Empieza hoy en Cancún,
Quintana Roo, el 48 periodo ordinario de sesiones de la Asamblea
General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en el cual
se tiene previsto un intercambio de puntos de vista sobre los asuntos
hemisféricos y se abordarán los problemas continentales en cuatro
grandes capítulos: desarrollo integral y prosperidad; estado de derecho,
democracia y derechos humanos; seguridad multidimensional, y
empoderamiento y liderazgo de las mujeres.
Será un encuentro muy ambicioso, con la presencia de representantes
de los 34 gobiernos que integran el organismo regional, organizaciones
empresariales y civiles, así como de los 72 estados que ostentan la
condición de observadores permanentes en la organización, y en forma
paralela a las sesiones de la asamblea general se llevarán a cabo
encuentros temáticos en materias de innovación, emprendimiento,
desarrollo, medición de la pobreza, ciberseguridad, reducción del riesgo
de desastres, corresponsalías bancarias y otros asuntos.
Para la OEA la reunión representa una nueva oportunidad de orientar
sus acciones en una dirección verdaderamente multilateral y plural, así
como de enmendar el vicio de origen del que nunca, en sus 69 años de
existencia, ha podido liberarse: la influencia definitoria, e incluso
aplastante, del gobierno de Estados Unidos en las decisiones y la
supeditación de las acciones del organismo panamericano a los intereses
de Washington.
Esa falla estructural e histórica –que se evidenció con la injusta
expulsión de Cuba, en 1962, por voluntad de la Casa Blanca– ha impedido
que la organización se convierta en un foro de solución de los problemas
regionales y en un árbitro autorizado en los conflictos entre sus
países integrantes.
En tiempos más recientes, la OEA, por iniciativa de su actual
secretario general, el uruguayo Luis Almagro, ha sido usada como
instrumento injerencista en la crisis política venezolana, pero ha sido
pasiva ante los golpes de estado parlamentarios perpetrados en Paraguay
(2012) y Brasil (2016), lo que ha llevado su credibilidad a niveles
mínimos.
Es precisamente ese desprestigio el que ha llevado a varios países
del continente a fundar otros foros regionales, particularmente la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que no
incluye a Estados Unidos ni a Canadá y, a pesar de los retrocesos
políticos en dos de sus integrantes de mayor peso –Argentina y Brasil–
parece un espacio más adecuado que la OEA para impulsar la integración
regional, buscar solución a los conflictos regionales y a los problemas
sociales, así como propiciar el desarrollo de los países integrantes.
En la reunión, que se inicia hoy lunes en Cancún –y se extenderá
hasta el miércoles próximo– la OEA oscila entre una nueva posibilidad de
reinventarse y de reorientarse, y el peligro de ratificar sus posturas
de siempre: emitir declaraciones de papel en los temas que aborde y
mantenerse atada a posturas institucionales que, más temprano que tarde,
habrán de conducirla a la completa caducidad.
Es pertinente observar con atención lo que ocurra en estos días en dicho encuentro.
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