-
Las manos de mujeres migrantes de zonas rurales cultivan verduras
ecológicas en huertos instalados en los patios de sus humildes
viviendas, en los alrededores de Sucre, la capital oficial de Bolivia,
en una actividad que mejora la alimentación y los ingresos de sus
familias.
“Los hombres se dedicaban a la albañilería y 78 por ciento de las
mujeres no tenían empleo, no tenían oficio, lavaban ropa para otros o
vendían en el mercado”, relató a IPS la secretaria de Desarrollo Productivo y Economía Plural del gobierno autónomo del departamento suroriental de Chuquisaca, Lucrecia Toloba.
Ataviada con sombrero de fieltro de ala ancha, cabello peinado en dos
finas trenzas, pollera (falda étnica) corta y ropa ligera para el clima
templado de los valles andinos, la quechua Toloba es una educadora que
ahora administra en la región el Programa de Agricultura Urbana y Periurbana.
“Nos
organizamos como mujeres y ahora comemos con tranquilidad porque
producimos sin químicos…Además, ya no pido plata (dinero) a mi esposo y
no gastamos en verduras”:Alberta Limachi.
En su modesta oficina, explica que las mujeres son las protagonistas
del programa, que les brinda el reconocimiento de sus familias y su
comunidad, diversifica la dieta de sus hogares y les brinda autonomía
económica, con la venta de sus hortalizas ecológicas en la ciudad, que
se beneficia también de esta saludable y diversificada la oferta.
A cinco kilómetros de allí, en las afueras de la urbe, las mujeres
de los barrios de 25 de Mayo y de Litoral, integrantes de la Asociación
de Productores Urbanos de Sucre, reciben a IPS con una canasta de
alimentos cultivados por ellas, entre los que destacan los colores de
los tomates, los rábanos (Raphanus sativus) y las lechugas.
Un total de 83 barrios de la periferia de Sucre participan en el
proyecto que tiene el apoyo de los gobiernos nacional y departamental y
de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La iniciativa tiene ya registradas a 680 socias describe el
coordinador del Proyecto de Huertos Urbanos, el joven ingeniero agrónomo
Guido Zambrana.
Una sopa de verduras cosechadas en sus patios, acompañada de
tortillas (tortas chatas) a las que incorporaron a la harina varios
vegetales, muestra durante el almuerzo la buena cocina que les proveen
las carpas solares (huertos invernadero) distribuidas por la serranía de
Sucre, a 2.760 metros sobre el nivel del mar y a 420 kilómetros al sur
de La Paz, el centro político del país.
Además de cultivar, ellas aprendieron a mejorar su seguridad
alimentaria familiar, refiere Tolaba. “Queremos llegar a la desnutrición
cero”, dijo con seguridad.
En Sucre las temperaturas oscilan entre los 12 y 25 grados
centígrados, pero bajo las carpas solares, construidas por las familias
con apoyo de la gobernación, las temperaturas superan los 30 grados y
eso facilita la horticultura.
En ocasiones, el calor golpea los termómetros instalados en cada
huerto y obliga a abrir las ventanas de los invernaderos, con techos de
una lámina transparente conocida como “agrofil” y paredes de adobe
(bloques amasados con barro y paja), construidos con la orientación de
la técnica agrónoma Mery Fernández.
Las acelgas y lechugas despliegan libres sus frescas hojas en la
carpa solar de Celia Padilla, una mujer que dejó una comunidad indígena
en el vecino departamento de Potosí y llegó a Sucre junto a su esposo en
el año 2000, para instalarse en Bicentenario, una explanada dentro de
la serranía que circunda a la ciudad.
El pasado año, Padilla, también quechua como la mayoría de las
productoras de la asociación, se unió al proyecto con un huerto de solo
ocho metros cuadrados, y ahora ya piensa en construir un huerto con
carpa solar de 500 metros cuadrados.
Datos bajo las carpas
En promedio, según datos de la FAO, cada carpa solar de la asociación de
Sucre produce unos 500 kilogramos de hortalizas al año, en tres
cosechas, y también en promedio, 60 por ciento de los alimentos se
dedican al autoconsumo y el resto a la comercialización, en forma
individual, colectiva o mediante la asociación.
En total se cultivan 17 variedades de hortalizas, nueve promedio por
huerto. Las productoras y sus familias aportan el terreno y la mano de
obra en la construcción. Además de cultivar y cosechar, seleccionan las
semillas y elaboran los abonos orgánicos, entre otras taras, en un
proyecto con la marca de sostenible y comunitario.
Los responsables bolivianos del programa proyectan que cada carpa puede
producir un ingreso anual promedio de al menos 660 dólares.
Su compañero, un albañil con trabajos eventuales en la ciudad, ve con
agrado la posibilidad de ampliar el espacio de cultivo, y juntos
descubrieron que el huerto hogareño provee alimentos nutritivos al hogar
y deja ganancias apreciables con la venta de verduras a los vecinos o
en un mercado urbano.
Con el resultado de las ventas “compro leche y carne para los niños”,
relató ella a Tierramérica mientras sostenía en sus manos unas acelgas
de verde intenso.
El agua para el riego escasea, pero un programa de la gobernación ha
donado tanques de recolección con 2.000 litros de capacidad, en los que
se almacena el recurso recolectado durante la época de lluvia para
distribuirse luego por goteo a los cultivos.
La oportunidad de una mejora alimentaria generó una amable disputa
entre Alberta Limachi y su esposo, ambos migrantes del caserío de Puca
Puca, a 64 kilómetros de Sucre.
Dueños de un terreno periurbano de 150 metros cuadrados, debían
decidir entre instalar allí un huerto familiar o usarlo como garaje.
Ganó Limachi, una de las lideresas de las productoras periurbanas, que
desborda un entusiasmo que contagia a sus compañeras productoras.
“Nos organizamos como mujeres y ahora comemos con tranquilidad porque
producimos sin químicos”, explicó a Tierramérica, después de convidar
orgullosa un refresco de vainitas y una ensalada de hortalizas.
“Además, ya no pido plata (dinero) a mi esposo y no gastamos en
verduras”, explicó satisfecha de ayudar al sustento económico de la
familia. Su huerto es conocido en el barrio porque ofrece lechugas,
acelgas, apio (Apium graveolens), cilantro y tomates, y sus vecinos
tocan su puerta a diario para comprar sus productos.
Un comité conformado por asociaciones de agricultores y consumidores
vigila la calidad ecológica de la producción y otorga la certificación
de la calidad de los alimentos, explicó a Tierramérica el coordinador
nacional del Programa de Agricultura Urbana y Periurbana, José Zuleta.
“Las señoras se encargan de sembrar sin fertilizantes, usan materias
orgánicas que pueden volver a la tierra y hacen sostenible la
producción, y ello fortalece su actividad”, dijo a Tierramérica el
ingeniero agrónomo de la oficina de FAO en Sucre, Yusuke Kanae.
“Aunque sean 20 bolivianos (algo menos de tres dólares), ayudan para
comprar cuadernos y zapatos”, relató como ejemplo de la importancia del
aporte de la mujer al hogar, en un proceso de ruptura de una dependencia
que califica de “machista” y que además reencuentra a las productoras
con su cultura originaria.
Kanae apoya también la introducción de las hortalizas orgánicas en la
ciudad y ya motivó a los propietarios de Cóndor Café, un restaurante
vegetariano, a comprar la producción con sello femenino. Allí, los
comensales disfrutan de sustanciosos platos con las verduras de los
huertos periurbanos, que combinan cocina japonesa y boliviana y cuestan
solo tres dólares.
El responsable del restaurante, Roger Sotomayor, reafirmó a
Tierramérica el interés de apoyar la iniciativa de los huertos
familiares. “Queremos ir a favor del ambiente e incentivar la producción
de verduras”, expresó, mientras destacó que la oferta es de alta
calidad y su precio es 20 por ciento inferior a la de los cultivos
convencionales.
Publicado originalmente por la red de diarios latinoamericanos de Tierramérica.
Editado por Estrella Gutiérrez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario