Jenaro Villamil
MÉXICO, D.F. (apro).- Enrique Peña Nieto está en vísperas de cumplir los dos meses de la crisis de Ayotzinapa y sus dos primeros años de gobierno, pero en lugar de festejar el Mexican Moment, ahora está empeñado en enfrentar el “momento violento”, inventándose una conjura contra su proyecto, su persona y su gobierno.
En menos de dos meses, Peña Nieto ensayó tres respuestas frente a la
crisis por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el
asesinato de seis, la trágica noche del 26 de septiembre:
Primero minimizó el problema. Era un asunto de Guerrero y de
presuntos jóvenes “revoltosos”. Tardó diez días en asumir una primera
posición pública frente a lo que ya se consideraba una de las peores
tragedias ocurridas en México. Reaccionó hasta el hallazgo de 28
cuerpos en narcofosas y la airada cobertura de los medios
internacionales. Su primer diagnóstico lo impidió visitar, hasta ahora,
Iguala.
Después, quiso ser empático con los padres de familia y con las
manifestaciones que comenzaron a proliferar por todo el país y por el
mundo. La #AcciónGlobalPorAyotzinapa se convirtió en el emblema de una
pesadilla para el gobierno peñista. Su desencuentro en Los Pinos con
los familiares de las víctimas demostró la impostura de sus gestos. Ni
la renuncia de Ángel Aguirre, ni la detención del narcoalcade José Luis
Abarca, ni la evidente complicidad de la dirigencia del PRD en el caso
evitaron que en las calles y en las redes sociales proliferaran las
consignas: “Fue el Estado” y “Fuera Peña”.
Tras su regreso de su gira por China y Australia, Peña Nieto dio un
“golpe de mando” en su línea discursiva. El fracaso de la conferencia
de Jesús Murillo Karam (reflejado en 13 días continuos de la frase
#YaMeCansé como Trending Topic), el escándalo de la propiedad no
declarada de la Casa Blanca de Las Lomas de Chapultepec con un valor de
7 millones de dólares, y las presiones discursivas del secretario de la
Defensa que se quejó por las “insidias” y “rumores” contra el Ejército,
provocaron la peor respuesta frente a la crisis: intimidar con el uso
de la “fuerza legítima” y aplicarla en la manifestación del 20 de
noviembre.
El discurso contra “los violentos” no se orientó contra los
narcoalcaldes, los agentes policiacos y ministeriales, gobernadores y
funcionarios involucrados con el crimen organizado y corresponsables de
la proliferación de las narcofosas, sino contra un puñado de 26 jóvenes
arrestados tras una manifestación masiva, indignada y pacífica del 20
de noviembre. De los 26, la Procuraduría General de la República (PGR)
formuló cargos contra 11, incluyendo a un joven chileno estudiante del
posgrado en Letras.
El nuevo expediente de violencia física contra los 11 consignados ha
encendido de nuevo la indignación social. Se les acusa de delitos tales
como “motín” y “tentativa de homicidio”, y fueron trasladados a penales
de alta seguridad de Veracruz y Nayarit. Se les mantuvo incomunicados,
se les negó el derecho a elegir a sus abogados, se les maltrató verbal
y físicamente.
Las evidencias contra estos 11 jóvenes son endebles porque no se
trató de detener a los auténticos provocadores –muchos sospechosamente
protegidos por los propios granaderos y cuerpos de seguridad–, sino de
una puesta en escena represiva para responder a la nueva línea
discursiva del presidente: “No a los violentos”.
Ojalá y se tratara, efectivamente, de frenar a los violentos. Si así
fuera, muchos gobernantes, jefes de policía, generales, tenientes y
soldados involucrados con la desaparición forzada y las ejecuciones
extrajudiciales que han proliferado en todo el país desde 2007 a la
fecha, estarían detenidos, juzgados y sancionados y no serían premiados.
Los “violentos”, desde que Peña Nieto asumió el poder el 1 de
diciembre, siempre han respondido a un perfil: jóvenes, estudiantes,
manifestantes, críticos, pensantes, menores de 30 años.
¿Por qué Peña Nieto odia a los jóvenes? Aquí algunas respuestas que no ha sido capaz de debatir el gobierno federal y el PRI:
Porque esos jóvenes críticos desde la campaña de 2012 le reprocharon su talante violento frente al conflicto de Atenco.
Porque esos jóvenes no creen en la construcción del tele presidente
que costó cientos de millones de pesos del erario ni respetan el
reality show armado desde la impostura.
Porque esos jóvenes reclaman un cambio en la política y no un
retorno al espíritu de Gustavo Díaz Ordaz o, peor aún, al de una
“dictadura benigna” al estilo de Porfirio Díaz, tan admirado por Peña
Nieto desde su tesis de licenciatura de la Universidad Panamericana.
Porque esos jóvenes están hartos de la corrupción, de la persecución
en su contra, del fuego cruzado que ejercen los sicarios del narco y
los cuerpos policiacos contra ellos.
Porque muchos de esos jóvenes son como los 43 estudiantes
desaparecidos de la Normal Rural de Ayotzinapa y porque muchos más son
como los 11 detenidos el 20 de noviembre.
Porque Peña Nieto y su equipo de “jóvenes mirreyes” no entienden que
existan otros jóvenes que se atrevan a utilizar las redes sociales, el
internet, y a no creer en su “narrativa” de éxito. Son jóvenes, como
los del 68, el 85, el 88 y el 2000, que quisieron abrir las compuertas
del sistema y se encuentran con un nuevo Estado autoritario y
paramilitar.
Si el odio de Peña Nieto no se modifica, sus dos primeros años de
gobierno serán el ejercicio de una nueva rebelión generacional que, al
mismo tiempo, es una conmoción moral.
Twitter: @JenaroVillamil
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