Carlos Bonfil
Sensualidad y rabia. Marco Bellocchio, viejo niño terrible del cine italiano, autor de cintas memorables como Con los puños en los bolsillos (1965) y En el nombre del padre (1971), acomete en Sangre de mi sangre,
su propuesta más reciente, una singular audacia narrativa. Refiere en
dos tiempos un relato de corrupción e intolerancia como muestra
elocuente de la persistencia histórica del estado de descomposición
moral que advierte hoy en la sociedad italiana. La lúcida visión del
autor casi octogenario es especialmente pesimista, aunque no exenta de
ese culto a la belleza –particularmente a la sensualidad femenina– que
ha estado presente en sus obras recientes (La sonrisa de mi madre, 2002; Buenos días, noche, 2003), y que en esta nueva cinta alcanza una expresión plena.
En un convento de la Italia del siglo XVII, la joven Benedetta
(Lidiya Liberman, espléndida en su mutismo provocador) es acusada de
haber propiciado el suicidio de su confesor, y para que este último
pueda tener una cristiana sepultura, ella debe contribuir a lavar la
culpa del suicidio confesando haber obrado por instigaciones del
Maligno. La sucesión de humillaciones y torturas a que es sometida la
joven es impresionante, pero su entereza moral se mantiene
imperturbable, como perenne acta de acusación lanzada al rostro de sus
inquisidores, algunos de los cuales son sensibles a su valentía y
belleza, deseando incluso ayudarla. Lo que prevalece, sin embargo, es
una suerte de razón de Estado, donde la condena obligada de una inocente
deviene el precio a pagar para la preservación del prestigio de la
Iglesia. Esa hipocresía y mala fe de esa fe cristiana es lo que Marco
Bellocchio expone con su característica malicia y su probada solvencia
en el quehacer cinematográfico.
De esta historia es testigo apesadumbrado y perplejo el joven
visitante Federico (Pier Giorgio Bellocchio), hermano del sacerdote
suicida, y como aquél, seducido también por la belleza de la joven
reclusa. Su llegada al convento es pretexto para una de las escenas más
humorísticas de la cinta, la que muestra a dos hermanas monjas
literalmente hechizadas por la sensualidad del varón forastero con quien
habrán de compartir, en un tierno alboroto de su devoción religiosa, el
mismo lecho de deleites muy paganos.
Con un giro narrativo igualmente malicioso, Bellocchio opera un salto
de varios siglos para narrar en nuestros tiempos neoliberales otra
historia de corrupción en el mismo lugar, convertido ahora en una
antigua propiedad en venta, donde un vampírico conde debe enfrentarse a
la rapiña de un comprador ruso millonario. A estas alturas de la cinta, y
de la carrera del propio cineasta veterano, todas las excentricidades
le parecen ya permitidas. La segunda historia sólo consigue señalar, de
modo convincente, la persistencia de los viejos vicios de una
intransigencia religiosa en los ropajes nuevos de una corrupción
política coludida con las mafias financieras. Baste retener en Sangre de mi sangre
como atractivos cardinales, el tributo a la sensualidad femenina y el
espíritu muy lúdico de un cineasta de vitalidad infatigable.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12:15 y 17:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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