Alicia Bárcena*
El pasado 24 de octubre
conmemoramos el 74 aniversario desde la entrada en vigor de la Carta de
las Naciones Unidas, el esfuerzo multilateral más articulado que el
mundo haya realizado en la búsqueda de la resolución pacífica de
conflictos, del desarrollo y el bienestar para nuestros pueblos.
Hoy, cuando transitamos el ineludible camino hacia el desarrollo
sostenible, es más urgente que nunca reafirmar que la igualdad debe ser
motor del desarrollo regional y estrategia para cerrar las brechas
estructurales que se han profundizado en América Latina y el Caribe.
Vivimos un cambio de época que exige una transformación de nuestro
estilo de desarrollo que se base en el fortalecimiento de la democracia,
los derechos humanos, el multilateralismo, la paz, la igualdad y la
sostenibilidad.
La región aún es la más desigual del orbe, y si bien la primera
década de este siglo estuvo marcada por avances en la reducción de la
pobreza y la desigualdad de ingreso, quedan muchas brechas por cerrar.
Los rezagos estructurales en esta segunda década han quedado más
evidentes que nunca en productividad, extractivismo, evasión fiscal,
abusos y corrupción. Los gobiernos han optado por medidas de austeridad
con recortes en el gasto social y baja inversión, limitando además los
derechos laborales. Se han transversalizado los abusos de tal manera que
el tráfico de influencias entre el poder económico y el político se ha
generalizado en todo el espectro ideológico.
Es necesario renovar el pensamiento y la métrica sobre las
desigualdades. Es necesario medir la riqueza y no sólo la pobreza.
Incorporar la desigualdad en la propiedad y no sólo en el ingreso.
En Chile, por ejemplo, con un PIB per cápita de 25 mil dólares al
año, la mitad de los trabajadores recibe un sueldo inferior a 550
dólares al mes y casi todos los servicios –educación, salud, medicación,
transporte, electricidad, agua, etcétera– impactan en los salarios. En
términos de patrimonio, el uno por ciento más rico detenta 26.5 por
ciento de la riqueza, y el 10 por ciento más rico concentra 66.5 por
ciento, mientras el 50 por ciento más pobre accede a un magro 2.1 por de
la riqueza del país.
Se requiere erradicar la cultura del privilegio que caracteriza a la
región, abordando las renuncias fiscales y la evasión fiscal en favor de
los pocos. Simplemente la evasión cuesta 340 mil millones de dólares al
año en la región (6.7 por ciento de su PIB).
Se requiere abordar a fondo la igualdad de género, pues las mujeres
tienen menos posibilidades de participar en el mercado laboral debido a
la alta carga de trabajo doméstico no remunerado. Su tasa de actividad
es 24.2 por ciento menor a la de los hombres. Abordar, también, las
brechas en capacidades humanas que menoscaban el desarrollo pleno de las
personas y son ineficientes: 40 por ciento de los jóvenes de 20 a 24
años no concluyeron la secundaria y persisten las desigualdades étnicas.
Reconozcamos al fin que el actual estilo dominante de desarrollo es
inviable y produce un desarrollo escaso y distorsionado por tres motivos
fundamentales: porque produce poco crecimiento, genera y profundiza
desigualdades y es ambientalmente destructivo. Un estilo de desarrollo
que alentó expectativas de movilidad social y progreso y por ello, ante
su fracaso, hay gran exasperación, impaciencia y desencanto hacia la
clase política, especialmente en los jóvenes.
Lo hemos dicho: la desigualdad es ineficiente, se reproduce y permea
el sistema productivo. Por el contrario, la igualdad no es sólo un
principio ético ineludible, sino también una variable explicativa de la
eficiencia del sistema económico a largo plazo. Debemos reconocer que
las desigualdades son más profundas, duraderas, inelásticas y
resilientes de lo que usualmente pensamos. Esta realidad estalla hoy en
malestar en los pueblos de la región y demanda a escuchar sus voces y a
construir propuestas de desarrollo que los incluya a todos.
Se abre para la región la oportunidad de un quiebre civilizatorio
donde se replanteen los pactos sociales con amplia participación
ciudadana y con mirada a mediano y largo plazo.
Llegó la hora de la igualdad y de un nuevo estilo de desarrollo. Es
hora de replantear los pactos sociales y superar un modelo económico
basado en la cultura del privilegio que prioriza el interés privado
sobre el público, el capital sobre el trabajo, la acumulación sobre la
redistribución, el crecimiento sobre la naturaleza, los privilegios
sobre los derechos, la diferenciación social sobre la igualación, las
jerarquías sobre las relaciones horizontales.
Hoy Naciones Unidas y la Cepal han de redoblar sus esfuerzos para
construir propuestas basadas en evidencias que permitan superar el
lastre de la desigualdad y que entreguen a nuestros pueblos la dignidad
que merecen.
*Secretaria ejecutiva de la Cepal
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