Sara Sefchovich
¿Por qué sorprende?
Dos escándalos mediáticos de los últimos días permiten reflexionar sobre nuestra cultura. Uno es el del ataque a Salvador Cabañas, otro es el de lo dicho por el diputado perredista Ariel Gómez León sobre Haití. En el primer caso, llama la atención que con todo y que se han repetido las mismas formas de reaccionar de autoridades y medios de comunicación, hay sin embargo sorpresa y enojo de los ciudadanos. Pero ¿por qué sorprende que suceda un acto de violencia extrema entre dos personas como modo de resolver diferendos? ¿Por qué sorprende que el culpable huya y se esconda “tan bien” que la policía no lo pueda encontrar? ¿Por qué sorprende que en cambio agarren a todo el que andaba por allí y los hagan declarar durante horas como si la cantidad de tiempo fuera señal de mejor información? ¿Por qué sorprende el escándalo en torno al asunto si los medios viven de vender y nada vende más que la sangre, sobre todo cuando la víctima y/o el victimario son célebres y/o ricos? ¿Por qué sorprende que el dueño y los encargados del local donde sucedieron los hechos se porten tan serviciales con ciertas personas, al punto de salir hasta la calle a recibirlos y consecuentarles sus caprichos, entre ellos portar armas y guaruras? ¿No es acaso ése el trato que siempre reciben los poderosos o ricos y que tanto nos ofende a los demás? ¿Por qué sorprende que el atacante tuviera un montón de identidades oficiales? ¿Será porque a los ciudadanos normales nos la hacen tan complicada para sacar una credencial del IFE, cobrar un cheque o demostrar que somos quien decimos ser? ¿Por qué sorprende que los antros no cumplan la ley? ¿Es acaso porque la ley es absurda?, pues a decir verdad, ¿cuál es la diferencia entre vender alcohol o cerrar a las tres de la madrugada o a las seis de la mañana? ¿O será porque en México de todos modos, sea cual sea la ley, nadie la cumple? ¿Por qué sorprende que a raíz de ese evento las autoridades y los medios aprovechen para lanzarse en contra de todos los sitios públicos en los cuales la gente se divierte, como si la maldad estuviera allí por definición y como si dueños y clientes fueran culpables de algo inconfesable? ¿Por qué sorprende la respuesta del gobierno que de la noche a la mañana “habilita” a inspectores y verificadores y decide emprender una cacería de brujas dizque para resolver el problema, que todos sabemos que es sólo para taparle el ojo al macho mientras el escándalo se calma? ¡Me recuerda cuando a raíz del asesinato del joven Martí, se creó de la noche a la mañana una brigada con 300 señores que nos dijeron que estaban perfectamente capacitados, que eran incorruptibles y que trabajarían 24 horas al día, para darle seguridad al país! Entonces, como ahora, me pregunté ¿a qué horas los capacitaron? Y si ya estaban preparados ¿por qué esperaron para ponerlos a actuar? Y ¿de dónde sacaron a esa gente “incorruptible” en una sociedad donde la esencia del modo de funcionamiento de los negocios es la corrupción? Por lo que se refiere al segundo caso, también me impresiona la sorpresa que causó. Desde hace años en los medios se puede decir cualquier cosa: desde burlarse de los homosexuales y los famosos hasta defender las posturas de la Iglesia o el gobierno. Hoy día ya todo y todos caben, hasta los tontos, los que se atreven a hacer mofa de un futbolista al que en el curso de un asalto hirieron en una nalga, lo cual les parece el colmo de lo divertido. Sin embargo, si creemos en la democracia y si eso es lo que queremos para México, tenemos que aceptar que todos pueden decir lo que quieran porque tienen derecho a ello. A mí no me gusta lo que piensan y dicen muchos de los que tienen acceso a un foro público, detesto su mochería o su racismo o su intolerancia o simple y llanamente su imbecilidad, pero tienen tanto derecho a decirlo como yo. No tienen derecho a querer imponer su modo de pensar con amenazas, violencia física o sicológica, pero sí a hacer públicos sus modos de pensar. De eso se trata en una sociedad libre y abierta y no puedo prohibir su existencia si quiero que nadie pueda prohibir la mía.
sarasef@prodigy.net.mxEscritora e investigadora en la UNAM
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