Lucía Luna
(apro).- En el marco de las elecciones generales en Bolivia, el diario español El País
publicó una nota titulada “los pequeños Bolsonaros bolivianos”, en la
que daba cuenta de dos candidatos de filiación evangélica, que si bien
tienen todavía un apoyo muy minoritario en el país andino, evidencian la
voluntad de participar en política de una corriente religiosa que se ha
ido abriendo paso aceleradamente en toda la región.
Uno es Víctor Hugo Cárdenas, el primer indígena en la historia de
Bolivia que logró escalar hasta la vicepresidencia del país (1993-1997).
Criado como protestante en la zona del lago Titicaca, militó muchos
años en las filas del indigenismo, pero nunca comulgó con el líder
cocalero y luego presidente Evo Morales; y esta vez decidió contender
contra él. Se presentó por un partido tradicional, la Unión Cívica
Solidaridad, pero se hizo acompañar por un pastor evangélico, Humberto
Peinado, conocido por liderar un movimiento anti aborto. Las encuestas
le daban un 3% de intención de voto.
El otro, Chi Hyung Chung, es un candidato emergente y atípico. Nacido
surcoreano, llegó a Bolivia a los 12 años, en una misión encomendada a
sus padres por la Iglesia Presbiteriana de Corea, que empezó
modestamente y ahora tiene 70 iglesias, una clínica, una universidad y
múltiples negocios en territorio boliviano. Él, hizo carrera de forma
paralela como empresario y pastor.
Pero el “Dr. Chi”, como lo llama la gente, también quiso siempre
incursionar en política. Y tuvo suerte. Primero, porque un cambio
constitucional en 2009 eliminó el requisito de que los presidentes
bolivianos fueran nacidos en el país; y segundo, porque a mitad de la
campaña renunció el candidato del Partido Demócrata Cristiano, integrado
básicamente por católicos, pero que no vaciló en llamarlo como su
sustituto. Los sondeos le daban un 7%.
Sobra decir que ambos candidatos hicieron campaña con una agenda muy
similar. A favor de la familia y la vida, y no sólo contra el aborto,
sino contra la llamada “ideología de género” y cualquier tipo de derecho
a las denominadas sexualidades alternativas. Y en el camino soltaron
algunas perlas discursivas. Cárdenas propuso que para frenar la
violencia contra las mujeres se les dieran a ellas armas de fuego. Y el
“Dr. Chi” sentenció que los recientes incendios en la Amazonia boliviana
eran “un castigo de Dios” por las prácticas homosexuales.
Transcurridos los comicios, Cárdenas quedó en los porcentajes
previstos. Pero el “Dr. Chi” ascendió casi a un 9% y, aunque lejos,
quedó en tercer lugar después de Evo Morales y Carlos Mesa, desplazando a
otras formaciones de larga tradición en Bolivia, algunas sustentadas en
la doctrina social católica.
Ciertamente el escenario político boliviano está muy lejos de otros
en América Latina, donde las corrientes evangélicas ya han llegado a
puestos de poder, como en Brasil o Guatemala; o ejercen fuertes
presiones sobre la agenda pública, como en Costa Rica, Honduras,
Colombia, Chile e, inclusive, México. Pero refleja una tendencia que,
según datos de la BBC, hace que uno de cada cinco latinoamericanos se
sienta ya representado por una Iglesia evangélica.
Este incremento en las filas evangélicas ha significado un decremento
casi proporcional en la filiación católica, antes dominante en la
región. Según Latinobarómetro, del 80% de la población que se declaraba
como tal en 1996, ahora se ha bajado a 60%. En cambio, las
denominaciones protestantes y evangélicas arañan ya casi el 20%. Un
porcentaje alto, si se considera que, según el Pew Research Center
(PRC), en los años setenta apenas rondaba el 4%. Esa cifra ascendió
gradualmente en los decenios siguientes, pero en el siglo XXI
prácticamente se duplicó.
Su crecimento sin embargo ha sido diferenciado en términos
nacionales. De acuerdo con el mismo PRC, los porcentajes más altos están
en Centroamérica, ya que en Guatemala, Honduras y Nicaragua los
evangélicos superan el 40%. Les sigue Brasil, con cerca de 27%; y luego
Costa Rica y Puerto Rico, con alrededor de 20%. Y en Argentina,
Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela se calcula que al menos 15%
se identifica ya con esta corriente.
En México, que en contra de la tendencia regional se mantiene con el
mayor índice de católicos (80%), al menos 10% se dice ya miembro de
alguna denominación evangélica. Y la única excepción es Uruguay, donde
tanto católicos (37.5%) como evangélicos (4%) ostentan porcentajes muy
bajos, mientras que hasta 31% declara no pertenecer a ninguna religión.
Este último rubro es el que más ha crecido en América Latina, comparado
con el ascenso evangélico, al pasar en los últimos 15 años del 6% al
16%. La gran diferencia es que no está organizado.
Hay que recordar que el fenómeno evangélico no es nuevo en la región
latinoamericana, ya que las primeras misiones llegaron a fines del siglo
XVIII, luego de la independencia en Estados Unidos. También debe
observarse que la llamada “gran familia protestante” tiene múltiples
denominaciones. Están las tradicionales, como presbiterianos, bautistas y
metodistas; y las más nuevas, llamadas pentecostales o
neopentecostales. Estas últimas son las que han incursionado
impetuosamente en el escenario político.
La investigadora de FLACSO México, Gisela Zaremberg, cifra el éxito
político electoral de estas Iglesias en “tres transformaciones”. La
primera, el desplazamiento de pequeños templos en zonas marginales a
modernas megaiglesias en barrios de clase media o alta, que cumplen un
papel aspiracional y de movilidad social.
La segunda, que funcionan como empresas trasnacionales que divulgan
la “teología de la prosperidad”, según la cual los creyentes deben
disfrutar de los bienes de la creación divina en esta misma tierra. La
doctrina proclama el empoderamiento individual, pero también la
felicidad colectiva del pueblo de Dios; exige una disciplina férrea,
divulgación de la palabra y donaciones en especie o en efectivo.
Todas estas prácticas aumentan la posibilidad de una recompensa
divina que, según los líderes, incluye que los evangélicos también están
destinados a ocupar exitosamente cargos públicos (tercera
transformación). Y según advierte Zaremberg, hay corrientes llamadas
“reconstruccionistas”, que inclusive plantean “reconstruir” las
democracias como teocracias.
Por su parte, el investigador Carlos Malamud del Real Instituto
Elcano contrpone esta “teología de la prosperidad” a la “teología de la
liberación” que en los decenios de 1960 y 1970 creó toda una generación
de curas católicos revolucionarios, obreros y campesinos que se
involucró con los sectores sociales más desfavorecidos. Y se pregunta
qué tanto incidió el ataque sistemático del Vaticano contra esta
vertiente teológica, que en los hechos acabó con la “opción preferencial
por los pobres”, en el decremento de los fieles católicos y el ascenso
de las Iglesias evangélicas.
En todo caso las fechas coinciden. Ahora que se suman los políticos
de esta filiación, o que se sirven de ella, parece olvidarse que uno de
los primeros en América Latina fue el peruano Alberto Fujimori, en 1990.
Prácticamente desconocido por el pueblo, el candidato de origen japonés
logró el apoyo de varias Iglesias evangélicas para postularse. E
inclusive el pastor bautista Carlos García lo acompañó como
vicepresidente en su fórmula Cambio 90, que también postuló al Congreso a unos 50 fieles evangélicos, de los que 14 fueron elegidos.
En esto sin duda el caso más notorio es el del Congreso brasileño,
que cuenta con decenas de parlamentarios evangélicos, quienes junto con
los representantes del sector militarista y el agropecuario integran la
llamada Bancada BBB: Biblia, Bala y Buey. Ellos han decidido en los
últimos años la vida política de Brasil: el ascenso y caída de Lula y
Dilma Rouseff, y el triunfo de Jair Bolsonaro. Ninguno de ellos es
evangélico, pero no hubiera llegado sin su apoyo. Sí lo son, la
excandidata presidencial y exministra de Medio Ambiente de Lula, Marina
Silva; y el actual alcalde de Río de Janeiro, el pastor metodista
Marcelo Crivella.
Donde un evangélico sí llegó ya a la presidencia es en Guatemala,
encarnado en el pastor y antiguo cómico Jimmy Morales. Y en Costa Rica
estuvo cerca de hacerlo otro predicador, Fabricio Alvarado, quien aunque
perdió por un amplio margen en la segunda vuelta frente al candidato
oficialista, consiguió un nada despreciable 39% de los votos, sustentado
en su oposición a la resolución de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos a favor del matrimonio igualitario.
En Venezuela y Colombia, el año pasado los pastores evangélicos
Javier Bertucci y Jorge Antonio Trujillo se presentaron respectivamente
como candidatos a la presidencia. Ninguno tuvo mayor repercusión
electoral; pero en 2016 los evangélicos colombianos sí mostraron su
fuerza al movilizarse por el NO en el plebiscito sobre el acuerdo de paz
entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC). Y sin duda también jugaron un papel en el triunfo de Iván Duque,
que devolvió la presidencia al partido Centro Democrático del
expresidente Álvaro Uribe.
Ningún análisis deja de mencionar tampoco que en México el candidato
izquierdista Andrés Manuel López Obrador se coaligó con el Partido
Encuentro Social (PES), de base evangélica. Y aunque no se puede afirmar
que éste fue decisivo en su triunfo, ya que inclusive perdió su
registro por falta de votos, sí se observa que mantuvo una influencia
sobre la agenda gubernamental, mediante una representación parlamentaria
que cabildea en favor de sus intereses y valores.
Pero “intereses” es probablemente la palabra clave. Porque si bien la
agenda evangélica basada ante todo en valores morales enfocados en la
familia y la sexualidad parece ser un vínculo natural con los sectores
políticos y sociales más conservadores del ámbito latinoamericano, lo
cierto es que algunos de sus pastores más influyentes han apoyado
pragmáticamente a partidos diversos, con el simple objetivo de acceder a
espacios de poder.
La investigadora de FLACSO Zaremberg dice que están muy bien
organizados, lo que les permite ser “flexibles”. Aprovechan las alianzas
y las posiciones que van ganando para avanzar sutilmente desde dentro.
No necesitan confrontarse directamente, sino manipular, tergiversar o
vaciar de contenido ciertas prácticas opuestas a lo que ellos predican.
Cuentan además con su red de iglesias, disponen de medios masivos de
comunicación y son muy activos en redes sociales; donde, ahí sí,
continúan exponiendo su doctrina sin cortapisas.
Una operación de pinzas que ha dado frutos. Tal vez el sector de los
no creyentes, que es el otro que más crece en América Latina, debería
también empezar a pensar en organizarse.
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