Martina
de la Cruz, madre de uno de los 43 estudiantes desaparecidos en el
municipio guerrerense de Iguala
A Martina de la Cruz, madre de uno de los 43 estudiantes desaparecidos en el municipio guerrerense de Iguala, le cuesta mucho trabajo hablar de su hijo; está segura de que apenas empiece a hablar podría llorar.
Sin embargo, Martina relata la desaparición de su hijo –y el asesinato de otros tres familiares– sin derramar una sola lágrima… sin detenerse en el relato ni para recordar.
Jhosiavani Guerrero de la Cruz, su hijo estudiante de primer ingreso de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, tiene 19 años y, de acuerdo con lo que cuenta Martina a Cimacnoticias, se esforzó mucho (como habitante de una comunidad donde sólo hay una computadora) para poder ingresar en agosto pasado a esta escuela.
Como pocos jóvenes en Omeapa (una localidad de 410 personas, de donde es originario Jhosiavani), él decidió continuar sus estudios para evitar emigrar a Estados Unidos, como su padre y sus hermanos, y estar lejos de su familia, a la que –mientras estudiaba la secundaria y el bachilleres– apoyó en el campo.
“Si hubiéramos tenido más dinero para meter a Jhosiavani a otra escuela, no estaríamos pasando esto”, dice Martina, quien está convencida de que las personas de más bajos recursos o que viven en el campo son siempre las más vulneradas.
Sin embargo, según explica Martina con el retrato de su hijo en la mano, Jhosiavani tenía la intención desde hace muchos años de ser maestro rural para suplir a los profesores que estaban mandando a su comunidad, y a quienes les veía poco interés para acercarse a la infancia.
Martina, de 54 años de edad, revela que el lazo que tiene con su hijo es muy fuerte porque fue el último (de siete) en su descendencia, tuvo el tiempo de cuidarlo y ante la ausencia de su esposo e hijos, era su principal compañero.
Acostumbrada a las pérdidas violentas, Martina narró que el mayor de sus hijos fue asesinado hace seis años (en EU), y sus dos hermanos también fueron acribillados por el crimen organizado en Guerrero.
Sin embargo, el último golpe, la desaparición de Jhosiavani, no se ahogó junto a los otros dolores, la enfermó, la llevó al hospital y le arrebató a su cuerpo 10 kilos en sólo dos meses.
“No es lo mismo tener que enterrar a tu hijo y asimilar su muerte, que no saber ni siquiera si está comiendo, si lo están tratando bien o si está sufriendo”, lamenta, ahora de pie, un poco más convencida que al principio de contar lo que siente.
El pasado 27 de septiembre, un día después de que los normalistas fueron agredidos por policías municipales y el grupo criminal “Guerreros Unidos”, en Iguala, el comité estudiantil de la Normal “Raúl Isidro Burgos” avisó a Martina que hubo un problema en la escuela y que debía ir para que supiera lo que pasó.
MANTENER LA ESPERANZA
Tras saber la noticia, Martina cayó en el hospital. Cualquier comentario del tema la hacía desmayarse, pero luego de varios días de recuperación en cama, se puso de pie para marchar el pasado 5 de noviembre en el Distrito Federal, junto a una multitud de más de 50 mil personas, y regresar a la Normal Rural donde estudiaba su hijo con la esperanza de que regrese con vida.
Martina, como su hijo, es originaria de Omeapa, en Tixtla de Guerrero. Para llegar a la Normal (y hacer el recorrido que hacía su hijo) tiene que caminar varios kilómetros desde su localidad hasta la carretera y luego tomar dos transportes públicos.
Sentada en un borde del patio de la escuela, donde se almacena la comida que los pueblos guerrerenses mandan en apoyo a las familias y están las ofrendas para los tres estudiantes asesinados el 26 de septiembre, Martina se mantiene de espaldas a los carteles y fotografías en apoyo a la comunidad de Ayotzinapa.
“No quiero ver periódicos ni saber de noticias porque todo lo que sacan ahí me lastima. Dicen que mi hijo está muerto y yo no les creo”, suelta de golpe.
Martina no cree en las declaraciones que dio el pasado 7 de noviembre Jesús Murillo Karam, titular de la Procuraduría General de la República (PGR), sobre el supuesto asesinato de los jóvenes.
“¿Por qué he de creer en el gobierno si son ellos mismos quienes se llevaron a nuestros hijos?”, se cuestiona Martina. “Yo sólo creo en los forenses (del Equipo Argentino de Antropología Forense), que nos han dicho que los de las fosas no son los muchachos”.
La posibilidad de que los estudiantes sigan vivos es lo que le da fortaleza y valor para soportar los dos meses de búsqueda. Estar con las otras mamás también la fortalece porque juntas recrean y recuerdan la personalidad, el aspecto físico y otras anécdotas de sus hijos.
Martina no sabe qué va a pasar si los 43 normalistas no aparecen los próximos días, pero advierte al gobierno (ahora con toda la fuerza que al principio negó tener): “Nosotros somos campesinos, entramos a todos lados y no le tenemos miedo a nada”.
| CIMACFoto: César Martínez López
Por: Angélica Jocelyn Soto Espinosa, enviada
Cimacnoticias | Tixtla, Gro.
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