Las elecciones de 2015 y las locales de 2016 dejaron
evidencias de lo endeble del diseño institucional, que coloca a los
organismos públicos locales electorales (OPLE) bajo la supervisión del
Instituto Nacional Electoral, pero para su fortuna han sido holgadas las
diferencias entre el primero y segundo lugares en prácticamente todas
las elecciones de gobernador –salvo la de Colima, que finalmente fue
anulada aunque por causas atribuibles a la intromisión del gobierno
estatal.
Las elecciones recientes dejaron bajas (la salida de
secretarios ejecutivos en algunos OPLE e incluso la destitución de todos
los integrantes del Consejo General del órgano electoral de Chiapas) y
provocaron muchos ajustes en las reglas de operación institucionales;
pero los problemas operativos no provocaron un cuestionamiento serio de
la limpieza de los procesos electorales.
Desde antes del inicio de los procesos electorales de este
año se sabía que las elecciones de gobernador en los estados de México y
Coahuila serían muy complicadas, tanto por lo competidas como por el
hecho de que son entidades en las que no ha habido alternancia en el
Ejecutivo estatal.
En este sentido las previsiones se cumplieron,
particularmente en el Estado de México: la intervención de los gobiernos
federal y estatal fue descarada y permanente. Los resultados de los dos
conteos rápidos muestran que, en el caso mexiquense, la diferencia
entre el porcentaje inferior del rango de votación del primer lugar y el
superior del segundo era de apenas 1.22 puntos porcentuales, mientras
que en Coahuila los rangos se traslapaban.
La situación se agravó por los errores de operación que
impactaron directamente en la calidad del proceso electoral, como fueron
las fallas y demoras en el proceso de registro y acreditación de los
representantes de los partidos políticos, lo que se tradujo en que el
día de la jornada electoral varios de ellos no pudieran cumplir con su
trabajo. Ésta era una asignatura que había sido totalmente superada, una
labor de rutina que las autoridades electorales ya dominaban a la
perfección y que en este proceso electoral se convirtió en el primer
escollo.
Aunque la falla es grave, porque deja indefensos a los
partidos políticos al no poder presenciar la jornada electoral en todas
las casillas ni contar con todas las actas, fueron peores las que se
presentaron en el manejo de los PREP. En el caso de Coahuila, resulta
inverosímil que apenas se haya superado 70% de las casillas capturadas,
pero es peor todavía que el PREP señalara durante varias horas que había
alcanzado ya el 100%, lo que desató la justificada indignación de los
opositores y fue decisivo para unir a todos los candidatos distintos al
PRI. En el del Estado de México las discrepancias entre las cifras que
muestran las imágenes de las actas de escrutinio y los números
capturados, en el caso del candidato de la coalición que encabeza el
PRI, son evidentes, así que le tocará a la autoridad electoral
aclararlas.
Todavía peor es el manejo de los paquetes electorales que
hicieron las instancias distritales del instituto coahuilense, pues de
acuerdo con lo denunciado por todos los excandidatos a la gubernatura
opositores al PRI, aquellos fueron violados, lo cual desde luego implica
que pudieron ser alterados. El sólo hecho de que haya elementos que
permitan suponer la manipulación de los mismos implica un retroceso de
más de un cuarto de siglo, pues supone regresar a las prácticas previas a
la creación formal del Instituto Federal Electoral y sus
correspondientes órganos estatales. Es revivir el fraude electoral de
1988, cuando se robaron, alteraron y sustituyeron paquetes electorales.
El panorama es aterrador de cara a la elección de 2018. La
organización de la federal será complicada en sí misma, tanto por lo
competido (se espera una diferencia mínima entre los dos primeros
lugares) como por la previsible intromisión de las distintas instancias
de gobierno para tratar de apoyar a sus compañeros de partido o
coalición; pero también porque habrá elecciones concurrentes en 30
estados de la República Mexicana (las únicas dos entidades que no
tendrán ningún proceso electoral son Baja California y Nayarit), de las
cuales nueve serán de gobernador. La complejidad del proceso es
evidente.
Y si a esto se le agrega la incompetencia de la autoridad
electoral, que comete errores en procedimientos que deberían ser
rutinarios (como es el registro y acreditación de los representantes de
partido, la operación del PREP y la custodia de los paquetes
electorales, entre los más evidentes), los riesgos de que los conflictos
se salgan de las instancias institucionales son mayores.
Hasta hoy todo indica que los institutos políticos y
candidatos apuestan a dirimir los conflictos postelectorales en las
instancias jurisdiccionales competentes, pero las manifestaciones
multitudinarias ya se hicieron presentes en las calles de Saltillo,
precisamente por la pésima actuación de la autoridad electoral
administrativa. El pésimo manejo de las actuales elecciones estatales
por las instancias administrativas (particularmente en el Estado de
México y Coahuila) obligará a las instancias jurisdiccionales a una
actuación casi perfecta para disipar todas las dudas, corregir todos los
errores o, incluso, anular elecciones para evitar que los ánimos se
desborden.
El momento es crucial, el desenlace es incierto y será un parteaguas en la vida electoral del país.
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