CIUDAD
DE MÉXICO (Proceso).- Investido del máximo poder que un hombre pueda
tener en el planeta, Donald Trump está resuelto a imponer su visión
radical de la política y la economía con la convicción de un fanático
religioso, sin conciencia de los efectos terribles que sus decisiones
sectarias pudieran ocasionar tanto en su país como en el mundo entero.
El autócrata imperial implantará la extorsión, el proteccionismo y la
fuerza como los principios rectores de la política exterior de Estados
Unidos. Trump quiere hacer de México la primera víctima de su ultrajante
abuso de poder. Es imperativo evitarlo.
Con el nuevo presidente,
la democracia estadunidense enfrenta el peligro de degenerar en algo
peor de lo que Tocqueville concibió como un despotismo suavizado (por la
igualdad social). Lo que se vislumbra ahora es una plutocracia
autárquica, el gobierno de los billonarios combinado con un
proteccionismo extremo cerrado al exterior. Surge una nueva versión
revitalizada del neoliberalismo destinado a beneficiar a los “ganadores”
–reduciéndoles impuestos y eliminando regulaciones–, teñido de una
demagogia populista para embaucar a los “perdedores”, ofreciéndoles una
igualdad ilusoria.
Acaso el furor patriótico del
magnate-presidente para recuperar la grandeza de su país pudiera dar
lugar a una bonanza efímera (el Dow Jones superó los 20 mil puntos). No
obstante, la administración Trump nace bajo la sospecha generalizada de
que utilizará el cargo en beneficio de sus negocios y los de sus amigos.
El regreso del capitalismode cuates podría desembocar en una crisis
económica mundial como la que se produjo por los abusos y la corrupción
de la élite financiera y política estadunidense en 2008.
Presa de
una incontrolada megalomanía, el nuevo mandatario inició su gestión con
una serie de exabruptos que minan no sólo su credibilidad, sino que han
ofendido a las instituciones electorales y de inteligencia de su país.
Ello ha dado lugar a severas críticas de especialistas en ambas
materias, así como de amplios sectores de la sociedad estadunidense,
además de una seria confrontación con periodistas y medios que han
cuestionado y rebatido sus desplantes.
El primer enfrentamiento
con los medios se originó por la obsesión del showman por la
popularidad. CNN presentó dos fotografías aéreas comparando las tomas de
posesión de Barack Obama (2009) con la del 20 de enero de 2017, que
claramente rebatían la afirmación del presidente Trump de que su
ceremonia inaugural había sido la más concurrida de la historia.
El
segundo, originado por el afán de justificar que Hillary Clinton obtuvo
casi 3 millones de votos ciudadanos más que él, lo hizo inventar que
ello se debió a un supuesto fraude electoral. Según su descabellada
teoría de la conspiración, de 3 a 5 millones de inmigrantes
indocumentados habrían votado ilegalmente a favor de la candidata
demócrata. La carencia de toda prueba sobre esa grave acusación desató
una ola de críticas. El demagogo reaccionó emitiendo una orden ejecutiva
para que se realice una “investigación exhaustiva”, sin ningún sustento
empírico o jurídico que la justifique.
Las críticas a la
imprudencia, arrogancia e inmadurez emocional de Donald Trump para
desempeñar su puesto es cada vez más amplia e incluye a congresistas,
gobernadores y miembros de su propio partido. A ello se suma el rechazo
de millones de mujeres y defensores de los derechos humanos que se
manifiestan contra su gobierno en toda la Unión Americana, hoy más
desunida y polarizada que nunca. En esa perspectiva conviene ubicar la
aberrante e inadmisible actitud de Trump en contra de la dignidad y
soberanía de México, así como la estrategia para enfrentarlo.
La
orden ejecutiva sobre la construcción del muro fronterizo pagado por
México –y otras medidas coercitivas contra los inmigrantes
indocumentados–, firmada y anunciada por Trump el día de la llegada del
canciller y del secretario de Economía mexicanos a Washington para
preparar la visita del presidente Enrique Peña Nieto, revela con
claridad la estrategia del presidente extorsionador. Su fórmula es
iniciar cualquier negociación con un golpe bajo a fin de ablandar al
interlocutor, como lo ha practicado durante toda su vida como
empresario.
Estamos frente a un personaje de pensamiento
rudimentario conformado por prejuicios arraigados, creencias inamovibles
y dogmas incuestionables. Para él no hay sutilezas: Poder es joder.
Ese es su criterio y ese es su lenguaje: “Nuestros aliados están ganando
miles de millones de dólares jodiéndonos”.
La artera agresión
contra su vecino y socio del sur, opuesta a los principios más
elementales de la diplomacia y la decencia, confirma que el poderoso
megalómano sólo se rige por sus impulsos, ignorancia y soberbia
patológica. Al enterarse de que el presidente mexicano había reiterado
en un mensaje televisivo que México por ningún motivo pagaría el muro,
Trump tuiteó: “Si México no está dispuesto a pagar el muro tan
necesario, sería mejor que cancelara su visita”. Fue hasta después de
ese ofensivo mensaje que Peña Nieto comunicó por la misma vía su
decisión de no asistir a la reunión programada para el 31 de enero.
Debió hacerlo antes.
La mañana del jueves 26 el demagogo tornó su
agresión en una abierta amenaza: “A menos que México esté dispuesto a
tratar a los Estados Unidos con justicia y respeto dicha reunión sería
infructuosa y tomaría una ruta distinta. No tengo alternativa”. ¿Cuál
sería ese otro camino? Un impuesto del 20 por ciento a las importaciones
de México, entre otras opciones, además de la cancelación del Tratado
de Libre Comercio.
Donald Trump tiene el poder de la fuerza pero
no la razón. El rechazo a su gobierno, dentro y fuera de Estados Unidos,
es enorme y creciente. Con inteligencia y determinación, México debe
utilizar todos los medios diplomáticos, jurídicos, económicos y
políticos a su alcance para enfrentar la crisis de dimensiones
incalculables que se avecina y lograr frenar la arbitrariedad del tirano
extorsionador. El desafío es mayúsculo.
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