Parafraseando a Mario Vargas Llosa nos preguntamos como uno de sus personajes novelescos: ¿En qué momento se jodió México?
Difícil la respuesta porque hay varios momentos en su historia
posrevolucionaria en los que se ha jodido. Cierto es que se ha jodido
más en unos que en otros. Por ejemplo, una respuesta podría ser a
inicios de los años cuarenta, especialmente a partir del periodo
presidencial (1946–1952) de Miguel Alemán Valdés –un sexenio que
prefiguro al Salinato–, “el cachorro de la revolución”, como lo llamó
con zalamería el nefasto Vicente Lombardo Toledano. Un cachorrito muy
depredador. Sin duda, también a partir de Adolfo López Mateos, un
gobierno muy represivo, antecedente del genocida Gustavo Díaz Ordaz,
precedente, a su vez, del gobierno criminal de Luis Echeverría Álvarez.
Pero, con el neoliberalismo rampante con Carlos Salinas de Gortari fue
el momento atroz en que se jodió fatalmente nuestro país. Esto no
significa que no haya solución, pero todo depende de la lucha
emancipadora del pueblo trabajador.
El capitalismo salvaje, a
partir de entonces, ha venido despedazando a la Nación; y con la docena
trágica (los sexenios panistas), de mal en peor. Con la restauración
priista cobra vigencia la caracterización de Vargas Llosa: la dictadura perfecta.
Con el Salinato la imbricación de la mafia narcotraficante y grupos del
gobierno federal fue en ascenso. Eso explica en gran medida la extrema
violencia social hoy imperante. Desde luego, la historia del vínculo
entre los negocios del narcotráfico emprendidos por la mafia con
gobiernos locales y federales se remonta, al menos, desde la década de
los años treinta. Tal nexo se fortaleció con el ascenso del mercado de
enervantes durante la Segunda Guerra Mundial por el consumo de heroína
de los soldados heridos estadounidenses que fomentó el cultivo de la
amapola, especialmente en Sinaloa; un cultivo que se remonta fines del
siglo XIX.
Pero décadas después en las regiones montañosas de El Triángulo Dorado
[Sinaloa, Durango y Chihuahua], Michoacán y Guerrero estalló la
violencia a causa de un mayor cultivo de la amapola, de su
procesamiento en laboratorios clandestinos y porque son punto de
partida al mercado estadounidense. Debemos añadir el nexo de las mafias
mexicanas con las colombianas para el extraordinario negocio de la
cocaína, en muchos casos bajo la protección del gobierno en sus
diversos niveles ¿Cómo explicar, por ejemplo, que siendo el estado de
Guerrero uno de los más militarizados del país sea uno de los
principales bastiones del narcotráfico y sus mafias? El genocidio de
estudiantes de Ayotzinapa no es algo incidental, sino que responde a
una doble lógica del poder económico y político: demostración de la
fuerza mafiosa y su dinámica mercantil por un lado y, por otro,
paralizar y reprimir los reclamos y reivindicaciones justas y legítimas
de los diversos movimientos sociales en lucha de resistencia
anticapitalista. Los viejos cacicazgos se han modernizado con el
neoliberalismo en verdaderas asociaciones del crimen organizado.
En México desde hace muchas décadas ha habido mafias del crimen
organizado, pero también existen mafias políticas, empresariales,
sindicales, universitarias. El viejo corporativismo propio de un Estado
bonapartista “sui generis” en su contemporización ha devenido en un
mayor corporativismo gansteril. Por eso existe un lumpendesarrollo
social, económico y político, gestado desde lo que ahora podemos
definir como un narco–Estado o lumpen–Estado. El brillante escritor y
periodista italiano Roberto Saviano sostiene la tesis de que en México
tenemos “un capitalismo armado”, un capitalismo armado hasta los
dientes generando una violencia social sin límites a causa de la
asociación entre la mafia y las altas esferas del poder político
dominante. La fiesta de las balas, diría Martín Luis Guzmán.
El capital –como relación social entre el capital y el trabajo
asalariado– en sí mismo es extremadamente violento y el Estado burgués,
como instrumento de represión sobre la clase dominada es violencia
organizada políticamente; detenta el monopolio de la violencia
institucional, legítima o no, pero es un monopolio en función de los
intereses de la clase dominante. La intensidad de la violencia estatal
depende de la forma de acumulación de capital y del grado la
conflictualidad social existente, lo que determina una forma o tipo de
Estado. La violencia impune de la mafia, entonces, es una forma de
extensión gansteril del Estado dentro de ciertos límites permisibles;
una violencia que no desborde el monopolio de la violencia. La
violencia también tiene que ver con el mercado de armas
estadounidenses: Rápido y furioso es el poder de este mercado en México.
Kurt Rudolf Mirow escribió La dictadura de los cárteles
en 1977; se refería a las grandes corporaciones capitalistas; décadas
después tenemos la dictadura de los cárteles mafiosos asociados con las
grandes multinacionales. Cocaína, el petróleo blanco. En su reciente
libro CeroCeroCero. Cómo la cocaína gobierna el mundo, Saviano
demuestra la asociación entre mafia y Estado en México. Por su lado,
Salvatore Lupo, un gran historiador siciliano cita en Historia de la mafia
[FCE. pág. 185]: “florece bajo la piel de la mafia la fuerza de la
política, y bajo la piel de la política la fuerza de la mafia… más que
«negligencia»… hay crimen organizado en la administración de la
justicia, hay una justicia cómplice y protectora de asesinos, hay
infamia y deshonor”.
¿Crimen sin castigo en la fosa común de Ayotzinapa?
¡Presentación con vida de los estudiantes desaparecidos!
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