No obstante, la noticia de que a esa joven, Malala Yousafzai, quien
hasta el incidente residía en el valle de Swat, en la norteña provincia
de Jyber Pajtunjwa, le fue concedido el premio Nobel de la Paz el 10 de
este mes, recargó las energías a quienes luchan contra la férrea
oposición de los talibanes hacia la educación de las niñas.
"Le pedimos a Malala que gaste fondos para promover la educación en las FATA": Yasmeen Bibi.
Habitantes de esta región dijeron a IPS que cuando Malala sobrevivió
al atentado contra su vida el 9 de octubre de 2012, la joven se
convirtió en un ícono de la situación de terror que se apoderó de la
existencia cotidiana en esta zona.
Al concederle el premio de la paz más prestigioso del mundo,
compartido con el indio Kailash Satyarthi, el Comité Nobel envió un
firme mensaje a todas las personas que permanecen atrapadas en zonas
donde la educación está subordinada a los peligros de un conflicto
armado, según los expertos.
Muhammad Shafique, un profesor de la Universidad de Peshawar, la
capital de Jyber Pajtunjwa, dijo a IPS que el premio a Malala arrojó
“luz sobre la importancia de la educación”.
“Va a ser un factor de motivación para que los padres envíen a sus hijas de vuelta a la escuela”, agregó.
Desde que los talibanes comenzaron a cruzar la frontera con
Afganistán en 2001, tras la invasión y ocupación de Estados Unidos en
ese país, los habitantes de estas zonas montañosas soportan todo el
peso de las campañas extremistas para imponer un gobierno islámico a la
población.
En el apogeo de su dominio en el valle de Swat, el Talibán destruyó
224 escuelas y privó a más de 100.000 niños y niñas de su educación
entre 2007 y 2009.
En 2009, Malala, entonces de 12 años, comenzó a registrar las
dificultades que tenía para acceder a la educación, mediante informes
periódicos que publicaba el servicio urdu de la británica BBC desde su
ciudad natal de Swat.
Su lucha tuvo eco en todo el norte de Pakistán, donde cientos de
miles de jóvenes como ella vivían con el temor constante de las
represalias por atreverse a continuar sus estudios.
En las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA), por
ejemplo, los edictos talibanes que prohíben las escuelas laicas porque
presuntamente serían un “ardid” de Occidente para socavar al Islam,
mantuvieron a la mitad de los niños y niñas en edad escolar fuera de
las aulas.
A partir de 2004, los talibanes dañaron unas 750 escuelas, 422 de
ellas dedicadas exclusivamente a las niñas, según una autoridad
educativa de la región.
Las FATA tienen una de las tasas de matriculación más bajas del
país, ya que solo 33 por ciento de los niños y niñas en edad escolar
acceden a la enseñanza. En total, cerca de 518.000 niños no asisten a
la escuela, según las cifras oficiales.
La tasa de deserción ascendió a 73 por ciento entre 2007 y 2013,
mientras las familias huían de un distrito a otro para escapar de los
talibanes. En la última ola de desplazamiento cerca de un millón de
personas de la agencia de Waziristán del Norte abandonaron sus casas
desde el 15 de junio y se refugiaron en la ciudad de Bannu, en Jyber
Pajtunjwa.
Un informe de la Organización de las Naciones Unidas publicado en
agosto concluyó que 98,7 por ciento de las niñas y 97,9 por ciento de
los niños desplazados no recibían enseñanza alguna en los campamentos
de refugiados.
Con una tasa de matriculación en la escuela primaria de 37 por
ciento, Bannu está al borde de una crisis en la enseñanza, ya que 80
por ciento de sus edificios escolares están ocupados por refugiados.
De esta manera, el premio Nobel conferido a Malala afectó a miles de
personas y dio nueva vida a la campaña por el derecho a la educación.
Desde octubre de 2012, la matriculación en el valle de Swat subió dos
por ciento, según el funcionario Maskeen Khan, de Swat.
“Esperamos un gran impulso después del premio”, manifestó el funcionario a IPS.
Naila Ahmed, una estudiante de décimo grado oriunda de Waziristán
del Norte y refugiada en Bannu, siente que su generación tuvo “mala
suerte” al verse obligada a crecer sin educación.
Ahmed ve su desplazamiento como una “bendición oculta”, ya que el
traslado a Bannu le permitió inscribirse en una escuela privada por
primera vez en muchos años.
Pero ella es una de las afortunadas. Pocos padres en esta región
llena de talibanes pueden pagar el costo de la enseñanza privada,
indicó.
Los padres de Yasmeen Bibi, de 13 años, no pueden asumir ese costo.
“Esperamos que el gobierno se encargue de nuestra educación”, dijo a
IPS desde su casa improvisada en un campo de refugiados en Bannu.
“Le pedimos a Malala que gaste fondos para promover la educación en
las FATA”, añadió en referencia al premio Nobel de la Paz, que equivale
a 1,1 millones de dólares, compartido entre los dos beneficiados.
Sus palabras recuerdan la época inmediatamente posterior a la
decisión de Malala de huir del país, cuando muchos en el valle de Swat
y sus provincias circundantes se sintieron decepcionados por la
personalidad en ascenso.
Algunos estuvieron de acuerdo con la afirmación de los talibanes de
que la joven había “abandonado el Islam por la laicidad”, al aceptar
una oferta de vivir y estudiar en Gran Bretaña.
Sin embargo, en los últimos días se disiparon los malos sentimientos
hacia Malala, que a sus 17 años es la ganadora más joven de un premio
Nobel, y en su lugar quedó una especie de euforia colectiva tras el
reconocimiento mundial a su valentía.
El 10 de octubre, las escuelas de niñas en todo Swat distribuyeron dulces y festejaron en las calles.
Una antigua compañera de Malala, Mushatari Bibi, aseguró que la
noticia fue como “un rayo de esperanza” para las demás jóvenes, que
corren peligro cada vez que salen de sus casas para ir a estudiar.
Algunos dicen que el premio Nobel, y la esperanza que provocó en la
población, representa un desafío para la base misma del poder talibán,
ya que ahora mucha gente sentirá la obligación de enfrentar a los
extremistas que altera la vida de millones de personas desde hace más
de una década.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga
No hay comentarios.:
Publicar un comentario