Durante
los últimos cuarenta años, el México postsesentayocho ha experimentado
importantes expresiones de lucha popular, detonadas desde diferentes
trincheras. El movimiento estudiantil, postrado y en repliegue durante
muchos años demostró en diferentes momentos una vitalidad, una frescura
y una rebeldía propias de la juventud que con conciencia de clase lucha
por un futuro digno, brillante y sin explotación.
Pero también el
movimiento obrero independiente, así como diferentes sectores sociales,
han venido expresando coraje, rebeldía, protestando, marchando,
manifestándose de diferentes maneras, exacerbando la lucha de clases.
En cada momento de levantamiento popular, el Estado mexicano ha
respondido o bien reprimiendo o bien realizando algunas concesiones,
pero sin sentirse en peligro, ni tampoco acotado o debilitado.
Sin
embargo, el momento político, económico social del país tiene
características que en otras etapas de la coyuntura política, económica
o social no existían. Después de la manifestación del 20 de noviembre,
el movimiento que inició pidiendo la aparición con vida de los 43
compañeros de Ayotzinapa, ha rebasado esta demanda, que aún y cuando se
mantiene como vértice de lucha, ha incorporado otras que reflejan el
hartazgo popular.
¿Cuáles son los elementos nuevos y
característicos de esta etapa de lucha popular? El primero es sin duda
la profunda crisis política, económica y social que atraviesa el país.
Política, por la ilegitimidad y ausencia de representación real de los
partidos tradicionales del régimen, asimismo por las traiciones y el
oportunismo de la socialdemocracia representada por los partidos que se
dicen de izquierda que se han incorporado sin rubor en la defensa del
sistema de dominación, y por la virtual desaparición del Estado y sus
formas tradicionales de control, así como la incapacidad evidente del
gobierno de Peña Nieto para hacer política y conducir el proceso en
beneficio, claro, de los monopolios.
Económica, porque a pesar
de las promesas de que con las reformas estructurales aprobadas el país
entraría casi en el paraíso terrenal, la realidad es que la pobreza, la
marginación, la pauperización avanza, afectando a sectores más amplios
de la población. La supuesta fortaleza de este gobierno, el programa
económico, no ha podido hacer crecer la economía a tasas superiores al
2 por ciento. Es decir, está a la vista la incapacidad manifiesta de
conducir el proceso de crecimiento económico en beneficio de las
mayorías de mexicanos. Un ingrediente adicional es que desde hace
cuando menos dos décadas, los diferentes gobiernos al servicio de la
burguesía monopólica financiera han sido incapaces de lograr
crecimientos superiores a esta cifra, es decir, 2 por ciento. Ante la
posibilidad de que la economía estadounidense, a la que México está
ligada en extremo entre en un colapso, la debilidad de la economía
mexicana para garantizar crecimiento está en vilo.
Social,
porque las reformas sólo han incrementado los niveles de atraso,
pobreza y marginación de millones de mexicanos. El proceso de
pauperización amenaza con alcanzar a sectores de la población que ya ni
siquiera con dobles o hasta triples trabajos les alcanza para
satisfacer las mínimas necesidades. La precariedad laboral, manifiesta
no sólo en los salarios, sino en general en las condiciones de
contratación, coloca a las masas trabajadoras al borde de la miseria y
la marginación. Ahora ya no son los pobres de siempre, los indígenas,
los campesinos, los grupos de inmigrantes del campo y la ciudad, ahora
son sectores de trabajadores y empleados que se colocan en los umbrales
de la desesperación.
Si a esta situación le agregamos dos
“pequeños ingredientes”, la debilidad del Estado mexicano y la
consecuente ocupación de los espacios dejados por este, de auténticos
poderes fácticos, entre ellos el poder de la delincuencia organizada,
que han sustituido a las instituciones estatales, para convertirse en
los verdaderos poderes y que tienen a su servicio instituciones
débiles, pero fuerzas represivas dispuestas a servirles. Es decir, la
maquinaria represora del Estado puesta al servicio de estos poderes que
representan los intereses de los cacicazgos económicos y políticos
regionales.
Los sectores explotados, oprimidos y reprimidos por
estos poderes, pero que se han mantenido en lucha constante, han
encontrado, nuevamente un canal masivo de expresión de sus demandas. El
movimiento popular, de los trabajadores del campo y la ciudad, de los
estudiantes, de los empleados, de colonos, incluso de pequeños
comerciantes, se han apropiado del espacio abierto con la represión en
Iguala.
Sectores que se han opuesto a la depredación de sus
aguas, tierras y bosques, quienes luchan por la presentación de sus
familiares desaparecidos, aquellos que reivindican salarios
remunerados, prestaciones sociales y condiciones laborales dignas,
también quienes demandan servicios, empleo, condiciones de vida dignas,
es decir los sectores puesto al margen del crecimiento de los
monopolios, han encontrado un espacio para salir a las calles a
manifestar su descontento, a reclamar sus reivindicaciones. Sectores
que antaño se mantenía en la sumisión, ahora encuentran un camino, un
rumbo hacía la insumisión.
Asistimos entonces a una crisis
profunda del sistema de dominación vigente. Una crisis que por el
momento no pone en duda su continuidad, pero que de profundizarse nos
puede colocar en los albores de un cambio profundo. Una crisis que ha
generado espacios para la participación de un amplio abanico de
sectores que han mantenido, con altibajos, sin organización, sin
articulación entre sí, luchas importantes por reivindicaciones, incluso
muchas de ellas con consignas anticapitalistas. Pero también sectores
que se mantenían en la sumisión al control de sus líderes
pro-capitalistas, con temor a manifestarse, a organizarse a luchar.
Existen
lecturas y posiciones de grupos y compañeros que señalan que ante la
negociación de los familiares de los compañeros normalistas
desaparecidos con el gobierno y ante el llamado de éstos a transitar
por el camino de las consignas democráticas, a no violentar las
manifestaciones, es el momento de arriar banderas. Hay incluso quienes
aseguran (EZLN), que el actual movimiento es una “moda pasajera” y por
tanto no importante.
Existen, sin embargo elementos que indican
que estamos pasando de una mera coyuntura a un período quizá prolongado
de luchas y movilizaciones de sectores que ya han rebasado a las
demandas y consignas enarboladas al principio del movimiento. Un
elemento central de esto es el de que las últimas movilizaciones han
rebasado al frente estrictamente estudiantil, para convertirse en una
manifestación auténticamente popular, con consignas y reivindicaciones
particulares largamente contenidas y por fin expuestas con rabia y
rebeldía.
El detonante, la chispa que encendió la terrible
masacre de los compañeros de la Normal Rural de Ayotzinapa, no se ha
apagado, por el contrario ha abierto un camino para la lucha social.
Este período no puede, no debe ser transitado sólo y principalmente con
consignas democráticas y mediatizadoras. Los comunistas tenemos la
obligación de trabajar por articular los movimientos, por estructurar y
expandir los elementos de poder popular que se están expresando, aun
anárquicamente, desordenadamente sin una visión anticapitalista, pero
con una fortaleza innegable en diferentes puntos del país.
Dotemos
de sentido de clase a las luchas, articulemos las movilizaciones de los
sectores y grupos de la clase obrera y de los trabajadores en general
que discuten como participar, como organizarse. Radicalicemos que las
consignas, las demandas, sin caer en el juego de las provocaciones,
dotemos de contenido obrero y popular las próximas movilizaciones,
aislemos a quienes pretenden abortar las movilizaciones y el despertar
popular. Construir el frente anticapitalista, antimonopólico popular y
revolucionario es la tarea de los comunistas mexicanos en la etapa
actual.
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