El miedo no anda en burro. El día anterior, los mexicanos habíamos
iniciado 2018 sufriendo un nuevo aumento en los precios de la gasolina y
la tortilla. Y durante los últimos días de 2017 el valor del peso se
desplomó, llegando a rozar 20 por dólar. 2017 también resultó ser el año
más violento en la historia reciente, con 2 mil homicidios al mes, más
que en 2011, el año más violento del sexenio de Felipe Calderón.
Cada día queda más claro que aunque Meade crea que ande por el mundo
“vestido de civil”, viajando en vuelos comerciales al estilo de Andrés
Manuel López Obrador y comprando con su esposa su cena de fin de año en
el supermercado, en realidad el rey de la estrategia económica de
Calderón y de Enrique Peña Nieto se encuentra totalmente desprovisto de
vestimenta alguna. Quedan muy pocos ciudadanos que todavía se dejan
engañar por la farsa del tecnosaurio disfrazado de chamula.
La visita de Meade a Zacatecas contó con un agravante adicional. Los
habitantes de esta combativa ciudad recuerdan muy bien cómo el régimen
autoritario recientemente les arrebató de manera brutal su derecho a
elegir a sus propios gobernantes.
En las últimas elecciones para la presidencia municipal de la capital
del estado, celebradas el 5 de junio de 2016, la candidata de Morena,
Soledad Luévano, recibió en las urnas el apoyo mayoritario de la
población. Sin embargo, en flagrante violación de las jurisprudencias en
la materia, los magistrados electorales locales y federales concluyeron
que la existencia de unas cuantas bardas y camisetas, así como un solo
anuncio espectacular con el nombre de la candidata, durante el periodo
de precampaña, fueron violaciones suficientemente “graves”,
“sustanciales”, “generalizadas” y “determinantes” para anular la
victoria de Luévano.
La decisión no tenía pies ni cabeza desde un punto de vista jurídico,
sino que respondió a una evidente directriz política. Por si hubiera
alguna duda al respeto, unos días después de este atraco jurídico, el
magistrado que lo había orquestado, Reyes Rodríguez Mondragón, fue
premiado con su promoción a la Sala Superior del Tribunal Electoral del
Poder Judicial de la Federación, desde donde hoy sigue protegiendo los
intereses del PRIAN y tendrá que calificar la elección presidencial de
2018.
Las “decenas de hombres vestidos de civil con corte de cabello y
apariencia militar” que acompañan a Meade no lo hacen para evitar algún
atentado contra la vida del precandidato. Meade es una figura
insignificante, un títere gris que personalmente no representa amenaza
alguna para nadie, ni para los peores delincuentes.
El verdadero peligro para el exfuncionario del Instituto de
Protección al Ahorro Bancario son más bien los reclamos y la indignación
populares. Los operadores del PRI temen la muy probable repetición de
un escenario similar al de aquella fatídica tarde en la Universidad
Iberoamericana que dio origen al movimiento de #YoSoy132 en 2012. Los
militares que acompañan a Meade están ahí para evitar cualquier roce
incómodo con el pueblo, para asegurar que el precandidato se mantenga
dentro de una burbuja esterilizada repleta de engaños y autoelogios.
La principal debilidad de la campaña del candidato priista es
precisamente el éxito de esta estrategia de aislamiento y
empaquetamiento artificial. Mientras su principal contrincante, López
Obrador, convive diariamente con la sociedad mexicana, recogiendo sus
demandas y sus exigencias, escuchando sus sufrimientos y esperanzas,
Meade se pierde dentro de un mar de asesores de imagen, periodistas
chayoteros y encuestadores a modo.
El resultado ha sido un alejamiento cada día más patente del priista
del pueblo mexicano. Ello quedó claro cuando, el día después de su acto
en Zacatecas, a Meade se le ocurrió citar las predicciones de “La Bruja
Zulema”, una actriz del “esoterismo” que aparece en la televisión
nacional, como evidencia de su victoria supuestamente segura en 2018.
Los recientes tuits, agresivos y de mal gusto contra López Obrador, de
parte del nuevo secretario de Educación Pública, el salinista Otto
Granados, también revelan una clara desesperación entre las filas
gubernamentales.
La supuesta “inteligencia” y “honestidad” del precandidato priista es
un mito. Por mucho que Meade “se vista de civil” y presuma su
“preparación” en escuelas elitistas de Estados Unidos al servicio de la
plutocracia global, en realidad el mismo exsecretario de Hacienda no es
más que un soldado raso, con todo y “corte de cabello y apariencia
militar”, listo para disparar a la menor provocación contra sus
compatriotas, con la Ley de Seguridad Interior en una mano y la bandera
del Tío Sam en la otra.
Twitter: @JohnMAckerman
Este análisis se publicó el 7 de enero de 2018 en la edición 2149 de la revista Proceso.
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