Este retrato íntimo del PRI no podría completarse sin “Alito” Moreno que sintetiza lo que aquí hemos delineado.
Fabrizio Mejía Madrid
La reunión del PRI para solicitarle la renuncia a su dirigente, “Alito” Moreno, terminó en una foto de algo que podría llamarse “Jóvenes contruyendo el pasado”. Me refiero a la que subió a su tuiter el propio dirigente “Alito” Moreno Cárdenas donde se observa a Augusto Gómez Villanueva, Jorge de la Vega Domínguez, Roberto Madrazo y Humberto Roque Villanueva. Juntos, cuentan la historia de por qué, según la última encuesta del Reforma, 58% piensa que es el partido que más daño le ha hecho al país; 52% cree que es el que más roba cuando llega a los cargos públicos; mientras que un 57 por ciento dice que es el partido por el que jamás votaría. Veamos la foto y hagamos, como hicieron ya Álvaro Delgado y Alejandro Paez en la cobertura del hecho, un ejercicio de memoria de lo que representa este partido, alguna vez Único, en nuestras vidas. Esta columna está inspirada por ellos, “Los Periodistas”.
Empecemos por Augusto Gómez Villanueva, que nació el mismo año en que se fundó el Partido Nacional Revolucionario organizado por Plutarco Elías Calles. La última intervención que se recuerde de Gómez Villanueva fue durante el debate en la Cámara de Diputados sobre la reforma eléctrica hace apenas dos meses, cuando dijo: “Hago responsable al señor presidente de los desordenes que estén ocurriendo en esta Cámara y el riesgo de que la provocación sea tolerada los conduzca a que la violencia pase de lo verbal a lo físico; queda en su absoluta responsabilidad”. Como no se supo a qué se refería, el que conducía la sesión, Sergio Gutiérrez Luna, sólo le respondió: “El orden en esta asamblea es responsabilidad de todos, no de una persona, diputado”. Pero no dejé de escuchar los ecos de 1968, de ese PRI, de esos priistas, que creían que debatir era una provocación, que el diálogo público generaba violencia. Gómez Villanueva representa a ese PRI, el del diazordacismo, para quien los ciudadanos no existían más que como afilados a los sectores obrero, campesino y popular, es decir, como asistentes corporativos de las concentraciones a favor del líder sindical, el gobernador, el Presidente de la República. En 1968, Gómez Villanueva tenía diez años de haber ingresado al Partido y, al igual que Porfirio Muñoz Ledo, apoyó desde su sector popular la masacre del 2 de octubre. En 1974 fue nombrado Secretario de la Reforma Agraria por Luis Echeverría y se hizo de un fideicomiso, Bahía de Banderas, en Nayarit, que supuestamente iba a llevar a cabo un desarrollo turístico. Pero, en vez de hacerse cargo del proyecto que expropiaría tierras a los ejidatarios sin siquiera indeminizarlos, Gómez Villanueva se depositó el dinero público en su propia cuenta, mediante una empresa, Nueva Vallarta, que dirigía Alfredo Ríos Camarena, director, a su vez, del fideicomiso Bahía de Banderas. La empresa se apropió de 70 kilómetros de playa expropiada a los pescadores y ejidatarios y obligó a Banobras a entregarle el dinero del proyecto turístico a la empresa de Gómez Villanueva. En 1977, a Ríos Camarena lo metieron a la cárcel por desfalco, aunque salió tres años después al pagar unos 11 millones de pesos, de los mil 236 millones que significó ese quebranto al patrimonio público. Pero Gómez Villanueva no fue a prisión sino a Italia, como embajador del gobierno de José López Portillo. Ahora reaparece al lado de “Alito” Moreno en este retrato íntimo.
Sigamos con Jorge de la Vega Domínguez. Puede resultar hasta simpático que él fuera quien presentara a Díaz Ordaz con su futura amante, Irma Serrano “La Tigresa”, pero fue durante su año como gobernador de Chiapas entre 1976 y 1977, cuando cometió realmente un delito. Un 10 de junio de 1977 ordenó la masacre de campesinos en Simojovel cuyos cuerpos fueron tirados al cañón del Soconusco desde helicópteros del ejército. Transcurrió la década de los ochentas como secretario de Comercio de López Portillo y de Agricultura de Salinas de Gortari. Pero nuestra evocación va también hacia ese momento estelar de la larga agonía del PRI, la elección fraudulenta de Salinas de Gortari en 1988. De la Vega era el presidente del PRI y su discurso fue emitido a las 3 y 10 de la mañana del 7 de julio. Dijo: “México triunfó y dio a Carlos Salinas de Gortari una victoria rotunda, contundente, legal e inobjetable”. De la Vega simboliza en este retrato íntimo, los fraudes electorales. Sin ningún dato de acta alguna computada, sin mayor empacho Jorge de la Vega Domínguez declaró ganador a su candidato y con ello inició una resistencia del Frente Democrático Nacional que duró casi tres meses de concentraciones masivas que exigían la anulación de las elecciones. Los siguientes 6 años, morirían asesinados 696 militantes de la izquierda anti-neoliberal.
Humberto Roque Villanueva aparece al lado derecho de “Alito” Moreno con un cubrebocas entre las manos. Sonríe con cierta placidez. El 17 de marzo de 1995, como coordinador de los diputados del PRI celebró de una forma ofensiva e indigna —con un gesto de penetración sexual— el aumento del 10 al 15 por ciento del impuesto al valor agregado, el IVA, en alimentos y medicinas. Había sustituido en el cargo de la Cámara a José Francisco Ruiz Massieu, asesinado en su automóvil saliendo del PRI el 28 de septiembre de 1994. Pero él no viene al retrato a representar el priismo del salinato que se asesinaba en público, sino ese otro, igualmente siniestro, el de las crisis económicas que se le cargaron durante décadas a los mexicanos. El aumento al IVA, junto con la conversión de la deuda privada en deuda pública, el Fobaproa, señalaba el triunfo dentro del PRI de los economistas neoliberales que creían en los “remedios dolorosos”, el achicamiento del Estado y la desregulación de la actividad privada. Lo que causó el aumento del IVA fue la disminución del consumo y el paso de la pobreza al hambre de una mayoría de mexicanos. No obstante, Roque Villanueva sostuvo la posición del PRI: “Se piensa erróneamente que esto es para beneficiar al gobierno y no al pueblo. ¡Esto es falaz! Más ingresos permiten gasto social, inversión pública y sostenimiento de empleos. Estos problemas a nivel de gobierno, como de empresas o familias, se corrigen aumentando el ingreso, reduciendo el gasto y gastando mejor. Mi partido no ignora la reacción social que habría al aumento del IVA. Es más, a mí tampoco me gusta que se aumenten los impuestos, menos cuando se trata de un gravamen que afecta a todas las capas de la población, que enfrentan circunstancias de desempleo, reducido poder de compra y reprimida actividad económica, pero asumimos el costo de nuestra decisión”. A la hora de la votación de 290 priistas, entre los que se contó con el voto abnegado de Dulce María Sauri, el diputado Roque no pareció tan acongojado por la decisión y se autopropulsó para hacer el gesto obsceno de haber doblegado a millones de consumidores ahora más empobrecidos por lo que los intelectuales del régimen llamaron “error de diciembre” para culpar más a Ernesto Zedillo que a Carlos Salinas. Y ahí, en el retrato, está el abuso de las políticas económicas que le pasan factura a quienes jamás disfrutaron de un solo de sus beneficios.
Y, finalmente, tenemos a Roberto Madrazo. Aparece en la foto de “Alito” junto a Manlio Fabio Beltrones, el secretario de Fernando Gutiérrez Barrios que fue el primer funcionario en llegar a “entrevistar” a Mario Aburto, el que le disparó en una sien al candidato Luis Donaldo Colosio en 1994. Hasta la fecha, Beltrones jamás ha relatado qué fue lo que sucedió esa noche en que le fue presentado el asesino del candidato del PRI. Pero veamos a Madrazo. Lo evocamos aquí por tres asuntos muy priistas: el gasto ilegal en las campañas electorales, la tenebra de sus negocios y propósitos y la trampa simple y llana. La primera: la mañana del 5 de junio de 1995, durante el plantón que López Obrador realizaba en el Zócalo de la capital para protestar contra el fraude electoral en su estado, de un camión de la basura bajaron 32 cajas de documentos financieros de la campaña para la gubernatura del PRI en Tabasco. Según el análisis que tardó cuatro días y noches en hacerse, Roberto Madrazo había gastado 237 millones de nuevos pesos en comprar a sus electores. La cifra era 70 veces más cara que lo que había costado la campaña de Ernesto Zedillo a la presidencia de la República. Cada voto para Madrazo había costado 800 pesos. De ahí, Madrazo saltaría a la presidencia del PRI con el apoyo mudable de la lider del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo, y a la campaña presidencial en la que Felipe Calderón acabó por cometer un fraude electoral contra López Obrador en 2006, con la complicidad del IFE de Luis Carlos Ugalde. En esa elección, Madrazo no llegó más que al 22% de la votación total. Quién sabe cuánto le costó cada voto porque la autoridad electoral se concentró en tratar de convencernos de que no había existido el fraude de Calderón con el programa de cómputo que administraba el cuñado del candidato, Hildebrando. Hoy, una parte de su familia financia el portal de intervención político-cómica, Latinus, pero no puedo dejar de evocar lo que sucedió el 30 de septiembre de 2007, durante el maratón de Berlín. Roberto Madrazo, entonces de 55 años de edad, compitió junto con otros 40 mil corredores y llegó en primer lugar. En la foto, se le ve levantando los brazos, en pantalón y chamarra, sin sudor, sonriendo en son de una victoria esencialmente priista, es decir, con trampa. Resulta que, entre el kilómetro 20 y el 35, Madrazo desapareció de los registros del chip que llevaba y reapareció de haber recorrido 15 kilómetros en tan sólo 21 minutos. Al darse cuenta, los organizadores le pidieron una disculpa y que regresara la medalla. Al más viejo estilo priista, Madrazo negó todo y acusó de “persecusión política” a los organizadores. Dijo: “El objetivo del escándalo es restarle credibilidad y apoyos a un proyecto social que tengo en marcha, denominado “Marathon: una fundación para la competitividad””. Nunca se supo en qué acabó ese proyecto social o su fundación. Tampoco regresó la medalla.
Este retrato íntimo del PRI no podría completarse sin “Alito” Moreno que sintetiza lo que aquí hemos delineado: el de los funcionarios que se depositaban los recursos públicos en sus cuentas, como Augusto Gómez Villanueva; el de los fraudes electorales como el de Jorge de la Vega Domínguez; el de pasarle la cuenta a los más pobres para rescatar a los de arriba, como Roque Villanueva; el de las trampas sin mayor objetivo que salirse con la suya sin rubores ni sudores, como Roberto Madrazo. Ahora se presenta “Alito” en la crisis de virtual desaparición del PRI de la faz de la tierra. Y es decir, como hacen los panistas aliados ahora del PRI: “Morena es el nuevo PRI”. Imagínense el disparate, el desvarío, que supone endilgarle a tus adversarios políticos de izquierda el mote de quien es actualmente tu propio aliado.
El PRI fue una maquinaria de control fundada desde la Presidencia de Plutarco Elías Calles que incorporó por la fuerza sindicatos, organizaciones campesinas y populares. Adentro, como sector, estaba, también el ejército. Como mecanismo de control, inventó sus “mexicanos”, esos personajes cuya identidad era “el aguante” al sufrimiento y al dolor y, por supuesto, creó aquello de que la muerte no nos importaba. Los mexicanos del PRI eran acomplejados, resignados, y muy aguantadores. No existe ahora un “nuevo PRI” porque estamos dentro de un cambio democrático decidido por 30 millones de ciudadanos plebeyos; no dentro de una maquinaria de sometimiento que masacró estudiantes, desapareció guerrilleros, asesinó luchadores sociales. No habrá nuevo PRI, sino un México sin él.
Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.
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