sistema, mantuvo una disciplina férrea que aplicaba a sus miembros y un código de honor también severo. Con el paso del tiempo, esa exigencia de dignidad, dentro de la delincuencia, fue resquebrajándose. La violencia que ejercían fue cada vez más irracional y gratuita, y para los años 70 el club se había transformado en una pandilla incontrolable con miembros más jóvenes haciendo a un lado sin clemencia a los veteranos, deseando emular al motoclub Ángeles del Infierno (Hell’s Angels), creado en 1948, y a cuyos excesos aludió Roger Corman en su cinta Ángeles salvajes (Hell’s Angels) de 1966.
El club de los vándalos (Bikeriders, 2023), escrita y dirigida por el estadunidense Jeff Nichols, realizador también de El matrimonio Loving (Loving, 2016), relata la historia de una banda ficticia de motociclistas en Chicago llamada The Vandals, a partir de la novela The Bikeriders, escrita en 1968 por el fotógrafo Danny Lyon, quien antes de ese libro testimonial fue también miembro de otro grupo motorizado. La cinta de Nichols se centra en tres personajes clave: Benny (Austin Butler, camaleónico actor estrella de la biopic Elvis), su esposa Cathy (Jodie Comer), a quien Danny (Mike Faist) entrevista a lo largo de toda la cinta, y Johnny (Tom Hardy), líder de los Vándalos, hombre maduro y taciturno, con poses de Vito Corleone, quien va descubriendo que es tiempo ya de retirarse de un mundo que él ya no reconoce y el cual ahora apenas lo respeta.
Todo en el relato apunta hacia un tributo nostálgico, suerte de
réquiem crepuscular, a una cultura de parias sociales motorizados hoy en
decadencia. Hay notas de melancolía en el guiño de Johnny al Marlon
Brando de El salvaje (Laszlo Benedek, 1953); también por parte de Benny al James Dean de Rebelde sin causa
(Nicholas Ray, 1955). El director intercala incluso escenas de una de
esas películas. Los modelos son, por supuesto, aquí inalcanzables, y el
guionista lo sabe. Sin embargo se prefiere mostrar, detrás de la
idealización romántica del paria iconoclasta, la figura del perdedor
nato que ocasionalmente se vuelve reaccionario: ostentando aquí una cruz
de hierro germánica en el pecho o proclamándose anticomunista
furibundo. Parte de la parafernalia del grupo de los Vándalos remite a
la de los rebeldes
trumpistas que un 6 de enero tomaron por
asalto el Capitolio en Washington. En una ocasión, uno de estos dulces
anarquistas de derecha, amargado ya y muy resentido, expresa la
desconfianza que le inspiran las personas con estudios, a las que llama pinkos,
quienes ignoran el trabajo manual y viven al margen de la realidad
urbana. El irreductible Benny, quien se dejaría matar antes que
despojarse de su identidad y los colores de su banda, se encamina luego
penosamente hacia una respetabilidad impostada, como también lo hace el
amigo Cucaracha (Emory Cohen) convertido en policía, en tanto
otros compañeros llevan ya la vida de pordioseros monologantes. El club
de los vándalos registra el choque generacional, la inevitabilidad del
relevo y el triunfo del individualismo sobre los viejos códigos de
honor, camaradería y juego limpio ahora ya en desuso. El realizador no
explora lo suficiente la complejidad moral de cada uno de sus personajes
centrales, prefiriendo el atractivo de una visión de conjunto, la
galería variopinta de los parias desclasados. A final de cuentas, con el
fotógrafo Danny Lyon comparte algo esencial: el deseo de escuchar la palabra de aquellos a los que la gente no desea ver
.
Se exhibe en salas de Cinemex y Cinépolis.
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