Escrito por Teresa C. Ulloa Ziáurriz
Vengo regresando de Culiacán, Sinaloa, donde trabajé el fin de semana y no me puedo resistir a contarles lo que vi. Culiacán es la capital del estado de Sinaloa y principal asiento del Cártel de Sinaloa. Lo cierto es que con los acontecimientos de hace unos días, se agudizaron las contradicciones y se develó la fuerza y la organización con la que cuenta ese cártel, a pesar de que “El Chapo”, se encuentra purgando cadena perpetua en la que se dice, es la cárcel más segura del mundo.
Son impresionantes los contrastes que se pueden apreciar en Culiacán: zonas residenciales de lujo y zonas donde se aprecia mucha pobreza. Pero lo que más llamó mi atención es el número tan grande de mujeres jóvenes, hechas a mano, con caras perfectas, cuerpos totalmente operados, y cómo carrazos llenos de hombres usando ropa de marca las pasan a recoger a los mejores hoteles de Culiacán.
Me quedó claro el uso y el estereotipo que tiene esa sociedad sobre las mujeres y sus cuerpos. No sé si eran acompañantes o no, lo que sí sé es que se tienen que someter a todas esas operaciones para llegar a ser “las chicas del narco”.
Me tocó la marcha por la Paz, convocada por uno de los integrantes de una banda musical sinaloense llamada El Recodo donde participaron mujeres, hombres, jóvenes, niñas y niños, muchos de ellos que vivieron las balaceras en carne propia, cursando estrés postraumático severo.
En una ofrenda del hotel donde me hospedé, me encontré una historia que me llamó mucho la atención y decidí compartirla con ustedes porque aunque es una historia muy triste, confirma el valor y el estereotipo que tienen en Culiacán de las mujeres y dice así:
“La Novia de Culiacán”
Eran los años 50, algunos dan la fecha de 1948, cuando Guadalupe Leyva Flores “Lupita”, con apenas 20 años, muy hermosa y con toda una vida por delante, se había enamorado perdidamente de Jesús, y él también de ella; ambos eran amigos de Ernesto desde la infancia.
Aquel día le pidió matrimonio y ella encantada aceptó. Todo estaba perfecto y la felicidad no podía ser mayor, pero Ernesto no se enteró hasta que Jesús le pidió de favor que fuera su padrino de bodas. Éste, con “la furia en la sangre” fue a la casa de Lupita a reclamar, porque él sentía un amor muy grande por ella, desde que eran niños. Lupita le dijo que ella lo quería como a un hermano, que amaba a Jesús y que por favor lo entendiera. Otra versión cuenta que Lupita emocionada fue quién contó de su boda a su amigo de la infancia, Ernesto.
Llegó el día de la boda, en la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Dicen que la Catedral lucía espléndida, era domingo; se encontraba repleta de familiares y amigos y el templo tenía sus mejores adornos. Jesús llegó primero y esperaba con ansias a su hermosa novia acompañado por su padrino. Cuando la vio llegar, sus ojos se le iluminaron. Era tanta la felicidad que sentía que nada que pudiera pasar se la quitaría, la abrazó y le dio un beso en la frente.
Ernesto no pudo soportar aquello, era como si se estuvieran burlando enfrente de él, sacó una pistola y le dio un balazo en la cabeza a Jesús. Todos estaban espantados y Lupita no lo podía creer, de hecho nunca lo creyó, lloró sobre su cuerpo, mientras Ernesto se daba un tiro cayendo muerto al instante.
Lo cierto es que ese día Lupita se quedó sin habla y con la mirada perdida, hasta el siguiente domingo. Exactamente a las 5 de la tarde empezó tranquilamente a ponerse su vestido de novia, se arregló y emprendió de nuevo su camino hacia la Catedral de Culiacán; así fue cada domingo durante unos 30 años, hasta que murió el 12 de mayo de 1982, un ritual empujado sólo por la esperanza de que Dios le retornaría el amor perdido aquel domingo de su boda.
A Lupita se le veía hablar sola, ida, ilusionada, muchos dicen que veía a su novio muerto y se le veía pasear por las calles de la ciudad, con su vestido blanco de novia ya desgarrado por el tiempo.
Era una mujer menudita con un rostro acariciado por el paso del tiempo, una mirada muy tierna y a la vez llena de esperanza, era simplemente la imagen vida de “un alma en pena.”
Como ésta, hay muchas historias. En la Ciudad de México cuentan de una mujer que estaba siendo prostituida en La Merced, y que trató de escapar de su proxeneta. El trató de ponerle un ejemplo a las otras mujeres que explotaba y las reunió para que vieran cómo la mataba: la colgó de un bajo puente de Río Consulado y le prendió fuego, con lo que logró asustar a las mujeres para que no intentaran escapar. Dicen que se pasea y aparece en las noches tanto en el lugar donde la explotaban sexualmente, como donde la mataron y donde la quemaron y llora mucho.
Y yo me pregunto si el presidente Andrés Manuel López Obrador estará enterado de que en el Congreso de la Ciudad hay un diputado que es presidente de la Comisión de Derechos Humanos, de Morena, que presentó una iniciativa para reglamentar la prostitución en la Ciudad de México.
Es tan grande su ignorancia que se niega a reconocer que la mayoría de las mujeres y jóvenes que se encuentran en prostitución de calle en la Ciudad de México fueron reclutadas por la fuerza, engaño o seducción y que están amenazadas. Más aún, no quiere reconocer que la prostitución perpetúa estereotipos que reducen a las mujeres a mercancías transables.
Tal vez el hecho de que es un dirigente del movimiento gay en esta Ciudad, le impide ver toda la violencia que está asociada a la prostitución.
res y Niñas en América Latina y el Caribe (CATWLAC por sus siglas en inglés).
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