Desde que se supo del caso de Debanhi Escobar hemos sido espectadores de un descarnado manejo mediático. Una suerte de reality de la muerte en el que tanto reporteros de medios de comunicación hegemónicos como youtuberos, tuiteros, tiktokers y otros derivados de la actual era de las redes sociales han desplegado bizarras estrategias, con tal de mantener a la audiencia interesada. “El misterio que envuelve la muerte de Debanhi”, “¿Qué le pasó a Debanhi?: especulaciones” o “10 preguntas sin respuesta sobre el caso Debanhi” son titulares para conseguir clicks. A este contingente de oportunistas habría que sumar un desfile de videntes, astrólogos, psíquicos y testigos falsos que se han colgado de la notoriedad del caso. Hay algunos, incluso, que han decidido virar sus carreras hacia la investigación detectivesca, como MafianTV, quien ha hecho del caso uno sobre él mismo y sus “descubrimientos”, situación que lo obligó a manejar algunos kilómetros a la frontera y escapar del país. Los números de su canal de Youtube han aumentado considerablemente, así que, hasta ahora, ha sido un negocio redondo.
En Twitter también abundan estos pseudo detectives que, en sus horas libres, se han dedicado a hacerla de peritos y han sacado conclusiones aún más conspirativas. En la televisión hemos visto cómo, en vivo y en directo, conductores sin empatía han cuestionado a Mario por no ser el padre biológico de Debanhi o han entrevistado a las amigas con las que salió aquella noche y al taxista que la recogió para especular acerca de las conductas y comportamiento de la víctima.
En el cenit de la espectacularización, hace unos días y en horario estelar, la conductora Azucena Uresti de Milenio TV anunció al inicio de su noticiario que “recién habían llegado unos videos a la redacción y que se encontraban procesándolos”. Esto, como un viejo truco para mantener la tensión y la audiencia durante todo el programa (prefiero creer eso, pues sería más grave que haya improvisado con un material tan delicado). Cuando retoma el caso de Debanhi, ya avanzado el programa, la conductora muestra una serie de videos que pertenecen a la investigación judicial (llama la atención una filtración de esta naturaleza y con la liviandad que se presenta). Esos videos refuerzan la postura de la Fiscalía de Nuevo León que insiste en calificar a la muerte de la adolescente como un “accidente”. Esta narrativa, cuyo fin es el de quitarle responsabilidad al gobierno de Samuel García por el manejo del caso, culpabiliza a la víctima. Y, sobre todo, la presenta como una joven fiestera, borracha, drogadicta, que anda en malos pasos y con muy malas amigas, cuyos padres, además, son unos irresponsables por dejarla en libertad.
La conductora refrenda esta óptica al comentar: “por respeto a la familia, no voy a revelar lo que nos han dicho extraoficialmente, respecto de lo que tenía al interior de su bolsa, pero esto nos da una idea muy clara de lo que pudo haber sucedido después”, “nadie la perseguía, nadie estaba atrás de ella”, o “las amigas la habían señalado de ciertas cosas muy fuertes”. A su audiencia le muestra un video donde se observa a las tres amigas comprando lo que la conductora asegura es una botella de vodka. “Es información de contexto”, dice. No está de más recordar que el padre de Debanhi, al ser consultado por estos videos, dijo que se enteró de ellos por la televisión.
La falta de ética periodística es evidente: se presentan videos que son confidenciales, pues pertenecen a una investigación en curso; se infiere su contenido sin tener todas las evidencias; se dan a entender situaciones que no han sido comprobadas; se revictimiza a una adolescente asesinada y a su familia; y se utilizan estos materiales para obtener audiencia y aumentar los ratings. Y si bien la conductora se “disculpó” un par de días más tarde, después de ser emplazada por la Colectiva Marea Verde, acepta que se cometió el error (“errores cometemos todos”) pero advierte que fue cuidadosa. Es decir: lo acepta y no lo acepta.
Un error, un pequeño error en el manejo de la información de un feminicidio, puede ser contraproducente no sólo para la víctima y su entorno; también para toda la sociedad. La espectacularización ocasiona ciertos peligros, sostiene la antropóloga Rita Segato. En una entrevista reciente dice que los feminicidios se repiten, precisamente, por cómo son divulgados en los medios de comunicación, los cuales muestran los asesinatos de mujeres como un espectáculo.
“Hay que ver cuántas veces se mata a la misma mujer bajo las cámaras de televisión”, dice Segato y con ello se refiere a que todas las repeticiones, análisis, búsqueda de detalles que realizan los medios se hace sin ninguna conciencia sobre la posible imitación que podría producir en la gente. “La noticia vende, se transforma en mercancía, no se puede evitar porque se pierde público”, dice Segato pero se pregunta qué es lo que se debería priorizar: “¿el valor de la vida o el valor de la mercancía?”. El gran desafío, dice la antropóloga, está en informar sin espectacularizar. Para ello, invita a pensar colectivamente. “Es indispensable una discusión conjunta, reuniones de editores de medios y formadores de periodistas para revisar la manera en que la violencia feminicida se informa a la población”.
La socióloga venezolana Esther Pineda, autora del libro Cultura Femicida (2019), plantea que los medios han tenido una gran responsabilidad en la reproducción de la violencia machista, pues es de los “principales agentes de socialización”. La cultura femicida que se ejerce en la prensa, de acuerdo con Pineda, lleva a que las mujeres sean vistas como culpables de su propia muerte. “Se busca con ahínco cualquier práctica que permita justificar la violencia que se ha cometido sobre ellas. Se hurga en las acciones, en los descuidos o en las omisiones que pudo cometer la víctima y que favorecieron u ocasionaron la ocurrencia del crimen”.
Este tratamiento informativo, sostiene Pineda, genera las condiciones para que se construya un imaginario sobre la víctima y se cuestione su integridad personal. “Es un último acto de violencia contra la mujer asesinada: mancillar su nombre y empañar el recuerdo en sus dolientes, ya que al desprestigiarla, se hace justificable su muerte”.
La excesiva cobertura del caso de Debanhi también se explica por el llamado “síndrome de la mujer blanca desaparecida”, que acuñó la periodista estadounidense Gwen Ifill, donde se supone que la desaparición de una joven-blanca-de clase media siempre tendrá más posibilidades de que la prensa haga de su caso una saturación de información con programas, entrevistas, seguimiento de pistas e involucramiento de la colectividad. Todo en desmedro de la cobertura de asesinatos de mujeres negras o indígenas, obviados e invisibilizados por los medios, ocasionado por el racismo estructural.
En resumen: el amarillismo, la exposición de las víctimas, el escrutinio público al culpabilizarlas y la revictimización a las familias ha contribuido a naturalizar la violencia contra la mujer y el feminicidio.
Mucha de esta espectacularización de la violencia de género se alimenta del morbo. Por lo mismo, como lectores, tenemos un rol en esta problemática. Los medios y los tiempos ya no están para cometer “errores”. Y si los cometemos habrá que aprender de ellos porque es la vida la que está en juego. A menos, que ésta se considere una mercancía.
Fuentes consultadas
*Pineda, Esther (2019). Cultura feminicida: el riesgo de ser mujer en América Latina. Prometeo Libros.
*Segato, Rita (2019). Los femicidios se repiten porque se muestran como un espectáculo. LM Cipolletti. Disponible en https://www.lmcipolletti.com/rita-segato-los-femicidios-se-repiten-porque-se-muestran-como-un-espectaculo-n649216
*Segato (2018). El problema de la violencia sexual es político, no moral. Página 12. Disponible en https://www.pagina12.com.ar/162518-el-problema-de-la-violencia-sexual-es-politico-no-moral
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