Lo más divertido de la película –el título, por cierto, se refiere al triángulo de expresión existente entre las cejas– ocurre cuando, bajo el mando de un capitán ebrio (Woody Harrelson, desperdiciado), el yate sufre los efectos de una tormenta. Pronto, la mayoría de los pasajeros estará vomitando en cantidades industriales, y los excusados rebosantes de porquería. Esa orgía de escatología es llevada a niveles de delirio y a ratos evoca el humor irreverente de un sketch de los Monty Python.
Sin embargo, la narrativa naufraga en más de un sentido cuando el yate se va a pique y los sobrevivientes deben arreglárselas en una isla al parecer deshabitada. En esa instancia, las observaciones de clase de Östlund se hacen más superficiales y el asunto se arrastra hasta llegar a un final abierto.
La competencia de ayer ofreció por lo menos un título valedor. Holy Spider (Araña sagrada), tercer largometraje del director iraní Ali Abbasi, narra la historia verídica de un asesino en serie, Saeed Hanaei, que estranguló a 16 prostitutas en la ciudad sagrada de Moshhad a principios del milenio. Con buena intuición, el relato adopta el punto de vista de una periodista (Zar Emir Ebrahimi) empeñada en descubrir la identidad del asesino, aunque arriesgue su propia vida.
Lo que saca a Holy Spider del convencionalismo del thriller policiaco es precisamente la perspectiva de género. Pues resulta que Saeed (un intenso Mehdi Bajestani) es elevado a la categoría de héroe popular cuando se revelan sus crímenes, ya ha matado mujeres vistas como viciosas y corruptas en una cultura, la islámica, caracterizada por su misoginia. Abbasi filma con detalle escabroso los asesinatos de su protagonista, para hacer aún más irónica la suerte que le depara. Como dato curioso, la película no podría exhibirse en Irán. Fue filmada en Jordania con producción de varios países europeos.
Nomás por no dejar, unas palabras sobre la insufrible concursante francesa Les Amandiers (Los Almendros), de la también actriz Valeria Bruni-Tedeschi, una recreación de la escuela de teatro del estimable director Patrice Chéreau (aquí interpretado por Louis Garrel), a través de las experiencias de una nueva generación de alumnos a fines de los años 80.
Todo se va en demostraciones de intensidad de los jóvenes actores -–varios de ellos sobreactuados, valga la contradicción– mientras ensayan a Chéjov, aman, cogen, se meten droga y contraen sida. Hay que ver la diferencia con la que Chéjov era utilizado como sostén temático en Drive My Car (2021), del japonés Ryusuke Hamaguchi. Y es que éste tiene talento. Bruni-Tedeschi, no.
Twitter @walyder
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