Fausto Fernández Ponte
Si los mexicanos se atienen a los discursos del presidente de facto –así considerado porque millones piensan que fue investido por acciones que la ciencia política define como golpe de Estado anunciado desde 2004–, la esperanza de salir del hoyo es magra.
O inexistentes. Lo que prevalece, escuchando esos discursos, es la desesperanza. Felipe Calderón exhibe una ineptitud patética como jefe del Estado mexicano y cabeza de gobierno, dominado él por obsesiones y pulsiones paranoicas personales.
El acto de terrorismo ocurrido en Morelia, Michoacán, la noche del 15 de septiembre –siete muertos y 101 heridos– en agravio a la población civil, rehén ya –desde diciembre de 2006– del terror del Estado, tiene secuelas dolorosas y de desesperanza.
Pero también tuvo otra secuela, igualmente triste, por patética: el empequeñecimiento visible no sólo del señor Calderón, sino también, dramáticamente, de los personeros mayores de casi todas las instancias del Estado mexicano mismo.
El discurso de don Felipe y la inacción de los personeros más emblemáticos del Estado mexicano nos exhiben una peligrosa carencia de líderes políticos y sociales en el ámbito del poder formal. Ese discurso, nótese, puede leerse en internet.
Y la miga del discurso aquí aludido, dicho pocas horas después de la acción terrorista en Morelia, es la de involucrar de alguna manera falaz a Andrés Manuel López Obrador en un contexto de responsabilidad moral (o incluso penal) de lo sucedido.
II
De esa guisa, el señor Calderón –quien al parecer no oye consejo– exhibió su cortedad como político y estadista y, ergo, su incapacidad de liderato. No ha podido concitar ni mucho menos inspirar a la ciudadanía, de por sí agraviada por el gobierno.
Esa reacción indicaríales a los mexicanos y al mundo que el acto de terrorismo que nos ocupa ha paralizado al presidente de facto –por los intereses oligárquicos y plutocráticos que representa– y a la mayoría de los personeros del Estado.
La parálisis –que preténdese disfrazar con convocatorias sin alcance a la unidad nacional, pues la investidura de don Felipe no devino de un contrato social, sino de un pacto oligárquico– configuran ante los mexicanos las percepciones siguientes:
1) Que el aparato coactivo/coercitivo/represivo –la violencia legal– es, así mismo, incapaz, medida dicha incapacidad por la inepcia, la cual deviene de una monstruosa distorsión invertida de prioridades estratégicas.
2) Que para el presidente de facto es más importante, dada sus obsesiones personales y pulsiones psíquicas –patológicas– de cercar y reprimir tácticamente al señor López Obrador y no el de destruir al selectivo enemigo declarado, el narcotráfico.
3) Y neutralizar, mediante espionaje y represión y otras tácticas típicas de guerra sucia, a toda la disidencia ideológica y a toda la oposición política activa y organizada en casi todos los espectros de la discrepancia intelectual y/o actuante.
III
A ese respecto, no serían pocos los mexicanos convencidos de que la narcoguerra (y la militarización del país y la vida nacional) es, en realidad, un pretexto para intimidar a los descontentos y persuadirlos de mantener para sí su irritación.
Ese discurso de don Felipe y su posterior comportamiento como presidente parecen ir hacia allá: aprovechar el viaje para reprimir con ímpetu renovado a la oposición ideológica y política organizadas y actuantes so pretexto de la narcoguerra.
Y predeciblemente el presidente de hecho se beneficiará de la acción terrorista pues logrará que uno de los poderes del Estado, el Legislativo, le apruebe un aumento colosal del presupuesto para financiar la narcoguerra y la represión política.
Estos elementos contribuirían a darle visos prospectivos de posibilidad a hipótesis acerca de los móviles de la perpetración del acto mismo de terrorismo, y escenarios. En éste contexto, cualesquier hipótesis y especulaciones pudieren ser creíbles.
Y son creíbles. Ya se corre la perversa especie –no desalentada por Los Pinos– de que el atentado fue obra de don Andrés Manuel. ¿Qué seguirá? Continuar tratando –sin éxito– de destruir a las resistencias civiles pacíficas y armadas.
Lectura estrecha y miope de la realidad social del presidente de facto, quien atribuye al presidente legítimo –así visto con razón o sin ella por millones de ciudadanos– ser la causa y no un síntoma de la ingobernabilidad y la descomposición del Estado.
Glosario
Resistencias civiles pacíficas y armadas: movimientos con base social que, en el caso del que abandera AMLO, es amplia, profunda y societalmente transversal; y el que emblematiza el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el zapatismo indígena y La Otra Campaña, de indudable impacto social. En lo político-militar, la resistencia se representa en el Ejército Popular Revolucionario, el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente y unos 40 grupos armados más en todo el país. La fuente de estos datos es el propio gobierno de México.
Golpe de Estado: acción legal, pseudo legal o ilegal, civil o de fuerza institucional o castrense de un personero del Estado –presidente, primer ministro, etcétera– en el marco del poder formal, o de un grupo o facción dentro de éste para reforzar su poder.
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