha, ni uno solo de los millones de documentos
divulgados por Wikileaks ha sido desmentido ni cuestionado en su
veracidad–, una organización pequeña pero pública, con un líder que
tiene nombre y apellido y que ya por entonces era sujeto de una
persecución implacable. Wikileaks había registrado su nombre de dominio
12 años antes y desde 2006 empezó a revelar información sobre delitos
cometidos desde el poder por gobiernos y que había permanecido oculta.
En 2010, para cuando se dio a conocer el documento llamado Asesinato colateral
–uno de los más contundentes testimonios sobre los crímenes de guerra
perpetrados por Estados Unidos en Irak–, Assange había ganado ya varios
premios de periodismo por su trabajo informativo.
La organización y su fundador tienen una concepción articulada y pública acerca de su tarea: la difusión de la verdad es un poderoso instrumento de las sociedades para evitar los excesos y atropellos de los poderes políticos y económicos y una herramienta de libertad. A la mitad del camino, Assange sumó a la lista de poderes abusivos el mediático, el cual suele ser extensión y cómplice de los otros dos. Y no ignora que la máxima concentración de esos tres factores se llama Estados Unidos, cuyo gobierno es la principal fuente de violaciones a los derechos humanos, sociales y nacionales en el mundo.
Ni Wikileaks ni su fundador han buscado causar impactos políticos determinados en ningún escenario nacional; han confiado en que la fuerza de la verdad es capaz de impulsar por sí misma las causas de la democracia, la transparencia y el empoderamiento social y ciudadano. Wikileaks no cobra ni ha cobrado a nadie por la información que divulga, sea por canales propios u otros medios. La organización se ha sostenido con donaciones voluntarias y con los derechos de autor correspondientes a publicaciones del propio Assange y de algunos integrantes del equipo.
La entidad que se hace llamar Guacamaya y que dice haber extraído
mediante ciberataques decenas de terabytes de los ordenadores militares
de Chile, Colombia, México, Perú y El Salvador, se presenta como
organización de hacktivistas con una ideología anticolonialista
,
partidaria de Abya Yala y adscrita en lo general a lo que se ha
denominado altermundismo. Afirma luchar contra las trasnacionales
depredadoras, pero no se ha sabido que alguna revelación significativa
afecte a esos conglomerados. No hay forma de saber si realmente hackeó
servidores de fuerzas armadas o si corrompió a empleados y/o
funcionarios para obtener volúmenes de información que, con la
tecnología actual, ocupan un disco duro de medio kilo y cuya
transferencia por Internet tardaría aun semanas.
Los institutos militares atacados son en casi todos los casos de gobiernos que impulsan la recuperación de soberanía nacional, la búsqueda de justicia social, el empoderamiento de pueblos y minorías y el fin del saqueo de recursos naturales. De todos los países mencionados, la inmensa mayoría de las revelaciones hasta ahora conocidas corresponde a México, y se han dado a conocer justamente cuando la presidencia de López Obrador se encuentra en uno de los momentos cruciales de la reorientación de las fuerzas armadas hacia tareas civiles y en un punto crítico del esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos cometidas por gobiernos anteriores con participación militar: la guerra sucia de Echeverría y López Portillo y la atrocidad de septiembre de 2014 en Iguala.
Quienes han accedido a la información de Guacamaya han optado por
publicar de inmediato documentos crudos pero poco sustanciales y el
tratamiento periodístico ha sido, hasta hoy, un compendio de
exageraciones, distorsiones y manipulaciones sensacionalistas. Lo
difundido coincide con la agenda de las oposiciones oligárquicas –las
partidistas y las que se nombran sociedad civil
– que pretendieron
privar a la Cuarta Transformación de un instrumento fundamental de
gobierno y pacificación, como es una corporación policial con
disciplina, entrenamiento y presencia territorial permanente.
Aunque algunos propagandistas de la reacción oligárquica pretendan establecer una semejanza, Wikileaks y Guacamaya no tienen nada en común.
Twitter: @Navegaciones
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