Economía: ni frío ni calor
Recesión: última llamada
Como diría el clásico
optimista, en materia económica ni frío ni calor: cero por ciento. Ese
es el triste comportamiento del producto interno bruto en los primeros
nueve meses de 2019 con respecto a igual periodo de 2018. Pero tiene sus
bemoles: si el comparativo se hace de abril-junio a julio-septiembre
del presente año, entonces la economía registra un avance –por llamarlo
así– de 0.1 por ciento, aunque si la medición es del tercer trimestre
del año pasado a igual lapso del presente, el resultado es un descenso
de 0.4 por ciento.
Todo un galimatías macroeconómico, que traducido al castellano simple
quiere decir que el horno no está para bollos y que el comportamiento
económico nacional es más que preocupante, toda vez que el resultado del
tercer trimestre de 2019 es el peor desde finales de 2009, de acuerdo
con la estimación oportuna del PIB periódicamente elaborada por el
Inegi.
Ante tal panorama, el Instituto para el Desarrollo Industrial y el
Crecimiento Económico –de cuyo análisis se toman los siguientes pasajes–
subraya que la debilidad de la economía mexicana se ha profundizado y
permite refrendar la necesidad de aplicar un programa de reactivación
que evite la continuidad del letargo económico.
El presente año presentó la oportunidad de poner en marcha una
estrategia de promoción de la inversión productiva y con ello mitigar la
desaceleración económica que se había observado desde mediados de 2018.
Ahora, México debe evitar las consecuencias de la caída en la inversión
productiva, particularmente en el mercado laboral y el consumo de las
familias.
Para el cierre de 2019 lo pertinente es establecer un programa
económico emergente que tenga como prioridad finalizar con la recesión
que se vive en el sector industrial y cuyas consecuencias han llegado al
mercado interno. La relevancia de esto último aumenta por la
contracción que se observa en la industria de Estados Unidos y los
efectos adversos que ello tendrá para México. Por ello es fundamental
garantizar el fortalecimiento de la economía nacional. De no ocurrir
así, el empleo será la siguiente variable que mostrará los efectos de
los problemas que enfrenta el sistema productivo nacional.
Para el IDIC es necesario: reconocer la magnitud de la desaceleración
económica y que ello se traduce en una fase recesiva; implementar un
programa de reactivación que comience con una modificación en materia de
inversión pública (el Congreso y el Poder Ejecutivo tienen la
oportunidad de eliminar la reducción planeada en la inversión física del
sector público para el 2020).
Asociado a lo anterior, el gobierno mexicano puede garantizar que los
proyectos de infraestructura y las compras de gobierno tengan un
elevado contenido nacional. Ello beneficiaría al mercado laboral porque
evitaría una reducción en la creación de empleo. De la mano, el pago
oportuno a proveedores.
Debe permitirse la depreciación acelerada de activos y 100 por ciento
de deducibilidad en las prestaciones a los trabajadores. Priorizar la
reactivación de los sectores estratégicos que enfrentan los mayores
desafíos, como el de la construcción. Asimismo, mayor coordinación entre
las políticas monetaria y la fiscal, que deben promover el crecimiento
mediante menores tasas de interés y expansión en la inversión pública.
Debe ponerse en funcionamiento un acuerdo nacional para la
conservación del empleo y el fomento a la inversión a nivel sectorial y
regional: atender las necesidades prioritarias que garanticen frenar los
efectos adversos de la fase recesiva. Sin un programa de reactivación
robusto e integral, México seguirá enfrentando las consecuencias
negativas de un ciclo económico que se encuentra en la fase de recesión.
Las rebanadas del pastel
El informe presentado ayer en Palacio Nacional sobre el
pasado operativo en Culiacán es relevante y puntual. Si lo hubieran
divulgado al día siguiente de los acontecimientos, tal vez el presidente
López Obrador no habría concluido que los medios de información
se nos lanzaron con todo; mostraron el cobre.
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