Se suele evaluar lo perdido mediante el comportamiento del producto interno bruto (PIB), que mide el valor de lo producido en un año con respecto al año anterior. Se cuentan los puestos de trabajo perdidos. Se ensancha el déficit de las cuentas públicas al caerse la recaudación de los impuestos y con él la deuda de los gobiernos.
Ésta se vuelve cada vez más una forma ineficaz e insuficiente de considerar lo que ocurre en una sociedad en tiempos de crisis. Más aun, por supuesto, cuando las crisis son recurrentes y el horizonte de crecimiento de los ingresos de las familias es muy reducido, como ha sido el caso de México en los últimos 25 años.
No se habla mucho del fenómeno de la muerte de las empresas y lo que ello acarrea, no sólo en cuanto a la ocupación de la gente y sus medios de subsistencia, sino estrictamente en cuanto a los recursos humanos, materiales y financieros que quedan inertes y se desperdician.
No se considera de manera suficiente el significado de la crisis en la cohesión social y política. Y al parecer todo podrá resolverse y volver a las andadas. Eso, una vez que los equipos de tecnócratas que dominan las estructuras administrativas de los gobiernos, pero que también han incidido demasiado en las visiones políticas predominantes, puedan sacarnos del hoyo.
Los gobiernos sean de derecha o de izquierda –o híbridos– acaban al final teniendo resultados similares en un capitalismo que quedó dominado por el capital financiero. En medio de esta crisis se advierte la resistencia que aún hay para establecer las reformas al sistema que puedan mitigar esta condición.
Éste es uno de los predicamentos de Obama para las reformas que pretende instrumentar en el terreno económico y social. Este ha sido un campo fértil para el resurgimiento del movimiento conservador lidereado por grupos retrógrados que organizan los tea parties
. Cuestionan de plano el liderazgo demócrata de la presidencia logrado hace apenas poco más de un año y que tanta expectación había generado.
Otro caso que para México tiene relevancia es el callejón en el que se ha metido la economía española. Ese país provee poco más de 10 por ciento de la inversión extranjera y una sacudida no pasará inadvertida, especialmente en el sector bancario.
El gobierno de Zapatero está contra la pared. Luego de años de bonanza, inflada tanto por populares como por socialistas, la situación indica que se acabaron los años de vivir como nuevos ricos europeos. Hoy se compara a España con Portugal y con Grecia y no les hace mucha gracia.
La economía española no se sacude los efectos de la crisis, cae la producción, crece el endeudamiento, sigue cayendo el mercado inmobiliario, la bolsa de valores se zarandea y se pierde la confianza en la deuda pública.
Ese gobierno negocia con los sindicatos las reformas laborales sobre las condiciones del despido y las pensiones, y está presente el líder de los empresarios que tiene pendientes demandas por la quiebra de su aerolínea en la que se cree actuó de mala fe en perjuicio de sus clientes. Pero en fin, las pérdidas no son sólo de dinero y recursos, hay igualmente una disminución ética muy pronunciada y que parece muy difícil de remontar. No debería ser un asunto frívolo.
Los bancos españoles tienen una fuerte presencia en México. Tanto BBVA como Santander generan buena parte de sus ganancias aquí y en otros países. Si las dificultades crecen se puede agrandar la salida de recursos hacia sus matrices como ya lo hacen, igual que Citigroup con Banamex.
Llama la atención que en BBVA, cuyo presidente recibió hace apenas unos días una pensión por casi 80 millones de euros, se diga que es un banco que no ha recibido ayudas de ningún gobierno, así que tiene soberanía (ese fue el término usado) para fijar las compensaciones a sus ejecutivos. Claro que no se dice que los bancos españoles toman prestados recursos del banco central europeo a tasas de uno por ciento y lo colocan en compra de deuda a más de cuatro. Eso es también usar recursos públicos, aunque estén bien disfrazados.
Las visiones acerca de lo que ocurre en las economías del mundo son muy diversas, las predicciones son erráticas, la inestabilidad de los mercados no se acaba y la fragilidad de las finanzas públicas persiste. Al mismo tiempo surgen las tensiones contra los inmigrantes, las fricciones políticas que pueden llevar a un conflicto bélico, y el desgaste social con matanzas a diestra y siniestra, como aquí nos pasa.
Hay todavía un desequilibrio entre la discusión eminentemente material y las consecuencias para las estructuras sociales, tal y como se han conformado en el último medio siglo. Deberíamos considerar más seriamente las consecuencias de este desfase y medir lo perdido.
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