Pedro Echeverría V.
1. Parece haber una gran diferencia entre revueltas y revoluciones. La burguesía le tiene más miedo a las primeras y en las segundas trata de acomodarse o lo hace de manera efectiva. Las revueltas nacen con mucha espontaneidad de las masas indignadas que se lanzan a las calles y luego se disuelven para regresar a las mismas acciones cuando sea necesario; por el contrario las revoluciones se organizan a partir de corrientes partidarias permanentes y dirigentes reconocidos. Las primeras desprecian a caudillos, dirigentes y partidos porque saben que estos, generalmente, buscan negociar o expropiar los movimientos; que buscan instituir un fuerte poder capaz de "expropiar y dominar a la vieja clase capitalista". Quizá estas diferencias entre revueltas y revoluciones estén en la base de muchas divisiones que se dan en la izquierda, entre contrapoder y poder.
2. Cuando Marx planteó, a mediados del siglo XIX, que en el sistema capitalista la clase obrera de la gran industria era la única clase revolucionaria, la única capaz de destruir el sistema de explotación y crear las bases para la construcción de un sistema socialista igualitario, tuvo razón porque los campesinos apenas salían del viejo sistema feudal y las clases medias eran muy minoritarias. Luego de más de 160 años el sistema de explotación ha cambiado radicalmente: Los campesinos sólo representan alrededor de un cinco por ciento de la fuerza de trabajo, los obreros aún son una clase poderosa, pero más integrada al sistema, y las clases medias se hicieron más numerosas por el enorme crecimiento del sector terciario de la economía. Ya desde los años sesenta algunos destacados intelectuales, como Marcuse, Gorz, lo planteaban con mucha claridad.
3. Y no es que Marx se haya equivocado; nada de eso, porque él no era adivino ni especulador de ideas sino un profundo analista de las tendencias socio/económicas de su tiempo. Cuando Marx veía que la clase obrera sería la que enterraría el capitalismo los campesinos, en número, eran absolutamente mayoritarios, pero éstos, en lugar de confrontarse con el capitalismo y a los nuevos amos de la industria y el comercio, veían al terrateniente, incluso al clero, como su enemigo principal. Después de más de siglo y medio la situación ha cambiado: el sistema de explotación capitalista resistió todos los embates de los trabajadores creando una poderosa fuerza de represión (ejército, policías, tribunales, producción armamentista, guerras) y los obreros, campesinos, indígenas no lograron unirse para enterrar la explotación, la opresión y su miseria.
4. En México la revolución de independencia de 1810/21 estalló en el campo, se fortaleció recorriendo pueblos y cuando se planteó la toma de la gran ciudad, prefirió retroceder para evitar una gran matanza de campesinos rebeldes. Al parecer fue una estrategia correcta porque la ciudad –en particular la ciudad de México- estaba poblada por muchas fuerzas conservadoras, reaccionarias y clericales. Con la revolución de 1910/17 sucedió lo mismo: estalló en los campos de norte del país, se fortaleció en la provincia y la ciudad de México fue su soledad, su huída y su muerte. La clase obrera, aunque era muy débil, casi inexistente porque la industria era incipiente, fue cuatro años antes (encabezada por el anarquista Flores Magón) la detonadora de los inicios de la revolución. Pero también México era un país 80 por ciento rural.
5. Desde 1960, de acuerdo al censo de población, México es un país urbano; 50 años después –sobre todo por el giro exportador y dependiente que la burguesía proyanqui- la economía es menos de un 20 por ciento rural; mientras a los campesinos se les ha abandonado en inversiones, créditos, políticas de comercialización, etcétera, la economía urbana –esencialmente la del sector terciario (bancos, seguros, comercios, industrias, cibernética y demás)- absorbe todo. Los trabajadores, las mujeres, jóvenes, desempleados y marginados de la ciudad son hoy el sector ampliamente mayoritario y, al mismo tiempo el que se confronta más con el sistema. La clase obrera de Marx sigue siendo importante, sobre todo cuando se decide a luchar, pero el capitalismo parece integrarla. Por ello puede pensarse que la ciudad será el espacio de las futuras revueltas.
6. Al parecer no se puede esperar una revolución clásica en México. Ni la guerrilla guevarista, ni la huelga general, ni el rodeo de la ciudad por los campesinos, mucho menos a través del parlamentarismo. Muchos han hablado de "revoluciones pacíficas", pero la experiencia histórica demuestra que aunque los trabajadores siempre son pacíficos y cuando acuden a sus mítines, manifestaciones de protesta van siempre desarmados, las prohibiciones, el cerco brutal, la represión de las policías y el ejército le imprimen a todas las protestas un carácter violento. Ni modo que ante una prohibición de marchas y protestas nos quedemos en nuestras casas a llorar como cobardes. Las revueltas y las revoluciones son derechos de los trabajadores y quienes en la historia han impreso la violencia y los asesinatos son los gobiernos y los empresarios.
7. Ante los profundos cambios sociales, económicos, políticos, parece que a los viejos sólo nos quedado la obligación de ayudar a formar (no deformar) militantes libertarios de los movimientos. No puede haber duda que los jóvenes han vivido en carne propia los profundos cambios del sistema en los últimos 30 años y son ellos los que mejor entienden la organización que se necesita para transformarlo. El autoritarismo y el falso orden impuesto por la burguesía y su Estado, las organizaciones verticales y jerárquicas, así como el sagrado respeto a las instituciones deben mandarse al carajo. Las revueltas y revoluciones deben pasar por encima de ellas aunque los viejos militantes se resistan a abandonar las ideas "organizativas" y de partido llenas de cadaverina. Parece que las nuevas revoluciones se han iniciado en el mundo pero en forma de revueltas libertarias.
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