2/10/2010


La Iglesia

Carlos Martínez García

La sociedad mexicana cambia, pero el registro de ese cambio tarda en ocurrir. Hace un buen tiempo que pasaron los años del partido político casi único, lo mismo que de la Iglesia (católica) sin contrapartes en el horizonte. Pero en la opinión publicada que tiene cabida en diarios y revistas, y sobre todo en los medios electrónicos, se siguen utilizando expresiones que borran la diversificación religiosa ya bien asentada en el país.

Por todas partes podemos leer encabezados, reportajes, análisis que usan como expresión la Iglesia para referirse a la Iglesia católica. Los autores no consideran necesario usar el calificativo porque presuponen que los lectores saben que sólo hay una institución de la que se ocupan cuando escriben, o la señalan en radio y televisión, y que ella es la Iglesia católica. Las demás creencias, desde la perspectiva hegemónica del catolicismo invisibilizador, caben sin problemas en el costal de las sectas.

La historia de las disidencias religiosas en México demuestra que el dominio de las conciencias por la Iglesia católica nunca fue total. A lo largo de los tres siglos de la Colonia hubo individuos que burlaron el control confesional católico, algunos fueron descubiertos y padecieron juicios inquisitoriales. Otros lograron, bajo el manto protector de la vida privada, guardar sus creencias y transmitirlas en el seno familiar y de algunas amistades cercanas.

En el periodo que va de los primeros años posteriores a la Independencia y la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860, se acrecientan los nacionales que se identifican con credos distintos al catolicismo. Conforman pequeños núcleos a los que la Iglesia católica combate decididamente, pero la persistencia de los disidentes es notable y logran sobrevivir al acoso. Con ello fortalecen las vías de una incipiente diversificación religiosa en el país.

Los misioneros extranjeros que en el último tercio del siglo XIX arriban a México para consolidar iglesias de distintas denominaciones protestantes no crean ex nihilo las comunidades de creyentes evangélicos; sino que potencian lo ya trabajado por nacionales que por distintos caminos habían dado antes los primeros pasos del protestantismo mexicano.

Primero con porcentajes modestos registrados por los censos de población, hasta 1950 los no católicos son una minoría cuya presencia molesta al clero católico, pero que está lejos de disputar el dominio del campo religioso a la creencia tradicional. A partir de 1960 los censos comienzan a mostrar cifras de crecimiento significativo del abanico protestante, y disminución porcentual en las filas del catolicismo. Hace dos décadas dejó de ser cierta la afirmación de que más de 90 por ciento de los mexicanos son católicos. Sin embargo, e incluso en medios críticos del clericalismo católico, se siguen dando por ciertos los números que no tienen asidero en la realidad.

Hoy en México los católicos están más cerca de ser 80 por ciento que del 90 de dos décadas atrás. Por las tendencias, su único horizonte es el decrecimiento constante. En algunas regiones del país la disminución de católicos es muy notable, particularmente en el sur-sureste. Ya es de llamar la atención la lista de municipios donde los católicos son menos de 50 por ciento. No recuerdo algún reportaje escrito, de radio o de televisión que haya documentado el hecho con datos duros y sin referirse despectivamente a quienes eligieron un credo distinto al católico romano.

Las evidencias no debieran dejar dudas de que la sociedad mexicana se está diversificando y que, por tanto, es necesaria mayor sensibilidad entre quienes la documentan y analizan. Es más fácil reproducir clichés y lugares comunes, dar cobertura a las procesiones y actos católicos como muestra de fe y verdadera devoción, que referirse a esos extraños cultos de los pentecostales donde campea el fanatismo. No es fácil trascender los estereotipos, resistirse a estigmatizar al extraño, pero, si en los medios informativos se quiere contribuir a fortalecer la democracia cultural, es impostergable ocuparse de las minorías sin hacerlas objeto de linchamientos simbólicos.

Sobre todo el alto clero católico va a continuar magnificando la fuerza de la religión que encabeza, y obteniendo buenos dividendos políticos para su causa con la colaboración de gobiernos temerosos de contradecir los designios de la Iglesia. Ante esto es necesario exigir a las cautelosas autoridades que están para cumplir las leyes y no para negociarlas con quienes buscan imponer su ética confesional a todos los demás. Del lado de la sociedad hace falta hacer justicia a la complejidad que pervive en todos los órdenes de la nación, y aclarar de qué institución se habla cuando se utiliza esa expresión totalizante, la Iglesia.


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