10/24/2015

Pioneras, rebeldes y transgresoras


La cantante Ana Curra pronuncia una conferencia sobre “Punk y feminismo” en la Universitat de València


El ejemplo de mujeres vinculadas al movimiento punk, como Patti Smith, Siouxsie, Poly Styrene, Chrissie Hynde y Debbie Harry, allanó el camino a otras que vinieron después en la jungla musical, pero también a quienes aspiraban, simplemente, a pensarse y sentirse como mujeres libres. En el estado español uno de los paradigmas es Ana Curra, que en la década de los 70 y 80 del siglo pasado rompió con los esquemas apolillados que provenían del franquismo en grupos como “Alaska y los Pegamoides”, “Parálisis Permanente”, con Eduardo Benavente, y “Seres Vacíos”. Más recientemente ha presentado trabajos como “Digital 21 vs. Ana Curra” y la revisión en directo del disco “El Acto”, de “Parálisis Permanente”. En un acto organizado por el Fórum de Debats de la Universitat de València, la vocalista, teclista y compositora ha conversado sobre “Punk y feminismo” con el periodista musical, Rafa Cervera.

El pensamiento de Ana Curra es radical, en el sentido primigenio del término. “El exterminio y la domesticación de la mujer están asociados al capitalismo”. Hace unos meses reivindicaba en un programa radiofónico a unas mujeres, las brujas, a las que se quemaba en las hogueras. Vivían en una dimensión diferente, eran sabias, sanadoras, espíritus libres, estaban conectadas al mundo de la sensibilidad y los afectos. “Me identifico con las brujas, con su lado puro e intuitivo, no racional”. Puede parecer un mundo muy lejano (la liquidación de las brujas), pero hasta el año 1963 en el estado español no se eliminó del Código Penal el derecho a la venganza del marido en los casos de adulterio. La cantante también reivindica la “conexión” con las diosas griegas: Artemisa (del bosque y las colinas) y Afrodita (del placer), porque “el deseo es el motor de la revolución”.

El Punk fue un movimiento “emancipador” y “subterráneo”, pero no el único, también lo fue el “Black Power” en los años 60 y principios de los 70. Al estado español llegaban noticias de las revoluciones sociales y culturales -fueran el Punk, los feminismos u otros- con una década de retraso. “Las interiorizábamos como podíamos”. Ana Curra recuerda el audiovisual de la realizadora Isabel Coixet, “La mujer, cosa de hombres” (2009), para retratar la situación que se padecía en España. En el documental aparecen una ristra de películas, anuncios y programas de televisión en los que la mujer se muestra “cosificada” y relegada a las tareas del hogar, con el correlato –introducido a través de un informativo de televisión- de mujeres víctimas de la violencia machista. “Pero el patriarcado no se elimina de un plumazo; en la década de los 60 en Estados Unidos, donde se suponían mayores avances, las mujeres del mundo de la música tenían muchas veces un rol secundario, como participantes en los coros o acompañantes en las giras”, explica la cantante.

A mediados de los 60 irrumpieron mujeres insertas en el movimiento Punk, como Patti Smith en Estados Unidos, que fijaron nuevos moldes. En su primer álbum, “Horses” (1975), debutó con la canción “Gloria”, adaptada del original de Van Morrison, con el siguiente verso: “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”. Era una mujer libre, icono del feminismo, activista en la defensa del medio ambiente, contra la guerra de Iraq, de las personas cualquiera que fuese su orientación sexual, de los sectores más marginados, que contribuyó a la difusión en Estados Unidos de poetas “malditos” como Rimbaud o Baudelaire. Podía figurar, algo impensable, en la portada de un disco sin maquillaje o llevando colgada la “chupa”. “En España Karina no era precisamente un ejemplo de mujer rompedora”, señala Ana Curra.

Aunque se tratara de un movimiento “subterráneo”, ciertamente las cantantes punk tenían mayor visibilidad. “El problema es que entonces te puede atrapar la maquinaria del dinero y ya no eres dueña de tus palabras” (grandes marcas han terminado vendiendo camisetas de Patti Smith o Sex Pistols); también puede golpear la represión en sus múltiples caras. El programa “La edad de oro”, presentado por Paloma Chamorro en la segunda cadena de Televisión Española, entre 1983 y 1985, fue clausurado ante las denuncias de la iglesia católica. Se consideraron inadmisibles las imágenes de un crucifijo con cabeza de cerdo o la aparición de un féretro con una pareja desnuda cuando se oficiaba una misa. El grupo de Punk femenino “Las Vulpess”, formado en Baracaldo (1982), saltó a la fama por cantar el tema “Me gusta ser una zorra” en el programa de televisión “Caja de ritmos”, que también acabó cerrado (el diario ABC publicó la letra entera de la canción). “Todo esto se consideraba subversivo”.

Hoy la situación ha cambiado gracias a las redes sociales, pero en los años 70, para descubrir una persona sus gustos, “en la visceralidad de la adolescencia”, en Madrid se buscaban los libros y discos en el Rastro. Siempre había alguien que conseguía traer un libro de Londres, o grabar un concierto en una casete que después vendía. En la década de los 80 es cuando comienzan a llegar a España los discos de importación. Antes, “o ahorrabas y viajabas a Londres o no había manera; era la época de las folclóricas, de Rocío Dúrcal y Lola Flores”.

Pero en los 70-80 también proliferaron grupos como “Betty Boop”, “La banda trapera del río”, “Kaka de Luxe”, “Desechables”, “Las Chinas”, “Rubi y los casinos”, “Las Chinas”, “Ella y los neumáticos” o “Alaska y los Pegamoides”, entre otros muchos. “Había una gran originalidad en las bandas, que se explicaba precisamente por la falta de medios, de información musical, estética e ideológica”, explica la artista. Los grupos se diferenciaban sustancialmente unos de otros. Cada uno entraba en el local de ensayo y trabajaba con los medios que tenía. “La ropa nos la hacíamos nosotros, en Parálisis Permanente incorporé la estética sadomasoquista, pero no con la intención de epatar: era un proceso de búsqueda personal”.

Ana Curra conoció la España profunda en los años 70. De gira por los pueblos, nos llamaban “putas, brujas y zorras, y en los conciertos nos lanzaban de todo; una vez la guardia civil nos tuvo que proteger porque iban a entrar en el camerino a violarnos”. Sin embargo, pasados los años, otra gente se ha acercado a las pioneras del punk para agradecerles el trabajo, porque demostraron que otro modo de vida, transgresor y radicalmente libre, era factible. “Dejamos más huella de lo que pensaba”. Ellas vestían del mismo modo en el escenario que en la calle, en la década de los 80. Porque realmente “te calzas una indumentaria para hacerla propia, se trataba de un cambio a nivel muy profundo que llevamos hasta las últimas consecuencias”. Además, “la estética punk era eso”. “Nos íbamos a Almacenes Arias y al Sepu, comprábamos retales y los convertíamos en cualquier cosa; yo les cortaba el pelo a todos…”.

La artista recuerda la influencia de Siouxsie, la vocalista y líder del grupo “Siouxsie and the Banshees” (1976-1996). “Era una fémina muy potente y sexual, que rompía con lo establecido”. ¿Puede compararse con las mujeres que hoy figuran en las listas de superventas? “Yo las confundo, van con los corsés, luciendo culo y para nada me parecen un ejemplo de empoderamiento”. ¿Se reproducían los modelos patriarcales en el universo punk de los años 70? “Por mi experiencia los compañeros eran bastante feministas, pero también es cierto que en el mundo de las bandas musicales hay bastante machismo inconsciente”. ¿Cómo actúa Ana Curra ante estas situaciones? “Pienso que es importante que una se haga respetar, pero no soy partidaria de estar todo el día dando monsergas: hay que buscar formas más ingeniosas y creativas de afirmarse”.

El movimiento Punk es “subterráneo”, “y es bueno que así sea”, porque de lo contrario, si deja de configurarse como un movimiento romántico de liberación, resulta fagocitado por el sistema. De hecho, “Yo nunca he vivido ni he ganado un duro de la música”. Se trata, al fin y al cabo, de una serie de afirmaciones muy simples: “Yo puedo ser así y puedo hacer esto”, lo que se traducía en una serie de rupturas culturales, educativas y sexuales. “Yo iba a un colegio de monjas y allí todo era pecado”. Así, “la educación sexual nos la tuvimos que currar nosotras”. “Y con la droga, igual…”. 

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