Hace varios días escuché en la cadena Ser a un “opinador” comentar algo así como que el feminismo había invadido el “true crime”, porque fueran víctimas mujeres u hombres, los asesinos siempre eran hombres.
Me sorprendió ese análisis tan acrítico, benevolente con los hombres, ingenuo y erróneo a partes iguales.
Precisamente yo abandoné el género criminal por la razón inversa: el patriarcado naturaliza la matanza de mujeres en manos de los hombres como si se tratará de un fenómeno de la naturaleza que se produce periódica e irremediablemente, Lo normal es que dentro de ese género, y por tanto en la realidad, nosotras seamos las víctimas.
Respondería a aquel opinador que no es el feminismo, sino muy por el contrario, es la misoginia y el poder patriarcal los que han colonizado el género, y lo que es peor, la realidad.
En 2024 según” el Informe general de Instituciones Penitenciarias” el 92,5 % de los delitos contra la vida. fueron perpetrados por hombres, y el 7,5 % por mujeres.
¿Los hombres no conocen estos datos o no los quieren conocer? ¿Pensarán que el feminismo ha invadido también el Informe General del Ministerio de Interior que tozudamente dice lo mismo?
La población reclusa, también en 2024, está integrada por un 93 % de hombres y un 7 % de mujeres.
A mis estos datos me llevan a analizar cuál es la relación de los hombres con la violencia, su nivel de tolerancia, de comodidad, de aceptación. La convivencia pacífica que tienen con ella; y todas esas cuestiones encuentro que están íntimamente relacionadas con la construcción de la masculinidad.
Esa masculinidad clásica y tóxica que se impone sobre los demás, que compite y gana.
No es extraño observar cómo los hombres se recrean con imágenes violentas, que no les molestan, que las disfrutan. Incluso pueden eufemísticamente llamar a algún género como “de acción”, siendo fundamentalmente de destrucción, porrazos, choques, incendios, fuerza, daño, dolor: en definitiva violencia.
La violencia es agradable a los ojos de los hombres porque sus juegos y su forma de relacionarse introduce de una manera muy natural ese componente, y lo que está en el ocio y en la diversión se presenta como algo amable, cuando el resultado sea su altísimo nivel de tolerancia.
Esa forma de divertirse crea un imaginario de vencedores, y no hay una línea clara entre ficción y realidad, porque el ocio los prepara para vencer siempre, para imponerse. No se ensaya el fracaso, solo el éxito, la autoridad, la supremacía.
Sorprende ver los catálogos de juguetes, de cualquier tienda, para estas próximas navidades de 2025. No hemos avanzado nada. La diversión de los niños sigue representándose con animales agresivos con colmillos y actitudes de ataque, los muñecos (que los catálogos denominan figuras, frente a la parte del catálogo de niñas que se llaman muñecas) son rígidos y duros, sin expresión amable, en muchas ocasiones no son humanos, son máquinas de poder. Se trata de juegos para someter, para avasallar, para ser el protagonista dominando.
Como si la agresividad formara parte de la genética del cromosoma Y, no hay compasión ni amabilidad en esos juguetes. Son refractarios al feminismo y a otro modelo de hombre posible. Parece que los valores igualitarios, de cuidado, de apoyo o de ayuda tuviesen vedada esa parcela, y se mantuviera impasible a su influencia.
La violencia es cultural y como todo lo cultural se reproduce a través de la educación y el ambiente, y por tanto es modificable.
Eliminar la violencia del ocio masculino desde la infancia crearía otra forma de relacionarse con ella, como nos sucede a las mujeres, que sentimos rechazo de manera natural, porque no está dentro de nuestra construcción la destrucción de los otros para imponernos sobre ellos.
En la violencia hay grados, por supuesto, pero otorga una mirada al mundo que justifica el empleo de esta, y nadie sabe dónde pone cada uno su límite, pero teniendo esas cifras de 93 por ciento, frente al 7, nos da una idea de que el feminismo está muy lejos de invadir el true crime, pero sobre todo de introducirse y desplegarse en el ocio masculino.
Si la patria de cada persona es su infancia, la de los hombres conjuga el daño con la diversión y los convierte en sinónimos, capaces de despertar sentimientos positivos respecto al depredador.
Es esta identificación de la violencia con la diversión, el ocio, y el dominio la que hay que eliminar de raíz, para que no quede elemento positivo alguno en las conductas opresivas que sojuzgan.
La violencia, aún hoy, y con mucha distancia respecto a nosotras, es cosa de hombres.
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