El
pasado 7 de septiembre se celebraron las elecciones internas del
Partido de la Revolución Democrática, en las cuales participaron más de
1.8 millones de militantes, es decir, poco más del 40 por ciento del
padrón electoral, de un total de 4 millones 531 mil 120 afiliados. No
obstante las denuncias de intervención en dicho proceso de gobernadores
priistas en Jalisco, Chiapas, Campeche, Yucatán, Coahuila y otras
entidades federativas, así como del gobernador panista del estado de
Puebla; acarreo de electores; padrón rasurado e inflación del mismo;
compra de votos; robo de paquetería electoral, y otras irregularidades,
lo cierto es que el PRD logró convocar a una cifra muy superior a la
militancia de otros partidos tanto de izquierda como de derecha. De
estos votantes, más del 60 por ciento lo hizo por la alianza de Nueva
Izquierda (chuchos), Alternativa Democrática Nacional (que
lidera Héctor Bautista), Foro Nuevo Sol (que encabezan Amalia García y
Silvano Aureoles) y Vanguardia Progresista (que jefatura Dione
Anguiano), por lo que a partir de octubre dirigen a este partido,
Carlos Navarrete, como presidente, y Héctor Bautista, como secretario
general.
El PRD, un partido de masas
Con el objeto
de que el Instituto Nacional Electoral organizara los comicios para
elegir congresistas nacionales y consejeros nacionales, estatales y
municipales del partido del sol azteca, el PRD entregó el 9 de julio su
padrón de afiliados, el cual estaba integrado, según su registro, por 5
millones 432 mil 650 miembros, pero después de ser depurado por las
instancias electorales federales quedó, finalmente, en 4 millones 531
mil 120 militantes. De conformidad con estos datos, la conclusión es
clara: desde el punto de vista numérico, este instituto político es un
partido de masas. No se puede sostener, pues, que el partido de
Cuauhtémoc Cárdenas esté viviendo una desbandada de militantes y una
crisis terminal. Tales señalamientos de muchos de sus críticos están
muy alejados de la realidad, incluso después de la matanza de
normalistas en Iguala, Guerrero.
El carácter del PRD
El
Partido de la Revolución Democrática es un partido nacional-reformista
o nacionalista y posibilista. No es un partido nacional-revolucionario
porque no se propone expropiar al capital extranjero y asignarle al
Estado un papel central en la economía. Tampoco es un partido
socialdemócrata ni por su origen, ni por su composición social, ni por
sus prácticas internas. Es una organización que comparte muchas
características con otros partidos nacionalistas de América Latina, sólo que en México, por la Guerra de Independencia de masas,
la Reforma y la Revolución de 1910-1917, ciertos objetivos y tareas se
cumplieron a lo largo de 1857 a 1940, es decir, durante el ciclo de las revoluciones burguesas.
La separación de la Iglesia y el Estado, la separación de la religión y
la educación, y la destrucción de la oligarquía terrateniente señalan
algunas de tales diferencias. En consecuencia, en México no se plantea
alcanzar estos objetivos porque ya fueron alcanzados, aunque otros
logros --como el sector estatal de la economía--, han sido deshechos
por los diversos gobiernos neoliberales, pero especialmente por la
administración derechista de Enrique Peña Nieto.
Para la
izquierda socialista definir el carácter del PRD no es un ejercicio
cualquiera, sino una definición clave en la actividad política
cotidiana. La masacre de Iguala puso al desnudo la existencia en las
filas de este partido de incrustados del crimen organizado y el
narcotráfico en ese municipio y seguramente en otros, de una clara
descomposición política de su corriente hegemónica al respaldar a
individuos corruptos y de un alejamiento de los principios democráticos y nacionalistas que
le dieron origen; asimismo, la política del gobernador tabasqueño que
ordenó a los diputados de su entidad que votaran a favor de las leyes
reglamentarias del Artículo 27 constitucional, del desgobierno de Graco
Ramírez Garrido Abreu en el estado de Morelos y de las corruptelas en
la construcción del Metro en la capital federal durante la
administración de Marcelo Ebrard, colocan al partido del sol azteca en
una situación desfavorable y crítica. Eso explica que sean pocos, fuera
de sus filas, los defensores de su política y de su dirección.
Sin embargo, pese a tal contexto, el PRD no es el Partido
Revolucionario Institucional y tampoco el Partido Acción Nacional y los
partidos bonsái de la derecha política, por lo cual con él puede y debe
impulsarse la unidad de acción en la lucha por echar abajo las
contrarreformas del PRI y el PAN, por la ampliación y consolidación de
los derechos democráticos y por la excarcelación de los presos
políticos, así como por la defensa de los procesos democráticos y
antimperialistas de América Latina y el Caribe, y por la solidaridad
con los pueblos agredidos por los imperialistas de Estados Unidos,
Europa e Israel. No debe dejar de señalarse que varios diputados,
senadores y presidentes municipales perredistas han jugado y juegan un
papel positivo desde las posiciones que ocupan, aunque una franja de
legisladores y alcaldes se ha alineado y se alinea con el
neoliberalismo dominante. Es un partido que ha incluido e incluye en
sus filas a elementos corruptos como José Luis Abarca Velázquez,
presidente municipal igualteco hoy expulsado, y militantes de amplia
trayectoria combativa como Arturo Hernández Cardona, caído en junio de
2013 en Iguala, Guerrero.
Algunas organizaciones y
personalidades de la izquierda anticapitalista sostienen que el partido
del sol azteca no tiene diferencias importantes con el PRI y el PAN. Es
más, llegan a decir que son lo mismo. Estas ideas son falsas.
Ciertamente, el PRD concilia con el gobierno de la Federación y es
inconsecuente y oportunista en la lucha por la democracia, el bienestar
popular y la independencia y soberanía nacionales. Ello no es raro,
puesto que no es un partido obrero y mucho menos marxista. Es, cabe
insistir, un partido del nacionalismo reformista, posibilista, y que
tiende, como la mayoría de los partidos electorales en México y otros
países, a la componenda y a la transa con los partidos de la derecha.
Tal es la realidad.
Empero, tras los acontecimientos de Iguala,
al crecer la movilización de masas en Guerrero, Distrito Federal,
Oaxaca, Jalisco, Veracruz, Morelos y otras entidades federativas; el
desprestigio mayúsculo de los gobiernos federal de Enrique Peña Nieto y
estatal de Ángel Heladio Aguirre Rivero; la elaboración al calor de la
lucha de un programa democrático para la situación actual, y la
solidaridad en América Latina, Europa y Estados Unidos por la
presentación con vida de los 43 estudiantes desaparecidos, el
esclarecimiento de los seis asesinatos, el castigo a los culpables
materiales e intelectuales del crimen y la desaparición de poderes en
el estado de Guerrero, las fuerzas más sanas del PRD, con seguridad,
tienden y tenderán a deslindarse de la corriente hegemónica y enfilar
el rumbo hacia una lucha más decidida por los derechos democráticos,
contra el autoritarismo priista, por la terminación de la “guerra
contra el narcotráfico” aplicada por Felipe Calderón, continuada por
Enrique Peña Nieto y definida, apoyada y aplaudida por el gobierno
criminal de la Unión Americana, por el rescate de Petróleos Mexicanos y
la Comisión Federal de Electricidad, la expulsión de los agentes de las
agencias de espionaje norteamericanas y por la reconquista y asunción
de la plena soberanía nacional.
De los aliados y otros puntos
Los
militantes de la izquierda socialista son responsables de los
programas, políticas, organizaciones y militantes de sus partidos y
grupos, pero no de las plataformas, tácticas, organismos, dirigentes,
cuadros y afiliados de los partidos de la izquierda electoral. Estos
últimos partidos tienen algunos puntos programáticos coincidentes con
los de la izquierda socialista, aunque también mantienen muchas
diferencias, algunas fundamentales. En ciertos casos, como en la
defensa de las empresas paraestatales, algunos líderes nacionalistas
han tenido y tienen un desempeño muy positivo, incluso mejor que
algunos dirigentes de la izquierda socialista que militan en las filas
de los partidos electorales. Así, cabe destacar el rol jugado por
Andrés Manuel López Obrador, Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Bartlett Díaz
y Ricardo Monreal Ávila en la defensa de las industrias energéticas de
México. Sin ellos, la respuesta de masas hubiera sido más escasa. No
hay por qué negarles sus méritos.
La debilidad del socialismo en México
En
México, el socialismo atraviesa por una situación de crisis. Para
ilustrarlo basta con señalar que en el movimiento sindical, desde los
grandes sindicatos nacionales de industria de petroleros, electricistas
(SUTERM), minero-metalúrgicos y telefonistas, hasta los pequeños y
medianos sindicatos gremiales, de empresa y de oficios varios, así como
en los sindicatos de secretarías de estado, otras unidades burocráticas
y algunos organismos descentralizados, la influencia socialista es
menor que la influencia que tuvieron el Partido Comunista y otras
fuerzas socialistas en 1926-1929, 1935-1937, 1958-1960 y 1972-1983. El
socialismo es una fuerza marginal en el movimiento sindical,
incapacitado para proponer, realizar y conducir una huelga general en
el DF, en Monterrey, en Puebla, en Guadalajara, en Monclova, y en
cualquier concentración industrial fundamental, o en Culiacán y otras
grandes concentraciones del proletariado agrícola. Olvidar esta
situación sólo puede conducir a no entender la compleja realidad y
proponer y aplicar medidas que debiliten a la izquierda revolucionaria.
El PRD no va a desaparecer en los meses próximos. Por el número de
militantes, por los puestos de elección popular que controla, por los
recursos que maneja y por la inexistencia de una gran fuerza nacional a su izquierda,
lo que cabe esperar, en forma realista, es la permanencia de este
partido dentro del espectro político nacional. Tenemos PRD para un buen
rato.
De allí se desprende una conclusión básica: las tareas
de los socialistas en el terreno de las alianzas, incluyen un trabajo a
largo plazo con el partido del sol azteca y los demás partidos de la
izquierda electoral. Pensar otra cosa es hacer abstracción de las
fuerzas reales que se mueven en el panorama político nacional. Los
socialistas mexicanos carecen, en la actualidad, de un partido
electoral propio y el trabajo en el terreno de las elecciones, hoy y
mañana, es y seguirá siendo de enorme importancia. De acuerdo con esas
conclusiones, no pueden justificarse de ninguna manera las agresiones
infligidas a Cuauhtémoc Cárdenas y Adolfo Gilly. Justificar tal
agresión sería retroceder a etapas ya superadas de las relaciones entre
expresiones distintas del socialismo. Por ello, la violencia ejercida
contra Cárdenas y Gilly debe concitar el repudio de todos los
socialistas mexicanos.
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