Entrevista a Silvia Federici, activista feminista y profesora de la Universidad de Hofstra de Nueva York
Revista Pueblos
Escritora, activista y
profesora de la Universidad de Hofstra de Nueva York, Silvia Federici es
una referente en la economía feminista. Hablamos con ella durante el V
Congreso Estatal de Economía Feminista [1] sobre cuestiones como el
sistema capitalista, las alternativas soñadas y en marcha, la lucha
salarial, el trabajo doméstico, la quema de brujas y el imaginario
popular.
– ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la economía feminista?
–
La economía feminista es un proyecto con mucho coraje que se ha
propuesto cambiar de manera significativa una disciplina que ha estado
más comprometida con la economía capitalista que con ninguna otra. Creo
que ha tenido muchos efectos importantes: el primero, someter la
economía oficial a una crítica radical de su metodología, de su forma de
medir, de su aplicación del método cuantitativo, del análisis de la
realidad social que no se puede reducir a una fórmula matemática y de
sus valores estructurales; el segundo, poner en el centro de esta
deconstrucción de la economía la importancia de toda un área de
actividades que definimos como reproductivas, muy importante para el
movimiento feminista pero sistemáticamente desconocida y desvalorizada
por la economía oficial. El cuidado, el trabajo del hogar, las
relaciones familiares, sexuales o procreativas, el cuidado de los niños,
el de las personas enfermas, el de los mayores… Para la economía
feminista esto es fundamental, no solamente para la reproducción de
nuestra vida, sino también para la producción del sistema capitalista,
porque la sociedad ha sido sometida a esta producción.
Las
economistas feministas hemos visto la importancia de todo este
conocimiento e iniciado una investigación sobre las consecuencias y los
efectos de la invisibilización. En concreto, hemos empezado un trabajo
de democratización del lenguaje que ha permitido crear un espacio donde
las mujeres que no son economistas expertas pueden empezar a comprender
cuál es la lógica de este sistema en el que vivimos, una lógica
realmente perversa.
Por ejemplo, estudios como el de Madeleine
Fairbairn (sobre la medida de los estándares del PIB y sobre cómo las
organizaciones internacionales y los gobiernos cuentan y excluyen el
trabajo de reproducción de sus cuentas) nos han permitido comprender que
el crecimiento de niños y niñas no es considerado productivo, pero
fabricar las armas que los matan sí que lo es.
Gracias a estos
estudios podemos entender la lógica que calificaba de perversa, porque
la economía como disciplina ha creado un nudo que nos impide ver la
verdad de las relaciones capitalistas. Es una red de categorías,
conceptos, asuntos y asunciones que son como un muro que la gente común
no puede comprender, que nos ofusca la visión. Por este motivo ha sido
importante comenzar a explicar qué significan estas categorías y empezar
a construir, a pensar y a imaginar la posibilidad de una alternativa.
–
En este contexto, advierte sobre el peligro de que la economía
feminista se convierta en una rama más de la economía. ¿Cómo cree que se
podría evitar esto?
– Creo que se puede evitar si las
economistas feministas trabajan en la economía como espías en un
territorio hostil. No se trata de educar a las y los economistas, sino
de comprender y transmitir la conciencia que pueden adquirir trabajando
dentro la economía. Una vez adquirida, se podría empezar un trabajo de
educación importante, porque, en mi opinión, el riesgo es dejar de
pensar.
Por este motivo, creo que es importante que la economista
feminista tenga su punto de referencia en los movimientos, sea como
inspiración por la economía alternativa (lo que es necesario hacer a
partir de la lucha o de la expresión, ya que la lucha exprime
necesidades, dificultades y posibilidades), sea como guía para no
olvidar por quien se escribe y por quien se hace este trabajo. El riesgo
es pensar que nuestros referentes son los economistas de los institutos
académicos.
Se habla de las mujeres y de la igualdad, pero
después se aprueban leyes que destruyen la condición de igualdad. El
reto por tanto es enseñar al sistema a ser contundente, porque muchas
feministas han participado en conferencias de las instituciones y la
gente identifica el feminismo como el que ha sido construido por
Naciones Unidas. Es importante que las economistas feministas no repitan
esto.
– ¿Qué opina sobre las potencialidades de la economía feminista?
–
La economía feminista debería tener dos objetivos principales: por un
lado, revalorizar el trabajo de reproducción y, por otro, demostrar la
centralidad, no solamente del trabajo de cuidado. Tengo un poco de
resistencia a este concepto porque durante muchos años en el movimiento
feminista en el que milité nunca se habló de cuidado. El término
“cuidado” es completamente nuevo, de los años 90. En los documentos
feministas de los años 70 y 80 se habla de trabajo doméstico o trabajo
de reproducción, pero nunca de trabajo de cuidados. ¿Por qué? ¿Cuál es
para mí el problema? El problema es que se va a construir una nueva
jerarquía entre las mujeres que hacen el trabajo material (limpiar la
ropa o las calles) y el trabajo que se ve como más emotivo, intelectual,
educativo, relacional… Por eso yo uso estos términos pero con mucha
cautela, porque no me gusta separar el trabajo material del inmaterial.
Para mí es muy importante demostrar la centralidad.
El trabajo de
cuidados es un ejemplo paradigmático, no se puede olvidar que lo
material e inmaterial es indisoluble en el trabajo que reproduce la vida
de una persona. Piensa en la educación de las niñas o en la cura de los
enfermos. Si sabes cómo se cura un enfermo, qué significa trabajar con
una persona que no es autosuficiente, es que sabes que no se puede
separar una cosa de la otra. La gran tragedia hoy es exactamente esto,
la separación. Lavar, limpiar o amamantar a un niño o niña, ¿es material
o inmaterial? Si piensas en el trabajo de reproducción te das cuenta de
cuánta estupidez hay en esta tendencia a la separación. No me gustaría
que las mujeres reprodujeran de manera indirecta esta dinámica que sitúa
a los conceptos en niveles más altos o bajos según el tipo de trabajo.
Conservar la naturaleza, cocinar, el trabajo sexual, hacer el amor… ¿qué
es, material o inmaterial? ¿Cómo se puede separar? No, no vamos a
reproducir esta visión que separa y que hemos criticado tanto en los
hombres, en los intelectuales.
– Señala a los movimientos
sociales como fuente de inspiración. ¿Qué fortalezas podrían aportar al
sistema para hacerlo más sostenible, justo y equitativo?
–
Cuando hablo de movimiento social lo hago entendiéndolo como un concepto
amplio y diverso, porque hay muchos tipos de movimientos sociales y de
algunos no soy muy entusiasta. Me gusta mucho lo que tantos compañeros y
compañeras en América Latina dicen: “no es importante hablar de
movimiento social sino de sociedades en movimiento”. Hablo de
movimientos sociales muy arraigados en la sociedad, que cooperan y que
miran lo que está cambiando a nivel de base. Movimientos sociales no
como organizaciones separadas, sino como clave en la reflexión que está
ocurriendo en varias partes del mundo y que nacen de la conciencia de
que esta sociedad capitalista no nos puede garantizar nada, que no puede
ofrecer prosperidad o seguridad de vida sino sólo a grupos limitados,
en períodos concretos y en condiciones particulares, como ocurrió
después de la II Guerra Mundial, de los años 40-50 hasta los 60-70.
Fue
una época asombrosa en la que se consiguió desestabilizar el sistema
gracias a los grandes movimientos sociales contra el capitalismo: la
descolonización, la lucha anticolonial, las revueltas en las fábricas de
los obreros industriales, el alzamiento contra la guerra del Vietnam,
el movimiento feminista o el surgimiento del indigenista. Fue un período
increíblemente importante que puso en crisis de manera estructural la
capacidad de la sociedad capitalista de producir y reproducirse. El
proceso de globalización, la intención de cambiar el mundo de las bases
durante los años 80-90, fue la respuesta del sistema.
Hay una
gran conciencia sobre el hecho de que el capitalismo puede conceder la
prosperidad o el nivel adecuado de vida solamente en condiciones
particulares. En este contexto, es importante comprender y analizar lo
que es el consumismo, producto directo de un gran empobrecimiento
social. Si tienes una vida rica desde el punto de vista emocional, con
buenas relaciones sociales, no te pierdes por una camiseta. El poder
mágico de las cosas, es un poder que se puede desarrollar sólo sobre un
desierto emotivo, un desierto social.
Un gran número de
poblaciones ya se sienten excluidas porque han sido expulsadas de sus
tierras, de sus trabajos, de sus salarios…. Por eso están intentando
crear formas diferentes de vida, organizándose de formas diversas. Los
movimientos sociales que tienen sus raíces y sus cimientos en estas
poblaciones son los más importantes.
Los movimientos feministas
populares de América Latina son los movimientos que el capitalismo
reprime. Me refiero a los que tienen como punto de referencia las
grandes luchas de las mujeres campesinas por defender los campos, la
agricultura de subsistencia y la soberanía alimentaria, o las luchas
contra el extractivismo, contra la minería, contra las cárceles y contra
todas las formas de represión militar. El zapatismo, en México, o el
Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, en Brasil, son sólo
dos de los muchos ejemplos que existen.
Muchos son movimientos
creados sobre una base territorial que están empezando una forma de
producción diferente teniendo presente el autogobierno. En mi opinión,
esto es lo que se está ocurriendo por primera vez en el mundo: lo nuevo
surge cuando hay una percepción de que el viejo sistema, el capitalismo,
es muerte, y esta idea ya se está difundiendo, sobre todo en América
Latina.
– Dice que allí donde se siente la necesidad del
cambio se generan prácticas para la construcción de alternativas. Muchos
movimientos populares han visto en el Estado un instrumento que les
puede ayudar a promover cambios para salir de la explotación o de la
amenaza que supone el capital. ¿Hasta qué punto la toma de las
instituciones puede servir para el cambio?
– Sí, ahí hay un
gran debate. El ejemplo más claro es el que viene de América Latina,
cuando los zapatistas rechazaron participar en las campañas electorales.
Muchas personas de los sectores de izquierda criticaron esta actitud
intensamente, pero yo creo que ahí los zapatistas tenían razón, porque
el Partido de la Revolución Democrática (PRD) no ha sido una
alternativa. Hemos visto que en países donde los partidos progresistas
asumieron el poder, como en Bolivia, con Evo Morales o en Ecuador, con
Rafael Correa, ya hay un conflicto entre Estados y movimientos de base.
En
el caso de Bolivia, el presidente ha seguido desde el inicio una
política extractivista. Aunque ha intentado reducirlo con algunas
medidas, como las bolsas solidarias, son acciones tan simbólicas que no
cambian nada y no ponen en el centro el fundamento de las relaciones
sociales ni un nuevo modo de producción. En Ecuador, Rafael Correa había
prometido una postura determinada frente al petróleo, y ahora se choca
con el Yasuní. En Brasil, muchas compañeras y compañeros están
demostrando que, con el tiempo, Lula da Silva ha instaurado un
imperialismo que sólo se diferencia de los otros en el esfuerzo por
expulsar a las empresas americanas.
Es necesario reflexionar
sobre esto. Si no nos enfrentamos, si pensamos que se puede mejorar el
capitalismo y continuamos con la misma lógica, solamente podremos
reducir los efectos negativos. Si creemos que el progresismo significa
reducir y humanizar un poco la explotación, entonces el resultado será
aún peor, porque esto crea mucha pasividad, nos hacen creer que van a
mejorar nuestras condiciones, que no debemos activarnos porque ellos lo
harán por nosotras.
– Una de las cuestiones clave que
identifica como reforma estructural es la reivindicación que desde el
movimiento feminista se ha realizado en torno a la lucha salarial, uno
de los elementos que más desigualdad genera. ¿Podría profundizar un poco
en cómo la brecha salarial reproduce la desigualdad?
– Desde
el Colectivo Feminista Internacional lanzamos la campaña Salario para
el Trabajo Doméstico porque entendíamos el sueldo como una máquina que
provoca desigualdades. En primer lugar, la diferencia de salarios ha
permitido invisibilizar el trabajo doméstico, lo que ha provocado una
serie de explotación laboral. En segundo lugar, lo ha naturalizado
porque lo ha mitificado y ha creado jerarquías entre lo “asalariado” y
lo “no salariado”. A través de estas jerarquías se ha ocasionado un
sistema de control indirecto de las personas “sin salario”. Aquí las y
los asalariados se convierten en patrones, controladores y supervisores
del trabajo no salariado. La jerarquía nunca es neutra, es el principio
de la explotación. Debemos tener cuidado cuando hacemos cualquier lucha
salarial y asegurarnos de que ésta no va a ser a costa del bienestar de
otras personas, cerciorarnos de que aquello que ganamos en el terreno
del salario no reproduzca de nuevo jerarquías que generen desigualdades.
– Habla de construir formas más cooperativas para la reproducción social…
–
En realidad es un sueño, aunque también una práctica. Dolores Hayden,
una feminista que ha hecho mucha labor urbanística en Estados Unidos, ha
estudiado la historia centrándose en el esfuerzo de las mujeres para
superar el aislamiento del trabajo doméstico.
En muchos países la
forma más cooperativa ha surgido a partir de una necesidad provocada
por la depresión y la austeridad, como en Chile, Perú y Argentina, donde
las mujeres trajeron las olas de los piquetes, los comedores populares y
los huertos urbanos. Es importante ver qué ha traído de nuevo a la
lucha social. Elementos que no estaban en las luchas de los años 60-70 y
que nacen de una necesidad de crear formas de control sobre nuestras
vidas, de autoproducción y autoaprovisionamiento.
Me
parece haber reconocido la línea que necesitamos seguir. Es claro que en
algunos países el camino está más avanzado porque el desastre económico
los ha obligado a hacerlo. Y también que en muchos lugares como en
América Latina es un poco más fácil porque existe una tradición de
relaciones comunitarias que el capitalismo no ha podido destruir y que
hoy es una fuerza. El camino que nos muestra América Latina, el camino
que se debe recorrer también en Europa y en los EEUU, ya se ha iniciado.
En Grecia, por ejemplo, millones de personas se han encontrado con la
realidad de un empobrecimiento brutal. Es evidente que van a tener que
empezar a crear formas alternativas de vida, y las opciones son aceptar
la derrota continua o juntarse, juntar sus recursos, juntar su energía y
crear. Mi pareja ahora está en Heraclio, Creta, donde han organizado un
gran festival para celebrar las nuevas clínicas sociales. Todas estas
cosas se van a ampliar necesariamente.
– Vamos a cambiar de tema y abordar otra de las cuestiones fundamentales de tu obra. En su libro Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria
[2], retomas la matanza de brujas como fundante de un sistema
capitalista que expropia el cuerpo, los saberes y la reproducción de las
mujeres sin remuneración alguna. ¿Qué opinas de la quema de brujas?
–
La reflexión sobre las brujas es muy seria, y abro para mí lo que es
como una herida abierta, porque en los últimos cuatro o cinco años me he
dado cuenta de que el legado de los inquisidores permanece en el
imaginario popular, de que han dejado una herencia de desvalorización de
la bruja que se plasma en canciones o en prácticas como quemar a las
brujas, y que esto pasa a nivel europeo.
Hay quema de brujas en
Escandinavia, aunque han hecho un pequeño esfuerzo por reconocerlo
construyendo un monumento en Noruega. También en San Juan se celebra la
quema de las brujas, incluso hay canciones sobre ello. Cuando fui a
Copenhague las mujeres me mostraron algunas representaciones horrendas
de brujas. Me gustaría viajar y luchar contra esto junto a un grupo de
mujeres.
El año pasado en el País Vasco vimos cosas que nos
entristecieron mucho. La imagen de la bruja se ha convertido en una
mercancía que se usa para atraer a turistas en lugares como
Zugarramurdi, donde hay un Museo de las Brujas y puedes encontrar
imágenes horribles. Les pregunté a las mujeres de las tiendas que por
qué razón vendían esas cosas y me dijeron que, aunque no les gustaba, lo
ordenaba el patrón. Debemos hacer algo para que no se vendan más.
Una
puede pensar que tal y como está el mundo, lleno de problemas, nadie va
a pensar en las brujas, pero creo que hay que hacer algo, que sería muy
importante. En realidad, hoy también se queman brujas: en África se
calcula que se han quemado, enterrado vivas o acuchillado más de 30.000
mujeres, sobre todo mayores; en 2013 se han enterrado vivas 700 mujeres
en Tanzania; y en Papúa Nueva Guinea también han quemado a muchas.
¿Dónde están las feministas? ¿Dónde hay un surgimiento de feministas?
En
India estoy en contacto con mujeres feministas que se están ocupando de
esto, porque allí es una matanza. Todas me dicen que está conectado con
el cercamiento y la propiedad de las tierras, con el nuevo papel de las
mujeres y con la expulsión de las mayores, que son consideradas como no
productivas pero que tienen acceso a la tierra. La manipulación de las
compañías, que usan las acusaciones de brujería para conseguir sus
objetivos es constante. Es importante organizar un grupo de mujeres en
cada país para hacer algo. ¿Por qué no en España también?
Notas:
[1] Vic (Catalunya), julio de 2015.
[2] Federici, Silvia (2010): ‘Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria’, Editorial Traficantes de Sueños, Madrid.
Beatriz Plaza y Erika González son investigadoras del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.
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