Hernán Gómez Bruera
En septiembre del año pasado Citibanamex publicó un polémico reporte en el que analizaba los elementos que podrían generar incertidumbre en México de cara a la elección presidencial. Uno de ellos era la lucha contra la corrupción que eventualmente impulsaría López Obrador y que —a decir del banco— podría generar “volatilidad en los mercados” en la medida en que se colapsaban las “viejas estructuras” y éstas eran reemplazadas por otras nuevas.
Los diagnósticos de las entidades financieras no siempre plantean escenarios objetivos, muchas veces prefiguran expresiones de buenos (o malos) deseos. Su lectura de la realidad importa —aunque pueda ser ficción— porque puede convertirse en una profecía auto cumplida. Basta a veces con que los voceros del sector financiero comiencen a prever una crisis económica para que ésta se desate.
Lo que hoy le preocupa al poder económico y sus usinas discursivas no es solo el respeto a los contratos que firmó el Estado mexicano o la “credibilidad” de nuestro país en el exterior. Su desasosiego radica, en gran medida, en eso que tan claramente capturó Citibanamex en su cínico reporte de 2017 del que hoy probablemente no se quieran ni acordar.
Un interés particular, de típico capitalismo de cuates, nos vendió el discurso de que a México le urgía un “aeropuerto de clase mundial”, propio de Dubai. En esa búsqueda se despacharon con la cuchara grande. Se trataba de gastar mucho y hacer grandes negocios al amparo del poder público.
La mugre debajo del tapete de ese gran monumento a la corrupción que habrá de edificarse sobre el asfalto de Texcoco pronto empezará aflorar, junto a las licitaciones rotativas simuladas para encubrir las peores prácticas de asignación preferencial de recursos y la enorme cantidad de contratos otorgados por adjudicación directa.
El anuncio de enterrar el proyecto del nuevo aeropuerto podría ser el inicio simbólico de una nueva correlación de fuerzas en el país, donde efectivamente pueda materializarse la principal narrativa del obradorismo: separar el poder económico del poder político. Esta determinación para enfrentar a los poderes fácticos no tiene precedentes en nuestra historia reciente y podría constituir un fuerte mensaje en el sentido de que efectivamente se terminarán las prácticas corruptas en el otorgamiento de contratos públicos (aunque eso ponga a algunos muy nerviosos).
Buena parte del comportamiento que han mostrado en estos días “los mercados” tiene que ver con el temor de varios grupos —comenzando por los cinco afectados que son dueños de casi todo— frente a la incierta relación que habrán de tener con un Estado que ya no les garantiza los privilegios del pasado. Su preocupación es frente a un escenario en donde el gobierno dejaría de ser dúctil y ellos dejarían de mandar con la facilidad con que lo han hecho.
El ruido mediático que escuchamos alrededor del nuevo aeropuerto es el grito de dolor de una alianza histórica de complicidades perversas entre el poder económico y el poder político que se resiste a morir. Es un lamento frente al posible fin de la captura del Estado por parte de ciertos grupos.
Por eso la airada respuesta de las cúpulas empresariales y el poder económico no se ha hecho esperar. Hoy promueven un discurso alarmista, fuera de toda proporción y no escatiman en torcer y exagerar la realidad por medio de sus conocidas estrategias de manipulación.
Paradójicamente, uno de los que presagian la catástrofe es el mismo banco que el año pasado, en un arrebato de sinceridad, dejaba entrever las razones de su inquietud. Hoy ese banco, que seguramente tenía mucho interés en financiar el proyecto de Texcoco, nos amenaza con “el error de octubre” y busca infundir miedo junto con a otros grupos económicos. Conviene recordar hoy más que nunca las palabras de FD Roosevelt: “a lo único que hay que tener miedo es al propio miedo”.
@HernanGomezB
Hernán Gómez Bruera
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