atípicas, de intensidad nunca vista. Pero lo que significó un alivio para el agro y el abastecimiento urbano al llenarse los vasos de captación de las principales presas es en cambio tragedia para miles de familias y negocios y para la infraestructura pública. Los ríos y drenajes citadinos de varias entidades no tuvieron la capacidad para desfogar el agua de lluvia y dejaron miles de damnificados y más de 30 muertos. El agua arrasó las promesas oficiales de rehabilitar y cuidar las cuencas hidrográficas y modernizar y garantizar la calidad de los sistemas de drenaje citadinos.
Agreguemos otro gravísimo problema: el incesante hundimiento de la parte central de la cuenca de México por la extracción desmedida del agua del subsuelo y el avance de la mancha de asfalto sobre áreas de recarga del acuífero, fundamentalmente en el estado de México. Once metros se hundió ya la zona de Chalco, por donde pasa el canal de La Compañía, mientras el río Los Remedios es un muladar. Hace 10 años el agua rompió uno de los bordos de protección artificial de dicho canal, obligando al cierre de la autopista a Puebla y el oriente del país. Los miles de afectados no recibieron las indemnizaciones que les prometieron. Dijo entonces el doctor Zedillo que sería la última vez que las negrísimas aguas de La Compañía inundaban asentamientos humanos. Se repitió la promesa en el sexenio del señor Fox y en el actual. Y así nos fue.
En cuanto al río Los Remedios, su cuenca, azolvada y contaminada con desechos urbanos e industriales, es desde hace años una amenaza para miles de familias. Cada vez que hay elecciones los políticos ofrecen a los vecinos entubarlo para terminar con el problema. En vez de prometer regresarle su salud ambiental y no repetir la triste historia que acompaña a decenas de ríos en la cuenca de México, entubados para luego construir avenidas y ampliar la corrupción. Y cuando está demostrado que la mejor solución (y además una forma de evitar el calentamiento global) es tener los ríos como fuente de agua limpia y esparcimiento, y como fábricas de humedad.
Las recientes lluvias develaron otra vez la falta de un auténtico plan hidráulico nacional y otro urgentísimo para la cuenca de México. La ciudadanía comprobó cómo las promesas oficiales que catalogan el agua y las cuencas hidrográficas como asunto de seguridad nacional, pronto las olvidan quienes llegan con su guardia pretoriana a dar ánimo a los damnificados y a regañar a los que protestan. También mostraron la perversa politización de un asunto que exige permanente coordinación entre las autoridades federales y los gobiernos estatales y municipales más allá de las fronteras político-geográficas. Ahora, el personaje que saltó de la dirigencia del panismo en la ciudad de México a encargado de la Comisión Nacional del Agua (el señor José Luis Luege), grita ¡al ladrón, al ladrón! para desviar la atención sobre la responsabilidad que tiene del nuevo desbordamiento del canal de La Compañía y de las inundaciones ocurridas en la zona metropolitana de la capital y en otras entidades. Mejor echar la culpa de lo que pasa a las autoridades citadinas por ignorar la advertencia de que se avecinaban lluvias intensas. Todo este sexenio, el señor Luege ha enderezado sus baterías contra el gobierno de la ciudad. Es que, como afirmamos aquí el año pasado con motivo de otras inundaciones, quiere gobernar la capital del país. Nada mejor entonces que forjarse un currículum de experto en asuntos hidrológicos y culpar a otro de su incompetencia. De ganar, seguramente gobernaría, no de acuerdo con la Constitución, si no al catecismo del padre Ripalda, como hoy lo hacen muchos funcionarios panistas.
Se anuncian más lluvias y el licenciado Calderón acude a ver parte de los destrozos causados por la desidia oficial. Asegura que, ahora sí, resolverá de raíz los problemas con obras que prometieron sus antecesores y no se realizaron. Antes prometió empleo, seguridad, justicia, ser potencia mundial en lo económico y lo ecológico.
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