El proxeneta Miguel el Músico explotó a casi 2.000 mujeres. Las captaba en sus países de origen, las compraba, esclavizaba y destruía mentalmente, para que trabajaran sin tregua en sus clubes; a veces, las revendía. Y así, durante más de una década y muchos millones de euros. Por su carrera criminal, acabó en la cárcel. El fiscal pedía 27 años, pero le condenaron a tres. Es decir, media jornada entre rejas por cada víctima. “No hay leyes, se hacen triquiñuelas, faltan pruebas…”, lo explica él a EL PAÍS. Precisamente esta es una de las denuncias del documental El proxeneta. Paso corto, mala leche, de Mabel Lozano, basado en el libro homónimo de la cineasta. En el filme, que se estrena hoy viernes, este extraficante de mujeres explica cómo funciona el negocio del que él se alejó pero que sufren 14.000 víctimas y que sigue generando cinco millones al día, en datos oficiales de 2016. Durante 88 dolorosos minutos, Miguel el Músico (nombre ficticio, apodo real) acusa a todos: él mismo, sus excompañeros, los clubes, sus clientes, la policía, la justicia, la política y la prensa.
No hay filtros en su lenguaje. Ni en la película, ni en la conversación con él. Tanto que puede molestar, o repugnar. Tal vez por eso agradece las preguntas igual de directas.
-¿No se daba asco?
-Dormía tranquilo. No pensaba ni que lo que hacía era malo. Me veía como un hombre de éxito, no sentía cariño por las otras personas. Las mujeres eran mercancía. Me decía: “Qué bueno soy que no les pego”.
He aquí una constante de su discurso. Traficaba con seres humanos pero, en sus palabras, se transforman en objetos. Así se lo recomendó también el amigo que le introdujo en el sector, cuando él era portero de uno de estos locales. “Mi idea era montar un club de alterne. Como en otro negocio se venden patatas o Coca-cola, allí, mujeres. Ya que no las teníamos, y no se compran en el supermercado, tuvimos que ir a buscarlas a los sitios pobres para traerlas”, relata el Músico. Y describe un proceso de varios pasos y muchos cómplices: habló con otros clubes, y prostitutas ya operativas en España; logró enlaces locales en los países donde pretendía comprar. “Entonces vas, preguntas por fulanito y te está esperando, ya se ha organizado por teléfono. Como delincuente, ¿con quién te relacionas? Con otros como tú”, explica. Sostiene que a veces las propias familias venden a su hija al demonio.
Así, miles de chicas, cada vez más jóvenes, llegan a España. Buscan un futuro mejor, pero acaban ahogadas por el maltrato y por su deuda: el proxeneta les exige un laberinto de pagos del que no hay salida. Y que solo pueden saldar de una manera. Con este método, el Músico escaló hasta la cumbre del iceberg criminal. A finales de los noventa, ya la dominaba. Abrió cada vez más locales, dice que “una mujer podía dar hasta 6.000 euros al día”. Ganaba tanto que le pasó lo que a Pablo Escobar: no sabía qué hacer con el dinero. Regentó “el Estel (en el Vendrell), el Privé (Tarragona), Las Palmeras (Castellón), El Venus (Valdepeñas) o El Leidys (Denia)”, por hacer algunos nombres. “Para ser un tratante y tener éxito hay que ser mala persona. La mujer piensa y sufre. Y debes dominarla”, agrega.
“Lo más importante es que habla de todo ello con una desafección impactante. Llegó a referirse a la mujer como ‘basura’, pero lo dejé fuera del montaje. Me hacía daño”, defiende Lozano, nominada al Goya en 2016 por Chicas nuevas 24 horas, otro documental sobre la trata. La cineasta pudo dar con el proxeneta gracias a la mediación de José Nieto Barroso, inspector Jefe de la Unidad contra Redes de Inmigración Ilegal y Falsedad Documental (UCRIF): el Músico dejó el tráfico humano para colaborar con la policía, lo que también influyó en la rebaja de su condena.
Asegura que lo hizo por amor de una de las víctimas, que ahora es la madre de sus hijos. Aunque lo explica a su manera: “No me arrepiento de mi pasado, sí de cómo lo vivía. Si dijera lo contrario, mentiría. Pero gracias a ello conocí a la mujer de mi vida. Yo la traje, me pagó la deuda y se la compré a mis socios”. Poco a poco, su coraza se había venido abajo. Tras machacar y acosar a sus esclavas, se dio cuenta de golpe de que les lanzaba preguntas personales. “Tantas cosas desagradables hacen mella. Y entonces te dices: ‘Coño, ¿cómo pude ser tan hijo de puta?”.
“En el debate sobre la prostitución nunca están los verdugos. Hay que poner a los malos, romper el miedo, señalarles. He contado la impunidad con la que trabajan”, reivindica la directora. Por ello optó por dejar hablar al proxeneta en la película, sin una voz que le rebatiera: “Estoy en desacuerdo absoluto con todo lo que ha hecho, pero es él contando su vida y es muy valiente”. Aunque la cineasta contrastó sus verdades con sentencias firmes y documentos de la UCRIF.
También omitió casi del todo la violencia física. Bastaban las palabras. “El documental es durísimo sin tener imágenes salvajes”, asegura Lozano. La única excepción es una grabación de ocho segundos de una paliza a una joven por parte de un proxeneta. Aunque, en el fondo, los planos de los transeúntes paseando por Madrid, mientras la voz del Músico describe aquel horror, son otro puñetazo. Para todos.
Legalizar, abolir o prohibir
El proxeneta llega a las salas en plena búsqueda de arreglos ante la alegalidad de la prostitución en España. Mabel Lozano lamenta que el negocio ha campado a sus anchas. Dice que falta especialización por parte de jueces y policías o que los anuncios que los proxenetas pagaban hasta hace un tiempo en la prensa compraron durante años el silencio del periodismo. Miguel el Músico destaca que los artículos casi nunca incluían nombres de clubes o implicados, y que las investigaciones judiciales se conforman con los testaferros y alguna multa. “Los locales siguen abiertos. La sociedad a la que pertenecía inaugura ahora dos más en Alicante. ¿Hay alguien en la cárcel? ¿Algún club cerrado?”.
“Hay que romper tópicos. Mostrar que trata y prostitución van de la mano. Se dice que algunas lo hacen voluntariamente, pero lo que dan es consentimiento. ¿En qué circunstancia? Porque son pobres, o con dos hijos a cargo o toxicómanas…”, defiende Lozano. Y subraya la importancia de sensibilizar: “Los clientes de los clubes no ven esposas y cadenas, sino tangas y tacones; chicas jóvenes que sonríen, pero detrás hay muchísimo dolor”.
Lozano quiere para España una ley que siga el modelo sueco, el abolicionismo: es decir, castigar proxenetas, traficantes, clubes y clientes para borrar la demanda, y por tanto, la oferta. Justo lo que baraja el Gobierno del PSOE, aunque aún poco se sabe de los detalles de su propuesta. Para la prohibición, según ella, falta educación, ya que la prostitución está “muy arraigada social y culturalmente”. La peor opción, en cambio, le parece la legalización, como en Holanda o Alemania: “Es lo mismo que pedía el estatuto de la Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne (ANELA), que era una patronal de proxenetas para blanquear su imagen [y que la justicia desmontó en 2015]”. El Músico es aún más claro: “Cuando escucho a algunos políticos defendiendo la regularización pienso que ni habría que corromperlos: opinan igual que nosotros”.
Tommaso Koch
https://elpais.com/cultura/2018/10/25/actualidad/1540476411_299736.html
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