El odio devora las almas. Matar
a alguien, a cualquier persona, únicamente para distraerse de la triste
monotonía de la vida diaria. Cuando uno de los muy jóvenes
protagonistas de Hogar, cuarto largometraje de la realizadora
belga Fien Troch, confiesa en su teléfono inteligente esta apetencia
siniestra, lo que en realidad resume es el creciente hartazgo y
desasosiego moral de muchos adolescentes en una Europa próspera y
satisfecha, cuyos adultos no consiguen entender las causas de un
nihilismo juvenil potencialmente destructor.
El cine estadunidense ha mostrado la doble vertiente de la violencia adolescente como impulso autodestructivo (Kids, de Larry Clark, cinta emblemática), o como una expresión desesperada que arremete ciegamente contra los demás (Elefante, de
Gus van Sant). En el caso de la directora Fien Troch se trata de
impulsos latentes, vinculados a situaciones extremas de desequilibrio
familiar.
El adolescente Kevin (Sebastian van Dun) sale libre de una
correccional e inicia una vida nueva en casa de una tía, cuyo hijo Sammy
(Loïc Batog), instalado en el tedio existencial, se muestra receptivo a
la influencia y magnetismo del recién llegado. Un amigo común, John
(Mistral Guidotti), vive una tormentosa relación de amor y odio con su
madre posesiva, y elige como refugio la manía compulsiva de abismarse en
su celular. Todos los personajes muestran hacia la autoridad escolar
franco desdén y desconfianza sin reservas. Con la familia, el trato es
el estricto mínimo necesario.
La cineasta captura esa realidad de latente violencia explosiva
mediante un tono muy cercano al documental (la cinta señala estar basada
en hechos reales), y con la irrupción, en algunas escenas, de formato
vertical y cerrado que restituye la pantalla de un iPhone, creando una
sensación de claustrofobia y la impresión de imágenes capturadas por los
propios protagonistas adolescentes.
El carácter aparentemente pacífico y afable del invitado
Kevin, puede cambiar abruptamente a la menor provocación, y las
ocasiones de roces ríspidos con familiares y compañeros son, en efecto,
numerosas. Es, precisamente ese ensimismamiento sombrío de los jóvenes
en la cinta, su aparente desconexión con mucho de lo que les rodea, o lo
que no los atañe muy directamente, lo que la directora observa con
minucia sorprendente. La violencia gráfica se produce una sola vez –y es
tan perturbadora como en una cinta del austriaco Haneke–, pero por lo
demás, y de modo no menos angustiante, doblada de rencor se insinúa
silenciosamente, subsiste casi a flor de piel, y eso coloca a Hogar en
un sitio muy alejado de las ficciones habituales sobre delincuencia
juvenil en Europa o Norteamérica, rebosantes de brutalidad y sexualidad
explícita. Lo más cercano a este cine de Fien Troch es la narrativa de
Gus van Sant, despojada de juicios morales, sobria en su registro
documental a un mismo tiempo cálido y desapasionado. Una mirada fuera de
lo común y, por lo mismo, inesperadamente honesta.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 12 y 19 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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