Héctor Alejandro Quintanar
En política no hay recetas para el éxito, porque éste depende de una fuerte articulación de honestidad, disciplina e ideas claras; con la capacidad de leer, anticipar y saber adecuarse a las circunstancias. Así, es muy probable que quien nos quiera vender un camino preestablecido que nos llevará a la gloria política nos esté mintiendo. Para triunfar en política -sobre todo cuando entendemos por triunfo al desarrollo de un ideario colectivo y no a un lucro personal- no hay ejemplos fáciles ni rutas preconcebidas. Pero para el fracaso sí las hay, y muchas.
En un desinteresado y noble acto de servicio social, en esta ocasión esta videocolumna se torna en un espacio donde se hará una prescripción nítida de los pasos que se deben seguir para garantizarse un fracaso rotundo en la política, y sobre todo en una de sus ramificaciones, que es el debate público. Sin más antesala, pasemos la receta:
- Publique en un diario de circulación nacional una mentira descarada. Por ejemplo, la siguiente: “Después de rendir protesta, los nueve ministros de la Corte festejaron a lo grande en el restaurante de cocina francesa tradicional Au Pied de Cochon”, nota balín que se publicó en el periódico Reforma el martes pasado. No basta que la nota trate de un hecho inexistente, vaya más allá y redacte la paparrucha con vocablos rebosantes de insidia, como la insinuación de que ese día los ministros no sólo abusaron de una cena cara sino que agredieron la ética republicana con un festín dispendioso. Remate todo con una perla de deshonestidad intelectual y con un embeleco del antiperiodismo más burdo, como el señalar que su nota se sustenta en el misterioso crédito de “según fuentes”. Así, el autor del bulo se deslinda de su responsabilidad y nos hace pensar que la fuente para su nota fue un febril sueño, un delirio producto de una pastilla mal tomada o la ponzoña verbal de algún espía mentiroso.
- A pesar de la poca confiabilidad de la nota, dela por buena, y a continuación exprese líneas candentes repletas de indignación. Olvídese por un momento que hasta hace no mucho los Ministros de la Suprema Corte tenían sueldos inmerecidos que superaban al del Presidente de la República, y luego expela grandilocuentes salmodias en contra del derroche, del lujo excesivo y del cargo al erario. Adorne esas quejumbres de supuesta racionalidad económica con un racismo menos o más velado, donde insinúe o deslice gracejos respecto al origen indígena del presidente de la nueva Corte de Justicia y lo incompatible que es ello con la presencia en un restaurante francés.
- A continuación, exprese una cauda irrefrenable de augurios apocalípticos. Aunque no tenga usted una manera lógica o fáctica de vincularlos, asocie a la nueva Corte que supuestamente festeja en grande con la llamada Cuarta Transformación. De ahí, señale dos rutas argumentativas del Armagedón: primero señale que dónde está la congruencia de austeridad de un grupo de ministros que pertenecen a Morena y luego espántese de que Morena tenga ministros en la Corte. Así, parecerá que no queda claro qué le indigna -si la supuesta falta de congruencia de los ministros morenistas o el hecho mismo de que sean supuestamente morenistas-, pero eso no importa. Concluya su sapiente diatriba con la alerta de que ya no hay división de poderes y que esa ida al restaurante francés es un indicio inmensurable de la dictadura en ciernes y de la demolida división de poderes.
- Después de eso, viene una cuestión central: emite una cantidad ingente de agresiones, gorjeos, escupitajos, mofas, burlas y gracejadas donde le faltes al respeto a todos aquellos que no se creyeron o no secundaron la mentira publicada o se muestren escépticos ante su contenido. No dudes en llamarlos fanáticos, resentidos, propagandistas o focas aplaudidoras, ya sea que porque maticen la crítica (por ejemplo, si señalan que de haber sido cierta la nota, no tendría nada de malo que los ministros paguen de su bolsillo una cena) o ya sea porque se muestren totalmente escépticos de la veracidad del diario.
Recuerda que si tú crees en un bulo sin bases es porque eres un crítico acérrimo y heroico de la deriva autoritaria que vive el país y que eso requiere de medidas extremas, como reducir al mínimo tus filtros éticos. Y, por otro lado, si alguien no se traga la paparrucha, seguro es porque es un palero fanático o un mercenario interesado al que le pagan por legitimar las inenarrables e indecibles felonías tiránicas del régimen cuatroteísta.
- Lo que viene es muy importante. Una vez que aparezca el predecible desmentido del bulo emitido en el periódico nacional, tienes dos caminos por seguir. El primero es el del aferramiento ideológico. Mantente firme en tu creencia esotérica y no permitas que ninguna evidencia te convenza de lo contrario. Como un inquisidor medieval defendiendo la planitud de la tierra, no claudiques ni concesiones nada en ese respecto. La nota de los ministros celebrando a lo grande debe ser verdad y punto. El segundo camino es más sutil, y el de la impugnación narcisista. Cuando descubras que la nota de los ministros cenando a lo grande en un restaurante francés es falsa y que por ende no hubo tal dispendio, señala que eso se debe más bien a que tú, con tu crítica, tus tuitazos, tus berridos en páginas de opinión, lograste sacar tal ámpula política en tus criticados, que ahora estos, por miedo a ti y tu escrutinio implacable de la vida pública, se abstendrán de cometer sus habituales excesos; del mismo modo que, con tu credulidad al diario ABC en España y con tus agresiones, evitaste recientemente que Beatriz Gutiérrez Müller y su hijo Jesús Ernesto se mudaran al lujoso barrio de La Moraleja en Madrid.
- Por último, cuando quede plenamente acreditado que el diario nacional mintió, abstente de recular o rectificar en tus dichos. Eso es propio de blandengues que aún creen en la ética del discurso y desconocen la consigna realista de que el fin justifica los medios, que es tu credo. Así que, con todo y desmentido, tú repite los pasos uno, dos, tres, cuatro y cinco de esta receta y listo, tendrás consumado, en política, un rotundo fracaso, tanto en credibilidad como en tus propios fines, mismos a los que no podrás llegar no porque haya una dictadura ominosa, omnipotente y omnipresente que te oprima, sino porque eres un obstinado negacionista incapaz de hacer una mínima rectificación, ya no digamos por autocrítica, sino por autocompasión ante el ridículo que haces al mentir.
Y listo. Una vez seguidos estos pasos, andarás el mismo sendero fracasado de los que aún creen que López Obrador quemó pozos petroleros en Tabasco en los noventa; en los que perjuran que Claudia Sheinbaum aún obedece al Peje que manda desde Palenque; en los que aseguran que su familia de verdad va a mudarse a España; en los que auguraron que el proyecto económico de la llamada Cuatro Te nos llevaría al colapso de crisis; en los que aseguraron que el insaciable López tenía unas ganas incontenibles de reelegirse y en aquellos que afirman con toda seguridad que Claudia y el tabasqueño sirven al narco porque han visitado mucho Badiraguato.
Con estos sencillos pasos habrás construido un actor curioso. Y se trata de una ristra de personas impermeables a los hechos y a la realidad, que se creen un engaño abierto a pesar de la evidencia y usan esa mentira no sólo para autocomplacerse sino para agredir a inocentes y augurar un apocalipsis cercano, creyendo ser los dueños de una verdad incontrovertible que ni la propia realidad con sus terquedades debe atreverse a cuestionar. Así, esta receta conduce muy bien al fracaso político, pero a un éxito en el terreno de las religiones, donde sin duda se enmarca, desde hace ya dos décadas, el antiobradorismo más rabioso.
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Nacional
https://www.sinembargo.mx/4696528/los-ministros-en-el-au-pied-de-cochon-y-la-receta-de-un-fracaso/

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