León Trotsky - Mi Vida
En nuestro país, el
sentido político de la palabra crisis tiende a extraviar su carácter
excepcional, para convertirse en una condición de época o transición histórica.
Durante los últimos años, la supuesta guerra contra el narco continuó -aunque ya no suelan llamarla así-, el neoliberalismo se radicalizó mediante las
reformas estructurales y conquistó posiciones constitucionales, se
profundizaron la explotación y el despojo, mientras que la represión, la
militarización y el autoritarismo crecieron de manera desmedida. Sin duda, nos encontramos
frente a un momento cumbre de una crisis
histórica de magnitudes incalculables para México. Un destino ligado
directamente a los designios de las clases dominantes norteamericanas,
responsables de sostener prolongados e intensos contextos de guerra y devastación
en diferentes regiones a nivel internacional. En otras palabras, la excepcionalidad mexicana es la expresión del
funcionamiento estructural del sistema capitalista en la actualidad, en donde
el sentido y materialidad de la vida y de la sociedad se devalúan, a toda costa,
en favor de la tiranía de las ganancias.
Durante las últimas
décadas, los jóvenes hemos sido expuestos a un panorama determinado por la
migración, la ilegalidad, la criminalización, la precarización y la exclusión
social, laboral y educativa. Nuestro
país es otro al de nuestros padres y abuelos. La mayoría de las veces, estas condiciones difundieron
e impusieron una sensación de malestar, pero también de resignación.
Infelizmente, se trata de las condiciones que enfrentaron millones de jóvenes a
nivel internacional. El neoliberalismo se fascinó en encontrar en la juventud
uno de sus blancos preferidos, cuestión que nos orilla a pensar el papel
estructural de la juventud en esta fase del capitalismo y, desde luego, su
relación con la división internacional del trabajo. Por ejemplo, no deberíamos
perder de vista que grandes emporios capitalistas (Mc Donalds, Wallmart)
mantienen como fuente primordial de trabajo a jóvenes precarizados.
A pesar del repliegue
político, y de la ofensiva económica y social, hacia la década de los ochenta,
la juventud puso en pie diferentes estrategias de resistencia social y cultural
(reggae, punk, ska, grafiti). Durante los noventa, e inicios de la década
pasada, la juventud se vio implicada en procesos de resistencia al
neoliberalismo en todo el mundo, pasando por el levantamiento zapatista (1994),
las huelgas invernales en Francia (1996), las protestas en Seattle (1999) y la
lucha contra la guerra (2001). Desde 2006 y 2007, años en que se generaron potentes
protestas juveniles y estudiantiles en Francia( disturbios en las periferias de
París), Grecia (paros de más de 300 centros de estudio contra la privatización
de la educación) y Chile (la Revolución Pingüina), se registró una ascenso en
la movilización que definitivamente vivió una ruptura tras la crisis económica
de 2008 y el ambiente internacional generado por las revoluciones árabes, el
15-M en el Estado español y Ocuppy en Estados Unidos. Una estela de luchas en
donde se inscribió precisamente la emergencia del #yosoy132 en 2012. Una nueva
generación política ha logrado tomar la palabra, ello implica, en cierta
medida, la apertura de una o varias preguntas que cuestionan el rumbo de
nuestras sociedades y el futuro de esta nueva generación.
En ese contexto,
resultan sorprendentes los procesos de movilización estudiantil y juvenil de
los últimos tres años en nuestro país que, aunque concentrados primordialmente
en la Ciudad de México y el centro del país, no dejan de sorprender por su
irradiación hacia regiones del norte sumamente reaccionarias. Movimientos en
donde decenas de miles de jóvenes y estudiantes participamos, y protagonizamos,
potentes movilizaciones y procesos organizativos. A lo lejos, y desde una
visión superficial y derrotista, estos movimientos no lograron nada, y no
pudieron construir absolutamente nada. En todo caso, fueron simpáticos y
atinados en sus intenciones. Sin embargo, esta visión resulta completamente
reduccionista. Desgraciadamente, tras años de movilización juvenil, priva un balance parcial y desfavorable a
potenciar la acción y organización política de la juventud entre una parte
significativa de los jóvenes participantes de dichas experiencias.
El primer cuestionamiento a este balance proviene
de una consideración histórica: movimientos con esas magnitudes no emiten sus
resultados inmediatamente. También el 2 de octubre de 1968 fue una derrota inmediata,
el Estado mexicano frenó abruptamente, y mediante la fuerza y el autoritarismo,
al movimiento estudiantil. Pero su irradiación social e histórica no pudo ser
frenada, y constituyó un fermento
elemental de la movilización y la organización popular en el campo, las
fábricas y los barrios, sin dejar de tomar en cuenta la influencia de esta generación
política en la construcción de organizaciones estudiantiles. Es cierto, no
transformaron radicalmente a México, pero dejaron para nosotros experiencias y condiciones
sumamente valiosas que fueron la antesala de nuestros movimientos. En otras palabras,
nuestra generación es hija de fuertes agravios por parte de las clases
dominantes, pero también de la fuerza de aquellos que lucharon por nosotros. De
la misma forma, el legado histórico de las movilizaciones juveniles y
estudiantiles de los últimos años constituye un campo de disputa abierto, y no
cerrado.
Vivimos un ambiente defensivo: un tablero
amañado bajo las reglas de un contrincante dispuesto a todo, de un Estado
dispuesto a continuar la masacre. Pero también vivimos un ambiente de fuertes escepticismos
y dudas sobre las instituciones, en donde es importante detectar la existencia
de diversos de procesos de resistencia. Desde luego, desarticulados e
insuficientes, pero con una potencialidad significativa ante un ambiente
político sumamente explosivo. Desde 2011, y hasta 2015, es posible destacar una
coyuntura anual de movilización popular significativa, que indica la existencia
de un ciclo de movilización popular. En 2011 nos sorprendió el Movimiento por
la Paz con Justicia y Dignidad, un proceso en donde miles de jóvenes y ciudadanos
nos movilizamos contra la violencia de Estado. Al mismo tiempo, una
movilización de víctimas que muestra la profundidad de la crisis social que
vive el país a causa de la guerra impuesta desde el gobierno de Calderón, pero
también la tendencia de radicalización hacia la izquierda que las
movilizaciones de víctimas experimentaron, y no hacia la derecha, como lo
esperaron e impulsaron los sectores reaccionarios del país, anhelando emular la
experiencia colombiana.
Los poderosos del
país desearon llevar adelante una campaña electoral limpia en 2012, sin incidentes. Es decir, sin que sus intereses
fueran expuestos abiertamente. Pero ello no fue posible, y una vez más, como en
1988 o 2006, el régimen experimentó una crisis de representación, en donde la
movilización popular fue uno de los detonadores principales. En ésa ocasión,
fueron los estudiantes quienes colocamos parte esencial del elemento dinámico y
antagónico en el marco de las elecciones presidenciales. Por supuesto, gran
parte de la fuerza del movimiento provenía de la simpatía generada en la
sociedad, y en menor medida del impulso que los medios otorgaron al creer que
se encontraban frente a un movimiento desarmado de críticas radicales. No se
puede negar la disposición de decenas de miles de jóvenes que lucharon contra
la imposición de Peña Nieto y en contra del control mediático de los grandes
medios de comunicación. Los errores fueron muchos, pero en su amplitud, el
fenómeno no puede reducirse a una cuestión simplemente programática u
organizativa.
En 2013, en pleno ascenso
del autoritarismo y profundización del neoliberalismo, el movimiento estudiantil,
principalmente en el centro del país, salió a las calles en defensa del magisterio democrático que fue desalojado del
Zócalo de manera violenta por el gobierno de Mancera. En ese panorama, decenas de planteles
escolares fueron tomados y decenas de miles de jóvenes marcharon el 15 de
septiembre -codo a codo- con la CNTE y el magisterio democrático. En 2014, el
país experimentó la movilización estudiantil más radical y masiva en la historia
de las últimas décadas. La desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa fue
el detonador. En ese contexto, fueron impulsadas jornadas de lucha en donde el movimiento
alcanzó la capacidad de tomar más de 120 planteles. Al mismo tiempo, es
necesario reconocer la radicalidad que los estudiantes demostramos mediante la
consigna fue el Estado, empuñada por
la Asamblea Interuniversitaria, órgano que logró reunir e representantes de más
de 70 planteles. Sin olvidar que ese mismo contexto fue el escenario de la
heroica huelga estudiantil en el POLI, la cual logró arrebatar una victoria al
gobierno. Desde las entrañas del movimiento, fue evidente que las
movilizaciones por Ayotzinapa hubieran sido imposibles sin la experiencia, las
redes de comunicación (no sólo redes sociales) y la experiencia de movilización
en las calles que dejó el 132.
Las coyunturas de
los últimos cuatro años muestran una capacidad de movilización enorme, inspirada por motivos democráticos y éticos,
en donde el hilo de la indignación muestra un núcleo ético muy profundo. Pero al
mismo tiempo, exhiben un panorama en donde la mayor parte de éste descontento
juvenil y popular no está organizado en torno a espacios de participación
política permanentes. En ese caso, debemos analizar en qué hemos fallado, y por
qué no hemos logrado consolidar organizaciones amplias, juveniles y estudiantiles,
capaces de sobrepasar las coyunturas. La juventud que se ha movilizado en los
últimos años es expresión no sólo de la crisis de representación política del
gobierno y el Estado, sino también de la crisis de los referentes políticos de
la izquierda. El descontento mostrado tanto en 2012 como en 2014 no es
articulado, ni por un proyecto político propio, juvenil o estudiantil, ni por
los referentes políticos existentes en el campo de la izquierda. En ese
panorama, una de las tareas centrales de nuestra generación política es tratar
de construir lecciones colectivas de las luchas de las generaciones pasadas y,
al mismo tiempo, de nuestras propias experiencias. No para juzgar fatalmente o
unívocamente, sino para comprender y hacer frente a los dilemas del presente.
Es necesario preguntarnos qué sucedió con la
generación gestada en torno al 68, y que más adelante impulsó la generación de
sindicatos independientes (STUNAM, SITUAM etc.), organizaciones campesinas,
movimientos urbanos y agrupaciones políticas de extrema izquierda de diverso
tipo (PCM, OIR, PRT, Liga 23 de septiembre entre otras). Y también, cuestionar
cuál es la experiencia y el balance de la generación gestada hacia finales de
los ochenta que fortaleció tanto el proceso de construcción del PRD, como el
proceso militante generado en torno al EZLN. Sin omitir que esta revisión,
vertida desde un cierto enfoque generacional, no debe dudar en cuestionar
simultáneamente las estrategias políticas implementadas durante las últimas
décadas por la izquierda y desde el campo la movilización popular.
La crisis histórica
de nuestro país, así como nuestro propio surgimiento, nos coloca frente a la
necesidad de construir una izquierda radical capaz de cuestionar las dinámicas estructurales
del capitalismo y del Estado, capaz de esquivar el electoralismo oportunista,
pero también el gremialismo y el localismo. Una izquierda que luche
políticamente contra el Estado, capaz de
generar procesos de autogestión social del territorio y medidas que opongan a
la descomposición social la reconstrucción del tejido social desde la
solidaridad, y en autonomía política del
Estado y el régimen político. No hay recetas, y en cierto sentido nos
encontramos en un momento de crisis para las estrategias de la izquierda, pero
también en medio de un ciclo de movilización significativo atravesado por la
emergencia de una nueva generación política. Lo importantes es observar cómo el
panorama actual, a pesar de sus complicaciones, indica un horizonte en donde no
sólo existe movilización social, sino que la misma tiende a radicalizarse. Sin
duda, la historia de nuestros pueblos, y de nuestras propias luchas, constituye
un llamado a continuar el combate. Es urgente salir a las calles, potenciar el
sindicalismo independiente y la organización de sectores de trabajadores no
organizados, apoyar y militar en los movimientos contra el despojo y en defensa
del territorio, propiciar luchas urbanas y luchas políticas contra la violencia
de Estado y en favor de los derechos de las mujeres, sin olvidar nuestras
propias luchas en el terreno educativo. Esas inquietudes atraviesan ya a
nuestra generación. Para ello, debemos encargarnos de construir mediaciones e
iniciativas políticas que, por un lado nos permitan agrupar y agregar el
descontento juvenil, y por el otro, nos permitan dialogar e intervenir en ese
amplio campo de luchas existentes y posibles, esta doble tarea se cuenta entre
las necesidades esenciales de una política anticapitalista en nuestro país.
En cierto sentido,
nos encontramos en un panorama que anuncia la imposibilidad de generar un
cambio profundo desde la lógica de reformar gradualmente las instituciones,
mediante conquistas electorales o ciudadanas, pero también un contexto que
impide pensar en luchas únicamente locales, regionales o gremiales, y en donde
la escala nacional y la disputa estatal aparecen como una necesidad de primer
orden. Tanto el electoralismo oportunista de la izquierda partidaria, como el sectarismo
de cierta izquierda antisistémica, son incapaces de dialogar con la diversidad
de movimientos en la actualidad, así como con la juventud movilizada. Al mismo
tiempo, la radicalización de la crisis mexicana tiende a elevar las tensiones
entre el antineoliberalismo y el anticapitalismo. La cuestión es si es posible
hacer retroceder al neoliberalismo sin luchar contra la lógica estructural del
capitalismo, plasmada en la gran propiedad y en un régimen político
completamente caduco. Los anhelos nacionalistas y populistas, encarnados
actualmente en Morena, parecen anhelar volver al capitalismo nacionalista
desarrollista de décadas atrás, sin comprender que el panorama internacional y
nacional (Sin un balance crítico de los enormes fraudes electorales) cambió y
ofrece un panorama de crisis en donde las respuestas tienden a
polarizarse.
La juventud no
tiene la respuesta, ni puede generarla por sí misma, pero podría contribuir en
su construcción. La cuestión es cómo agregar y organizar a una generación que
muestra profundos rasgos políticos, sumados a un temperamento fuerte, cargado
de espontaneidad a través de una actuación episódica. Es importante pensar en lógicas
de construcción molecular en barrios, escuelas y entre diversos procesos de
base. Pero debemos tomar en cuenta que el descontento y la disposición de lucha
ya se encuentran instalados en decenas de miles de jóvenes. Esto constituye el
espacio para pensar en iniciativas que coordinen a los núcleos organizados del movimiento
y sumen a compañeros que no están integrados en un proceso formal. Desde luego,
tenemos que ir a los barrios, construir una agenda estudiantil y apoyar a las
luchas de los pueblos y sindicatos independientes del país. Y quizás una vía
posible sería tratar de agrupar el descontento a través de mediaciones e
iniciativas políticas, con el objetivo de plantearnos estas luchas en conjunto,
y no por separado.
Nuestros movimientos
no cambiaron al país, pero al menos nos demostraron, en contra de la ideología
dominante, e incluso de nuestras propias
estigmatizaciones, que es posible tomar la palabra, alzar la voz, cuestionar el
sentido de nuestras vidas y el rumbo de nuestra sociedad. Y que ello depende de la acción y la
organización colectiva. No podemos olvidarlo, un movimiento social de masas
libera una energía social que puede, aunque ello sea en potencia, penetrar en
las estructuras más profundas de la conciencia y de la vida política de un
país. Esto puede parecer simple, pero no lo es. Y en un país como el nuestro,
constituye una pequeña -gran- victoria.
El Estado no cambió, pero nosotros sí…
Nota: Agradezco la lectura y observaciones de Guillermo Almeyra.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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