Hasta la segunda mitad del siglo pasado, las tradicionales muñecas bebé habían sido juguetes diseñados para entretener a las niñas, pero sobre todo para adiestrarlas en su rol como futuras madres en la sociedad patriarcal. Todo eso cambió con la aparición en los mercados de la muñeca adulta Barbie, prototipo de la mujer moderna, capaz de asumir los oficios y profesiones hasta entonces reservados a los hombres. Una muñeca con la que todas las niñas podían identificarse plenamente. La primera secuencia de Barbie (2023), el largometraje más reciente de la estadunidense Greta Gerwig ( Ladybird, 2017; Mujercitas, 2019), resume la génesis del fenómeno en una notable parodia del arranque de 2001: Odisea en el espacio (Kubrick, 1968) en la que un grupo de niñas destrozan sus muñecas bebés ante la majestuosa aparición de una Barbie liberadora.
Cuando esa Barbie adulta advierte varias disfunciones inesperadas en su cuerpo y comienza a reflexionar de modo inoportuno sobre la muerte, le queda claro que alguien desde el mundo real está atentando contra su destino de muñeca feliz y perfecta. Bajo la orientación de una veterana Barbie Extraña, la joven emprende el viaje desde Barbieland hasta Los Ángeles, en el territorio de los humanos, acompañada de su eterno pretendiente Ken (Ryan Gosling), con el fin de restablecer esa armonía existencial perdida. Su gran sorpresa es ver cómo en ese viejo mundo las mujeres viven sometidas al poder patriarcal y que su vocación primordial es la de ser madres. Otra revelación es descubrirse ahí como un objeto sexual, cuando en su mundo ideal tanto ella como Ken carecen de genitales y de deseos carnales. Una sorpresa más dura aún es ver cómo el hasta entonces despistado Ken sucumbe al atractivo de las conductas machistas al punto de buscar exportarlas y difundirlas entre sus pares masculinos, para revertir el orden matriarcal de Barbieland y remplazarlo por un Imperio Ken donde las mujeres podrán disfrutar las supuestas bondades de una sumisión satisfecha. La consiguiente revuelta de las Barbies será el episodio más interesante y disfrutable de la cinta.
Greta Gerwig y el guionista y director Noah Baumbach ( Historia de un matrimonio, 2019), describen con ironía y astucia el desmantelamiento de la utopía rosa confundiendo los niveles de ilusión y realidad por los que transita la Barbie estereotípica. También se-ñalan los alcances y limitaciones de una apuesta feminista desvirtuada por un consumismo mercantil capaz de asimilar y trivializar muchas causas sociales, empezando por el propio fenómeno publicitario Barbie, del cual la película es a la vez ilustración y cuestionamiento blando. De modo sorprendente, el aspecto más original de la cinta no es el diseño muy previsible del personaje de la muñeca Barbie, sino el de su pareja Ken, quien en un registro más lúdico y autoparódico, descubre y documenta en bibliotecas del mundo real su insospechado apetito por los privilegios patriarcales. Tal vez sea esta figura del Ken manipulador simpático, encantadoramente idiota, la de un macho más común, distante de los infumables machos alfa, y por ello mismo la más perturbadora. ¿Cómo explicar además que un feminismo tan light como el de la película Barbie suscite todavía reacciones indignadas por parte de los acérrimos detractores de todo aquello que la derecha extrema sigue calificando, con desprecio, como ideología de género? Barbie es hoy, sin duda, una nota singular y discordante en el concierto de los estrenos comerciales.
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