Carlos Bonfil
▲ El actor William Dafoe durante la presentación de The Lighthouse, en el Festival Internacional de Cine de Morelia.Foto Ap
La 17 edición del Festival
Internacional de Cine de Morelia ha refrendado lo que era ya una
evidencia incuestionable. No sólo es la plataforma de promoción del
trabajo nacional más importante en el país, sino también un estupendo
escaparate del mejor cine de ficción y documental que se produce a nivel
internacional. También es un foro público que analiza y cuestiona las
contradicciones entre una industria nacional que conoce un auge
inusitado y una buena proyección mundial, así como las políticas del
régimen actual que, en materia cultural, no parecen reconocer cabalmente
la urgencia de dar un respaldo más vigoroso, en el presupuesto y en una
legislación proteccionista, al cine mexicano. La coartada de la defensa
del libre comercio sólo ha facilitado, en los hechos, que la producción
mexicana más prolífica en las últimas décadas deba verse eclipsada, y
en rigor arrinconada, por la hegemonía del cine estadunidense en la
cartelera comercial. De un gobierno progresista, y declaradamente
antineoliberal, se esperaría poner finalmente freno razonable a esas
políticas mercantilistas que por largo tiempo han invisibilizado la
mejor producción.
El FICM ha sido, durante ya casi dos décadas, el mejor barómetro para
calibrar la buena salud de este cine, y para difundir, así sea
fugazmente, sus producciones más valiosas. El año pasado permitió dar
cuenta de la relevancia del trabajo de ficción, y en particular de la
presencia femenina (La camarista, El ombligo de Guie’dani, La caótica vida de Nada Kadic, Leona, Asfixia, Antes del olvido, Luciérnagas o Las niñas bien). Y aunque en la edición de este año la ficción tuvo títulos notables (Mano de obra, de David Zonana; Sanctorum, de Joshua Gil; Ya no estoy aquí, película ganadora del certamen, de Fernando Frías de la Parra; Esto no es Berlín, de Hari Sama, o Territorio,
de Andrés Clariond Rangel), justo es reconocer que el cine documental
tuvo presencia aún más sobresaliente, no sólo por la calidad de su
factura y el profesionalismo en sus estrategias de investigación
exhaustiva, sino por el grado de pertinencia al abordar los temas que
más interesan e inquietan a los espectadores: el auge incontenible de la
violencia en México; las redes de complicidad entre gobiernos,
empresarios y delincuentes en el hasta hoy fallido combate al crimen
organizado, y las respuestas comunitarias que en muchos lugares han
rebasado con creces los esfuerzos titubeantes de muchas autoridades para
garantizar la paz social.
Al respecto, el documental Oblatos, el vuelo que surcó la noche,
de Acelo Ruiz Villanueva, recupera la memoria colectiva de la
persecución y saña oficial que padecieron los jóvenes militantes de la
extrema izquierda durante la guerra sucia de los años 70. Los
testimonios de los hoy sexagenarios sobrevivientes de la Liga Comunista
23 de Septiembre son demoledores y revelan la doble moral y la
desinformación mediática que, después del encarcelamiento, los condenó
al ostracismo y al estigma social. En ese mismo registro del recuerdo,
el documental ganador, El guardián de la memoria, de Marcela
Arteaga, elabora, a través de la figura de Carlos Spector, abogado de
migración en Texas, una vigorosa denuncia de las erráticas políticas de
asilo en Estados Unidos para quienes huyen de la violencia en México,
señalando de paso el limbo jurídico y el infierno moral de quienes han
sido víctimas, en nuestro país, de ese
crimen autorizadoen que se ha convertido la pretendida guerra a la delincuencia organizada debido a la colusión de intereses que vinculan al crimen con diversas cúpulas empresariales.
Un trabajo original y valiente, Bad hombres, de Rodrigo Ruiz
Patterson, describe la vida diaria de migrantes indocumentados que
padecen, en nuestro lado de la frontera, los saldos de la pauperización y
la xenofobia. El encierro es tema recurrente, de modo muy diverso, en Sísifos,
poderoso testimonio coral de Nicolás Gutierrez Wenhammar y Sebastián
Mohar Volkow sobre los anexos para alcohólicos anónimos, y Retiro,
de Daniela Alatorre, sobre mujeres que soportan, de modo muy
ambivalente, los estragos de una cultura patriarcal fuertemente
religiosa. Variantes notables de esta temática son los títulos Dibujos contra las balas, de Alicia Calderón, y Niña sola,
de Javier Ávila. El encierro espiritual a que obliga una discapacidad
visual es también detonador de un proceso liberador, y está presente en Maricarmen, documental sensible y sobrio de Sergio Morkin, cuyo contrapunto indigenista es Tote_Abuelo, de María Sojob, relato de una solidaridad afectiva ambientado en una comunidad tzotzil. Vaquero de mediodía, de Diego Enrique Osorno, y Tío Yim,
de Luna Marán, son vasos comunicantes de la evocación nostálgica y
reivindicadora de personajes anónimos o incomprendidos; también maneras
intimistas y novedosas de una recuperación de la memoria colectiva. Más
que una crónica detallada en los diarios, todos estos trabajos
documentales merecerían la justicia de una difusión digna en la pantalla
grande. Sólo así podría apreciarse, en su mejor dimensión, la
originalidad y riqueza del actual cine mexicano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario